"Me he tomado un tiempo durante los últimos meses para reflexionar sobre las acusaciones que varias colegas mías han hecho en mi contra.

Respeto que estas mujeres finalmente se sintieran lo suficientemente cómodas para hablar, pero no voy siquiera a intentar defenderme de unas delaciones que han sido realizadas en un medio de comunicación y no en un juzgado, casi todas ellas bajo la condición del anonimato y sin aportar una sola prueba. Sería como defenderse de un 'oído en el metro'. Y con mis años, como que no.

Podría llegar a entender que, en algún momento, lo que para mí pudiera haber sido un acto de galanteo -más o menos inapropiado, más o menos torpe, más o menos impertinente- pudiera haber incomodado a la otra persona. Sentiría que así fuera y lamentaría no haber sido consciente de ello. Pero se escapa a mi comprensión que, si tan traumáticos fueron los hechos, se tarde treinta años en hacerlos públicos.

Si el fin último fuera mi castigo, las invito a todas a presentar las pertinentes pruebas y la correspondiente denuncia, demostrando los hechos en sede judicial. Si fuera lograr mis disculpas, debería saber, como mínimo, de quién se trata y qué ocurrió exactamente. Si fuera obtener una explicación, a la única persona a la que se la debería, en todo caso, es a mi esposa.

Ahora entiendo que algunas mujeres puedan haber sentido que sus carreras corrían peligro. Incluso que pudieran haber sentido que mi manera de relacionarme con ellas denotaba un insistente interés. Incluso dando credibilidad a estas manifestaciones tan imprecisas, que ellas se sintieran de determinada manera no prueba en sí mismo que fuera así. Se estaría elevando un 'yo creo' a un 'yo sé', legitimándolo mediante un acto de fe. Se estaría validando que mi intencionalidad era, por defecto, la interpretación que otro hizo de ella.

Creo que es mi obligación, dada mi proyección pública y que a mi edad ya no tengo nada que perder, denunciar lo que está ocurriendo en nuestra sociedad. Estamos permitiendo que se efectúen juicios sumarísimos por parte de colectivos autoelevados moralmente que tienen secuestrada a una opinión pública, tontorrona e infantil, que se deja llevar enfervorecida por toda consigna de rima consonante facilita de recordar.

Estamos dejando que se les arrope, irresponsablemente, desde puestos políticos por un mero interés electoral. Estamos autorizándoles a que se entrometan en nuestra vida privada, a que pretendan legislar en nuestra alcoba, a que puedan certificar una muerte civil, a dilapidar carreras, a callar voces. Y que todo eso se sustente, exclusivamente, sobre el testimonio de alguien cuyo único mérito para merecer credibilidad, sí o sí, es tener útero y sentirse -o decir que se siente- ultrajada. Paremos esto".

Señor Domingo, aquí el puñetazo en la mesa que podríamos haber dado si, en vez de dejarse asesorar por un cagado que quería calmar a las hienas con una disculpita tibia y ha terminado apagando fuegos con gasolina, me hubiera dado un toquecito a mí antes. Hemos perdido una oportunidad de oro. Qué lástima.