El apoyo a los Presupuestos prestado por EH Bildu, al margen de las contraprestaciones que el nazionalseparatismo abertzale pueda obtener al respecto (acercamiento de presos, etc.), pone de manifiesto un hecho insoslayable, que representa todo un desafío -una amenaza- para la continuidad de España como sociedad política, y es la tolerancia, sea por comisión (PSOE, Podemos, separatistas) o por omisión (resto de fuerzas políticas parlamentarias), de unas asambleas (parlamentos, plenos municipales) que cuentan en su seno con grupúsculos que buscan la ruina, vía separatista, de la nación política española.

Tan sólo Vox ha planteado la posibilidad de ilegalizar el troyanismo separatista, pero de un modo tan débil en su planteamiento, que hace que su beligerancia dialéctica sea poco menos que nula, o incluso perjudicial (y es que a veces una mala defensa es peor que un ataque).

Y decimos troyanismo porque muchos, como los troyanos engañados por los griegos, reciben al separatismo en las instituciones como un regalo, el que al parecer otorga un buen comportamiento “democrático”, al celebrar que estén en las instituciones (como “hombres de paz”) en lugar de matando, obviando que los fines separatistas, matando o sin matar, los mantienen íntegros.

Los etarras no son asesinos, sin más, son asesinos separatistas, lo que implica que sus acciones delictivas están insertas en unos planes y programas políticos cuya consumación, si sus fines se cumplen, suponen la descomposición de España.

Antes mataban fuera del Estado, en pos de esos fines separatistas, y eran perseguidos por ello; ahora no matan, pero mantienen sus mismos fines separatistas dentro del Estado, homologándose así a otras facciones separatistas, PNV, ERC, etc., que ya operaban desde dentro (han visto que la vía jeltzale era más rentable, y requiere menos sacrificios, que la abertzale, y es que recoger las nueces, claro, siempre es más cómodo que agitar el árbol).

Es más, el hecho de que dispongan del instrumental administrativo, logístico, propagandístico, que otorgan las instituciones del leviatán estatal (autonómico, municipal, o, incluso central), permite que la idea separatista se propague con mucho más vigor y alcance (así ha sucedido en Cataluña), sobre todo cuando cuenta con la aquiescencia de otras fuerzas políticas, en el gobierno, que les tratan con guante de seda e, incluso, justifican, cómplices, sus fines separatistas (disfrazándolos de “derecho de autodeterminación”).

Decir que, ahora, por lo menos, no matan, es un modo indisimulado de aceptar su chantaje, y de “normalizar” la amenaza: al ser ellos mismos Estado, ya no les hace falta matar (sería incluso perjudicial porque ya no funcionaría propagandísticamente), pero la amenaza y, por tanto, la violencia, sigue ahí latente, y a veces patente (sólo hay que ver determinadas reacciones ante la presencia de la Guardia Civil o de la Policía Nacional en determinadas localidades), porque su entrismo en las instituciones es consecuencia de esa acción de violencia (y no de su cese).

La “violencia” etarra, en fin, lejos de desaparecer, se ha consagrado oficialmente, teniendo ahora un poder de extorsión mucho mayor al contar, en la búsqueda de sus fines (separatistas), con el respaldo institucional.

Y ello viene determinado, la cristalización institucional del separatismo abertzale, por la utilización de la democracia como coartada, en la idea de que el apoyo popular -democrático- al separatismo, tiene que tener su salida, su acomodo institucional. Idea esta, aparentemente clarísima para muchos, pero que es completamente ridícula por absurda.

Y es que descomponer un país, fragmentar una nación, por la vía democrática, no es defender la democracia, es descomponer un país (de la misma manera, por recordar aquello de Castellio contra Calvino, que matar a un hombre no es defender una doctrina, es matar a un hombre).

Procurar que sólo decidan tres millones de personas sobre algo que afecta a cuarenta y siete millones, no es nada democrático, y, sobre todo, después de asesinar por ello, para lograr ese fin, a más de ochocientas personas.

En definitiva, timeo danaos et dona ferentes.