“...Sólo puedo desearle que cuando salga esta noche la violen en grupo porque no se merece otra cosa semejante perra asquerosa”. (Maldición indepe puesta en circulación por una tal Rosa María Mirás en referencia a Inés Arrimadas).

Que los pajaritos rebuznan es algo que aprendimos en Twitter mucho antes de que una individua uncida al separatismo saludara de esta guisa en Facebook a la portavoz de Cs, que el domingo por la noche participó en un debate televisado sobre el manicomio catalán, que diría Ramón de España.

La controversia no ha tardado en prender porque Arrimadas ha anunciado que va a denunciar a la fulana y porque la imprecación de marras no sólo es repugnante sino también machista, lo que viene suponiendo un plus de gravedad incluso en ese mercadillo de las abyecciones en que suelen degenerar las redes sociales cuando el debate atañe a cuestiones políticas. El escándalo y las muestras reales y figuradas de solidaridad han sido tales que la empresa para la que trabajaba esta tipa la ha despedido.

Más allá de si la denuncia está justificada o es excesiva, o de si a la tal Mirás -ahora célebre por sus bienaventuranzas- le ha ido en el pecado la penitencia, la polémica resulta indicativa de un fenómeno probablemente no exclusivo de las filas independentistas, pero manifiestamente creciente entre sus muyahidines y mulás.

En los últimos días varios compañeros periodistas han sido linchados en Twitter a partir de lecturas tergiversadas no ya de sus artículos, sino de lo que en las redes se decía sobre ellos. No damos nombres porque, al fin y al cabo, cualquiera que tenga el recado de escribir  ha sido víctima de ataques injustificados y de interpretaciones aviesas y malintencionadas de sus textos. Sí citaré a Jordi Évole, a quien la fauna han señalado por blando y por colaboracionista, porque él mismo ha denunciado el caso.

Vale que exaltados, mentecatos y furibundos hay en todas partes. Pero el problema de los ataques y los insultos en las redes adquiere dimensiones preocupantes cuando la higiénica costumbre de intentar apartar los garbanzos negros es sustituida por su acopio por parte de quienes, por su profesión y facultades, deberían tener la responsabilidad y la obligación de contener a los airados.

Nadie puede esperar demasiado de una discusión de borrachos en un after de suburbio. Tampoco de quienes, como promotores políticos del procés, pretenden hacer pasar el alboroto por “la veu d’un poble” y confían en “movilizar” a los exaltados en busca de un mártir para la causa. Pero no debería ser pedir demasiado que los intelectuales orgánicos del trenet de la ruptura, muchos de ellos periodistas con solera, tengan al menos la vergüenza de leerse los textos que critican en lugar de sumarse -y de este modo multiplicar- los embates de la chusma.