Sucedió hace unos días, en la noche del 21 de diciembre. Cuatro mujeres se abrazan, felices. Tres son jóvenes y guapas. La otra soy yo. Acabábamos de confirmar que las encuestas tenían razón y que Ciudadanos había ganado las elecciones catalanas. Inés Arrimadas estaba en el centro del abrazo. La rodeábamos las otras tres chicas de la ejecutiva nacional, Melisa Rodríguez, Begoña Villacís y quien esto escribe. Habíamos acompañado a Inés en la campaña y no nos íbamos a perder la noche de la victoria:

Begoña cogió un AVE tras un pleno interminable y llegó a Barcelona pasadas las diez de la noche. “Quiero estar ahí cuando gane Inés”, me dijo antes de subir al tren para justificar la paliza que iba a pegarse. Aquel abrazo rubricaba los mejores augurios. El triunfo de Ciudadanos había sido aplastante, y nos alegrábamos por el partido, pero también por Inés, que había encarado unas semanas durísimas con una serenidad y una firmeza impresionantes, trabajando veinticuatro horas al día y conservando la sonrisa incluso en momentos que hubiesen echado por tierra el ánimo de cualquiera.

Inés, Begoña y Mel son mis compañeras de trabajo, pero son también mis amigas. En estos meses hemos compartido muchas cosas, y nos hemos dado apoyo mutuo echando por tierra el mito machista de que las mujeres con poder se dedican a ponerse zancadillas. Mentira. Entre nosotras hay camaradería, complicidad y cariño. A veces hacemos un alto en el camino para hablar de cosas que nada tienen que ver con el trabajo. Intercambiamos consejos y recetas de apoyo para las renuncias, las ausencias, la conciliación de todo este jaleo con la familia, los amigos, las parejas. Nos contamos secretos de nuestra vida pasada, y en algunas ocasiones (pocas) hasta confesamos la añoranza por una normalidad que todas, en especial Inés, hemos perdido.

Durante este año he sido testigo de la increíble capacidad de trabajo de las tres, y su entusiasmo y su constancia han sido para mí un ejemplo y una inspiración. A veces, cuando algo se me pone complicado, les pregunto qué harían ellas. Y siempre tengo una respuesta. Son inteligentes, generosas y buenas en el sentido machadiano de la palabra. No conocía a Inés, a Begoña o a Mel antes de entrar en política, igual que no conocía a Patricia Reyes, a Carina Mejías, a Susana Gaspar, a Virginia Salmerón o a Marta Martín, pero sólo por habérmelas cruzado en el camino ya merece la pena todo esto. Para mí, 2017 ha sido el año de las mujeres extraordinarias. Vendrán más. Tiempo al tiempo.