No sé si está escrito en algún lado, pero las pandemias alcanzan su máxima expresión cuando empiezan a completar la fisonomía de las ciudades. Es sábado por la tarde y un cartel negro, con letras blancas, abofetea las conciencias de los que paseamos por la ciudad recién amurallada: “Covid & Vaper”.

Antes que una tienda, pensé que España le pondría una calle al coronavirus para quitarle la placa a un fascista o a un comunista. Total, ambos bandos argumentarían: “Un asesino por otro”.

Por fortuna, el pequeño empresario suele adelantarse al político, aunque haga menos ruido y sus ingresos sean ostensiblemente más bajos. No tengo ni repajolera de quién está detrás de esta tienda, pero dentro me encontré con un chaval de mi edad, que es la mejor de las edades.

-¿Cuándo habéis abierto? 

-Hace nada… Ya siento decirlo, pero la verdad es que vamos como un tiro.

-¿Y cuando todo esto pase? ¿El negocio al garete?

En ese instante, el dependiente me miró como si estuviera loco. Cinco o diez segundos después, al ver que yo no añadía palabra, apostilló: “Cuando llegue ese momento, venderemos vapeadores y otros artilugios para dejar de fumar”.

En aquel Zara de la pandemia, había de todo. Creo recordar que la variedad de geles antisépticos era tan profusa como la de los lubricantes en los sex-shop. En un extremo, lucían los difusores ambientales; en otro, los distintos tipos de mascarilla.

“Todo homologado, todo homologado, trabajamos con los mismos proveedores que los hospitales”, repitió en varias ocasiones. La prueba de que también existe una economía sumergida y de productos chuscos en lo que se refiere al coronavirus. 

Las mascarillas empiezan a ser como el calzado y la ropa interior. Que si me roza, que si me tira, que si no es cómodo, que si para hacer deporte tal, que si para estar en la oficina cual…

Yo compré unas de goma elástica, con la esperanza de que la enfermedad no acreciente mis deseos de convertirme en Vincent Van Gogh. La medida de compra habitual ya es la de Mercamadrid. Cajas de cincuenta unidades, “que sale más barato”.

Si llego a saber que iba a escribir esta columna, me habría presentado como crítico sanitario. El dependiente me hubiera desvelado algunos secretos de la tienda: “Toma, prueba esta mascarilla, si le das al botón de la zona frontal, pitará cada vez que pises una zona sanitaria confinada”.

-Bueno, me llevo esto, muchas gracias. ¿Qué te debo? 

-¿Tienes anticuerpos? En ese caso, te haríamos descuento -esto último es broma, pero podría no serlo... y eso es lo que me asusta.