El rey Felipe VI es poco Borbón, pero contra eso no se puede luchar: ha salido a la madre. Resumiendo, es tímido, recatado, y dosifica mucho sus expresiones. De niño era rubio como un ángel, pero ahora tiene la cabeza llena de canas, aunque su mirada sigue siendo transparente y dice más que sus palabras.

Hay cosas que echo de menos en Felipe VI. Quizás un poco de romanticismo, ese brote ardiente y sentimental propio de los hombres nacidos a esta orilla del Mediterráneo, como el Rey Emérito.

Recuerdo precisamente el entierro de don Juan de Borbón en El Escorial. Todos los españoles pudimos ver los ojos hinchados de don Juan Carlos, por cuyo rostro resbalaban lágrimas como peladillas. Aquel día el dolor nos acercó más al monarca. Padre e hijo habían estado años sin hablarse, pero en la hora definitiva, los sentimientos equilibraron la partida.

No quiero establecer paralelismos facilones, pero estoy viendo la serie The Crown y algunas escenas me transportan a la situación que vivimos actualmente en España. La Reina Isabel II fue educada para no anteponer los sentimientos familiares a los intereses de la Corona, símbolo de la permanencia del Estado. El conflicto con su hermana Margarita, que deseaba casarse con un hombre divorciado, conmovió a la reina, que sin embargo impuso la firmeza sin cortarse un pelo. El Gabinete y la Iglesia le habían recordado a la soberana que su empoderamiento no sólo era civil, sino religioso. Como cabeza de la Iglesia anglicana, no consintió ese matrimonio.

Isabel II gustaba de pedir consejo a su madre, llamada también Isabel y conocida popularmente como la reina madre. Decía: "Ser imparcial no es natural ni humano, pero mostrar tu opinión es lo único que como soberana no puedes hacer".

Juan Carlos I era un icono. Elegante, carismático y bromista, tenía la memoria prodigiosa de los Borbones y se acordaba de los nombres de todo el mundo.

Ahora está a punto de dar un paso más en la historia de su extinto reinado. Y es que el expatriado quiere volver a casa por Navidad. Concretamente a Zarzuela. Muchos no aceptan ese deseo para evitar que el pez gordo se coma al chico. Felipe de Borbón está reproduciendo con su actitud el mismo enfrentamiento que sostuvieron su padre y su abuelo en sus correspondientes momentos históricos.

El rey actual pone gran empeño en dar la talla como jefe de Estado, pero como hijo se queda corto. La mayoría de españoles nos sentimos dolidos cuando Felipe VI prescindió de su padre en la celebración del 40 aniversario de la Constitución. Menos mal que la historia ya lo había incluido en sus páginas.

Rey hijo y rey padre parece que se han conocido en la calle. Nada tiene que ver el uno con el otro. El rey padre aportó en su día músculo democrático y lealtad. Veinte años después llegaron las cortes paralelas y los dineros opacos. Felipe VI, en cambio, aporta formalidad y rigidez, pero le dan grima los periodistas, se escurre como las sanguijuelas y carece de la simpatía y el afecto que hicieron famoso al padre, bautizado por sus enemigos como Campechano I.