Descubrí a C. Tangana en Mercadona, un día que iba a comprar pizza y escuché a un chico que tocaba la guitarra tarareando una canción en voz baja. Lucía una melena ondulada que le tapaba media cara, como a Veronica Lake, y un anillo de oro, tipo mazacote, en el dedo meñique.

Pero no era C. Tangana.

Luego me lo presentaron en el chat familiar. Lo primero que pregunté fue: “¿Quién es C. Tangana?”.

Le llamaban el madrileño, nombre del álbum que arrasa en Spotify. Ahora que recuerdo, repetía una frase 200 veces y ya no te la podías quitar del entrecejo. Verbigracia: “Yo lo hice por ti, lo hice por ti, lo hice por ti, por ti, lo hice por ti, por ti, por ti…”.

Cuando íbamos por la vez 120, cortaba en seco y se enganchaba a otra cantinela que sonaba dentro de mi cabeza como un timbal: “Nostalgia, de escuchar su risa loca, y sentir junto a mi boca, como un fuego su respiración. Angustia, de sentirme abandonado, y pensar que otro a su lado pronto le hablara de amor. Hermano, yo no quiero rebajarme, ni pedirle ni rogarle ni decirle que no puedo más vivir. Esta mujer va a matarme, se ha propuesto de humillarme y es feliz con mi sufrir”.

De todas, esta era la canción que más me gustaba. Porque sonaba a Calamaro. 

C. Tangana es un prodigio de la mezcolanza y en su coctelera se funden ritmos variados: trapshock, reggaeton y hasta música clásica. Es mitad rapero, mitad estrella del pop. Acertó con el álbum El madrileño, un discazo español y masculino al que le echó dos cojones. “Esta ambición desmedida por las mujeres, la pasta y los focos me está quitando la vida, poquito a poco, poquito a poco”.

Ana Iris Simón es fan, prologuista y adoratriz de C. Tangana, que cultiva todas las modalidades musicales. Y todo esto, dice, “para acabar poniendo los casetes que les gustaban a mis padres cuando íbamos en el coche”. 

A ella sólo le daba vergüenza que su madre pusiera al Parrita cuando hacía sábado, que es como se llama la limpieza a fondo, ya sea en sábado, viernes o domingo.

En mi casa también se hacía sábado, pero mi madre era más silenciosa. Alguna vez sí recuerdo haberla oído cantando por lo bajinis: “Rocío, ay mi Rocío, manojito de claveles, capullito florecido”.