La renuncia de Núñez Feijóo a ser el sucesor de Rajoy al frente del PP es uno de los episodios más surrealistas que ha vivido la política española en los últimos años, y no sólo por las formas, que mudaron en un segundo de lo cantinflesco al melodrama.

Había consenso en el seno del partido y en la opinión pública en cuanto a que el presidente gallego era el mejor recambio posible: gobierna con solvencia después de haber logrado tres mayorías absolutas, tiene liderazgo y un perfil centrista que es la mejor vacuna contra Ciudadanos, por donde vienen desangrándose a chorros los populares desde las elecciones catalanas.

¿Qué político que se sabe caballo ganador, que cuenta con el aliento de las bases, que dispone del respaldo del aparato -ofrecido gustosamente por Cospedal- y que tiene a la prensa de cara se hace el harakiri en el último momento? El desenlace sólo tiene dos posibles explicaciones y ninguna le deja en buen lugar.

Feijóo asegura que tras pensarlo mucho se dio cuenta de que debía anteponer su compromiso con los gallegos. El argumento es demasiado pueril. ¿Necesitaba después de tantos años de ser el delfín de Rajoy meditar durante días una respuesta e incluso apurar los plazos reglamentarios establecidos por el partido?

Decía que cualquiera de las dos posibles interpretaciones le perjudican porque la primera es que no se atrevió. Que no quiso poner en riesgo la comodidad de la Xunta por una candidatura incierta a la Presidencia del Gobierno de España. Sin embargo, la puesta en escena de su anuncio hace que me decante por la segunda: le han forzado a apartarse.

A sus ejecutores iría dirigida esa intervención llena de circunloquios y rodeos, retardando el desenlace una y otra vez hasta la comicidad, seguramente a fin de darse la satisfacción de tenerles en vilo lo máximo posible, su pequeña venganza... hasta que la emoción se impuso al libreto y brotaron las lágrimas. Al quedar roto el guión, el resultado fue desconcertante, absurdo. El gesto altanero mutó en pesadumbre. Y quedó al descubierto que hacía aquello que no quería. Dicen que Feijóo apoya ahora a Pablo Casado. Tal vez compartan verdugo.