El Major de los Mossos d'Esquadra Josep Lluis Trapero, durante la ofrenda floral al monumento a Rafael Casanova con motivo de la celebración de la Diada.

El Major de los Mossos d'Esquadra Josep Lluis Trapero, durante la ofrenda floral al monumento a Rafael Casanova con motivo de la celebración de la Diada. Efe

De Josep Lluís Trapero se decía hace años en Cataluña que era un madero de ley. “El Mayor de los Mossos que no es soberanista” tituló el diario La Razón hace apenas un mes. Y la periodista añadió “Cien por cien policía”. Yo mismo le defendí hace dos semanas en la tertulia de Federico Jiménez Losantos. “Trapero obedecerá, es un policía de raza”, dije. Y añadí: “Es de Valladolid”. Como si eso fuera el bálsamo de Fierabrás contra el espeso entramado de servidumbres nacionalista. Losantos, perro viejo, enarcó una ceja. “También lo es Soraya y ya ves”. Por supuesto, Losantos estaba en lo cierto y yo me equivocaba. Trapero no tardó ni veinticuatro horas en darle la razón.

Así que ni policía de raza, ni madero de ley, ni cien por cien policía. Policía de partido, es decir policía político, y gracias.

En realidad, los que son de Valladolid son El Lino y La Luisa, sus padres. Él nació en Badalona y se crió en Santa Coloma de Gramanet, dos de los centros neurálgicos del muy charnego cinturón rojo catalán. Trapero se lo hizo perdonar con creces arrimándose en su momento a UDC, el partido liderado por Josep Antoni Duran i Lleida, y más recientemente tocando la guitarra en las fiestas paelleras que Pilar Rahola suele organizar en su casa de Cadaqués para las elites del soberanismo. En una de esas fiestas, Trapero y Puigdemont fueron grabados por Rahola tocando canciones de Joan Manuel Serrat junto a Joan Laporta. Antes, por supuesto, de que Serrat se convirtiera en símbolo de la resistencia antinacionalista. Es de suponer que ahora no lo harían y que preferirían tocar una de Llach, menos jovial, talentoso y librepensador que el de Barcelona, pero bastante más obediente.

Le ha faltado tiempo al independentismo para interpretar la cobardía de Trapero el pasado lunes, cuando envió a su número tres a la reunión de coordinación convocada por el coronel de la Guardia Civil Diego Pérez de los Cobos, como una machada. Que un pueblo cuyo día nacional conmemora una derrota interprete una huida como una bravata es en cierta parte lógico. A falta de victorias uno interpreta las huidas por piernas como retiradas estratégicas. Más raro es que el soberanismo, ese que tan superior moralmente se considera a los zafios y rústicos españolazos, caiga rendido frente a aquello que tanto critican: el gesto desafiante con los huevos en la mano. Supongo que lo atribuirán a los genes vallisoletanos.

Algo bueno tiene la actitud de Trapero y es que clarifica el panorama de cara al 1-O y los días posteriores. Los Mossos ya no son un cuerpo de seguridad ciudadana y de obediencia escrupulosamente demócrata sino el brazo armado del independentismo. El mensaje es claro. Ningún ciudadano puede esperar ya de los Mossos protección alguna frente a los desmanes del Gobierno de la Generalitat. Hemos vuelto a 1970 y a fuerza de no mojarse, que es una manera de tomar partido como cualquier otra, Trapero va a acabar resucitando a los grises. “Estamos en un punto en el que ya ni Trapero obedece” decía una tuitera anónima hace apenas cuarenta y ocho horas. Tenía razón y al César lo que es del César. En los Mossos se está gestando una guerra civil (buena parte de ellos proceden de la Guardia Civil y la Policía Nacional) y el pato lo acabarán pagando los ciudadanos no nacionalistas.