Hacia la mitad de Roma, la laureada película de Alfonso Cuarón, la familia viaja a la finca de unos amigos para pasar unos días en el campo. Cleo saca las maletas del coche con la ayuda de Benita, la criada de los anfitriones, y las cargan hasta una habitación donde le sorprenden los ojos inertes de decenas de perros disecados.

“Son todos los perros que vivieron aquí en la hacienda” explica Benita. Cloe fija su mirada en las cabezas suspendidas, donde ve reflejada su propia insignificancia, su naturaleza reemplazable. Entregará sus mejores años a una familia para quien pronto será un recuerdo embalsamado.

La vida insiste en recordarnos nuestra obsolescencia. ¿Qué es la foto envejecida de la última cena de empresa sino un ejercicio cruel de taxidermia? 

Lo saben los 8.300 empleados que CaixaBank despedirá en los próximos meses. También los 3.800 que el BBVA ha incluido en su ERE. Ajustes de personal, cierre de oficinas. Eufemismos para explicar que 12.000 personas se quedarán de la noche a la mañana sin ingresos

¿Qué remedio? Si aceptamos el libre mercado, hemos de aceptar la facultad de las empresas de despedir trabajadores de acuerdo con la ley.

Lo que no tenemos que aceptar es que estas empresas sean además nuestros prescriptores morales. Hasta el pasado julio, CaixaBank presidió la Red Española del Pacto Mundial. Si revisan los diez principios que constituyen este pacto interplanetario, confirmarán el compromiso de las compañías firmantes con asuntos como la diversidad o la responsabilidad ambiental.

La vocación de servicio público es tal, que algunas empresas no firman un patrocinio a menos que sus patrocinados suscriban el pacto. No hay día en que alguna gran compañía no reitere su compromiso con alguna banalidad resiliente que palidece ridícula ante los zarpazos de la vida real.

En este dilema entre comunismo o libertad y fascismo o democracia en que se ha convertido la campaña en Madrid se ha hablado poco de problemas reales. Aún sufro estrés postraumático recordando el debate del miércoles, a lo que sumo una sensación de desconcierto ante los ánimos que despiertan ciertos candidatos entre mis allegados.

La cesión de las empresas ante la hegemonía cultural de la izquierda sólo es comparable a la cesión de la izquierda ante la hegemonía económica del capitalismo. La izquierda postmoderna se da por satisfecha con que las empresas adopten su lenguaje buenista y vacuo.

Quizá los políticos se contenten con que los despidos se materialicen con perspectiva de género y de manera sostenible. Lo importante es que se reduzca la huella ecológica y que hablemos de despedidos, despedidas y despedides.