Está subido en un banco de El Retiro. Junto a la estatua de Pérez Galdós, allí donde Garci deja los libros que descarta de su biblioteca. Recita versos de Antonio Machado a voz en grito. El termómetro marca casi treinta grados a las diez de la mañana. "¿Tu verdad? No, la Verdad, y ven conmigo a buscarla. La tuya, guárdatela".

Se defiende del calor arremangándose los pantalones y colocándose una visera estilo béisbol. El polo granate es cada vez más oscuro. Suda a borbotones. "¡Tu verdad! No, ¡la Verdad!", chilla.

Ahora que volvemos a cruzarnos en este deambular huracanado, me pregunto dónde se confinaron todos estos tipos que dibujan, cada mañana, el bodegón de lo pintoresco en este parque.

Su rareza les confiere cierto halo de eternidad. Parecen los mismos que abarrotaban esas galerías de personajes que escribían Baroja o Valle-Inclán. Un género tan difícil de calificar como género... que ha caído en el desuso. Sin cronista que les escriba, parecen haber subido su apuesta durante esta libertad recobrada. Como si el encierro hubiera resucitado la capacidad de sorpresa.

No sé si el juglar machadiano lo sabe, pero su performance de esta mañana tiene mucha enjundia. Está proclamando el homenaje a la "verdad" y al entendimiento entre los distintos justo en el mismo lugar en el que Pablo Casado y García Egea decidieron dar un paso al frente en la lucha por el liderazgo del PP.

Es inquietante -y poderosamente atractivo- que un hombre, desprendido de toda obligación, se lance a la mañana del lunes armado de un tomo de Aguilar color granate para recriminar al éter su olvido de la "verdad".

¿Dónde se habrá encerrado todo este tiempo? ¿A quién le habrá cantado los proverbios de don Antonio? Hay personas que forman parte del paisaje, hombres a los que es difícil imaginarles una cama y una lámpara que se apaga antes de dormir.

Su libro está gastado. Las páginas, amarillas de otoño, tienen las huellas del loco que blande la poesía con firmeza, como el "arma cargada de futuro" de la que habló Celaya. En su mirada alucinada está la esperanza de quien piensa que todavía se puede acabar con el prefijo de la "posverdad".

No pide monedas, no le empuja la subsistencia. Resiste a esa presión silenciosa de algunos transeúntes, que le exigen con su desprecio un poco de calma. Silencio. Pero, ¿cómo va a morderse la lengua un lunático que aún cree en la "verdad"? ¿Cómo va a dejar de proclamar a Machado aquel que, en esta España de Caín, sueña con el pacto entre los distintos?

Decenas de padres alejan a sus hijos del trovador. Imagino que muchos de ellos piensan: "Ojalá mi chaval no acabe así". A mí también me pasaría, pero fijémonos en el libro, no en el que grita. Es la luna, y no el dedo.