Entre tanto talibán del columnismo, se había quedado una semana como para inmolarse como tal. Suerte que apareció Salvador Sostres con un artículo fresquísimo en ABC (To’ calvo), digno merecedor del premio marrano de Cavia, que me reconcilió con la vida en solo 600 palabras.

Sostres no hace sino ponerle letra a ese vídeo que rula por Twitter en el que una mamachicho, a la orilla de la playa de Almerimar (Roquetas), parece hinchar a pulmón un flotador de unicornio, solo que no hay flotador ni unicornio, y sí un ser entre el Dandy de Barcelona (otro calvo egregio) y un ballenato varado en el Mar Menor.

Joder, es que yo estaba en la auténtica miseria con la fiebre afgana y sobre todo tras el despeño de Alejandro Valverde entre los bancales de almendros del Xorret de Catí. “¡Sa matao el Balica!” pensó más de uno. Y de repente emergió, aferrado a la mano de su fiel Rojillas, y volvió a la carretera con la mirada ausente de Ortega Lara cuando abandonó el zulo. Lo demás, ya todos lo sabemos: sigue pedaleando ensangrentado y con la clavícula rota hasta que decide echar el ancla, se quita el casco, y como un niño to’ calvo, ¡calvísimo!, se echa a llorar en los pechos de Chente, ¡cagüensos!

Pero, nah, vosotros estabais a vuestras pijadas de análisis geoestratégicos y que si bases, que si OTAN, que si Morón, que si Rota y el peñazo de Afganistán (por decirlo con Carlos Cano).

Y ya digo que fue un revulsivo que Sostres nos contara ¡en ABC! la felación que le hizo en el año 95 su cuarentona criada gallega. Entre tanto “coño insumiso” y Charos punto G narrándonos con pelos y pedales sus experiencias con el satisfyer, aparece el to’ calvo y nos abre una vía para que hablemos en las columnas de nuestras experiencias sexuales. Compadre, yo sí te creo.

Yo no me la voy a sacar como hizo el columnista catalán, pero sí me voy a animar a hablar de mis musillas y mis teorías amatorias. ¿Acaso no escribimos para el coño de la mujer, como dijo no recuerdo si Cela o Umbral?

En dicha columna sostriana, de la que se aprovecha todo, el autor dice que la edad analógica fue de una sequía que los jóvenes no podemos imaginar. Sostiene Peláez, por su parte, que el Instagram es el verdadero Tinder, y en un ejercicio de empatía nos invita a ver la cuenta de una tía buena desde el otro lado: “Vais a ver unas 7.000 llamitas por foto. Ese es el like: ya ella elige”. Y tanto.

Por decir lo mismo con Juan Carlos Aragón: “Si es la mujer la que atraca a un hombre con mil amores, los mil amores los funde a fuego; pero seguro que como el hombre le esconda un juego de corazones, de mil amores, sin mil se queda, uno por uno”. Para rematar con la definición del hombre enamorado: “Un ladrón tan noble y tan de pacotilla que se enamora de cualquier ladrona que le roba un beso; y es que en sus huesos siempre faltará la séptima costilla”.

Retomando el hilo de Instagram. ¿Acaso alguien se cree que subimos nuestros pantallazos columnísticos por si Jorge Bustos ve nuestra historia y le da por ofrecernos los editoriales de El Mundo? ¡Claro que no, joder! Para eso está Twitter. Las musillas lo hacemos por las musillas. Somos to’ feos y to’ calvos, y nuestras fotos sin camiseta son nuestras prosillas publicadas.

Bueno, el caso, es que, alentado por esa columna sin pelos en la lengua ni en la cabeza, me cogí a mi amigo Casimiro (que recién lo acaba de dejar la novia y cree en Tinder como un tractorista jubilado de Osuna en lo de Juan y Medio) y me lo llevé de farra a una terracita del barrio de La Viña donde paran las guiris y las jipis. Nos bajamos tres Bombay tónica y le dije que se dejara de matches, que íbamos a torear. Le presenté a una suiza que se parecía a la mujer de Federer y allí los dejé peloteando. Yo, bajé los Alpes (como Anibal, pero en vez de en elefante montaba la bici de Alaphilippe) y me uní a un corrillo de italianas.

Había una médico de 30 años, florentina, y con un aro en la nariz donde se reflectaba la luna. Maldita la hora en que le di mi Instagram y maldita la hora en que a ella se le ocurrió a las 5:00 de la mañana, dos horas antes de que partiera su vuelo, enviarme un dolorosísimo MD en el que se leía un “por que non me has besado”. Yo, a diferencia de Sostres, no tengo asistenta y no pude dormir tranquilo.