No hace falta decir quién es Juan José Cortés, el hombre fuerte de Casado para zarandear a los votantes personalmente. El líder del PP lo ha contratado con la misión de actuar como matón sentimental una vez que el ruedo político se perdió por los laberintos de la gente. La decisión es coherente con lo que estamos viendo cada día desde que la clase política decidió esnifar, además, corazones, quedando las propuestas como incómodas obligaciones demasiado utilitaristas. Hemos pasado del programa, programa, programa de Julio Anguita al tragedia, tragedia, tragedia de Casado en Huelva, proponiendo a los electores votar a alguien cuyo principal mérito es haber mostrado públicamente empatía en situaciones dramáticas. El triunfo del 15-M es definitivo.

La historia de Cortés me fascina por la expiación. Es un tipo que pudo escapar de los lugares comunes que definieron su vida tantos años tras tragarse el veneno que destrozó la familia. Parece volar por encima del dolor que arrastra, por ejemplo, su mujer. La vida tiene esos ventanucos electrificados. Su vocación de orador chocaba con la realidad del reducido grupo de fieles que lo escuchaban en la comunidad. Viajó por España acompañando a padres en desgracias similares a la suya, un coach buscando fortuna, explicándose, por las pesadillas de otros. Y ahora podrá galvanizar a toda una provincia representando la marca del Partido Popular, que finalmente ha decidido lanzarse a la sinceridad, reconociendo lo que ya sospechábamos: en las sedes no quedaba nadie preparado.

En algún momento, las reivindicaciones que exigían mejorar la clase política parecían llevarnos al paraíso de las instituciones, más allá de Pablo Iglesias, que infló la ola con palabras vacías como “dignidad”. Todos cabalgaban en la misma dirección, la juerga se fue de las manos, alguien hablaba de políticos con estudios, no sé qué de la meritocracia y, desmadrados, se planteó subir el salario al presidente del Gobierno, demasiado pobre para alguien con verdadera intención, decían. Nos iban a tratar, al menos, como adultos. La resaca tiene el sabor de la boca seca un domingo por la tarde: nos cuelan a personas normales con grandes morbos y no a personas normales y basta. Sólo se trata de gestionar.

Por el bien de Casadillo, como lo llamaban en el barrio, espero que Cortés se convierta en un buen político y no mantenga su cargo de los últimos meses: certificar, como vaticinan las encuestas, que todo en el partido va mal.