Ahora que todo el mundo vuelve a recordar a Diana, por aquello del aniversario de su desaparición, yo sigo pensando en Caroline, que no se apellida Quer.

El caso es que Caroline del Valle tenía 14 años cuando desapareció el 14 de marzo de 2015. Han pasado no un año sino más de 29 meses desde que se perdiera su sombra; desde que Isabel, su madre, le diera 20 euros de propina para que pasara ese sábado de dolor que ya no la abandona nunca. Y a partir de entonces casi dos años y medio de tortura infinita. Y 26 meses desde que los medios de comunicación decidiéramos, no sé muy bien por qué, pasar de ella y olvidarnos completamente de sus 14 años, de su cara de ángel, de sus padres, de su hermano, de su abuela, de la angustia de todos ellos.... Ni en el aniversario de 2016 ni el de 2017 le dedicó nadie especiales televisivos como los que ahora ha merecido la joven madrileña que se evaporó en Galicia.

Como Diana María Quer, la joven de 18 años a la que se perdió su rastro en A Pobra do Caramiñal la noche del 21 de agosto del pasado año, Caroline también se fue de marcha con un grupo de amigos que le perdieron la pista en la Zona Hermética de Sabadell. Desde entonces, la nada. El silencio más opresivo tras las primeras investigaciones. Y después el silencio absoluto y exterminador de televisiones, radios y periódicos que, al contrario de lo sucedido con la joven desaparecida en Galicia, borramos rápidamente su historia de nuestras prioridades informativas como si ya no existiera, incluso como si no hubiera existido jamás. Hasta que mi compañero Gonzalo Araluce nos la devolvió hace unos meses a nuestra memoria y a nuestra conciencia.

Esto me lleva a pensar otra vez en esas desaparecidas que también existen, cuyo apellido incluso desconocemos y que no gozan del favor informativo. Desapariciones que, como la de Caroline, –14 años, 29 meses en el limbo– no suben los share de audiencia de las teles o los pinchazos en las webs y no son tan rentables como deberían. Y hay otras muchas Caroline, de las que ahora mismo no recuerdo ni sus nombres, que siguen en el mayor de los mutismos, en el más profundo de los olvidos.

Desapariciones que por no ser negocio condenamos al desprecio del silencio más cruel. Y Caroline no debe ser negocio. Y Diana Quer, con el circo ambulante que la rodeó muchos meses y ha vuelto ahora por aquello de la efemérides, si que lo es o lo ha sido durante mucho tiempo. “¿Por qué? ¿Por qué a ella se le da tanta bola y a nosotros nada?, se preguntaba Isabel, la madre de Caroline, que desde ese malparido día de marzo de 2015 respira porque sale solo.

Los medios somos de lo peor. Caprichosos y egoístas que en no pocas ocasiones apostamos más por el espectáculo que por la información y el servicio público. Algunas veces montamos circos paralelos y destacamos enviados especiales para que nos hablen de la nada, siempre y cuando la nada sea provechosa. Y en otras pasamos del tema como de la mierda si la audiencia baja o los pinchazos disminuyen. Somos tan animales que solo nos ponemos en la piel de nuestros dividendos, espectadores y usuarios… y nos olvidamos de las víctimas y los efectos colaterales porque lo único importante es el espectáculo y que éste no pare jamás.

Y cuando llega este caso y el espectáculo se coloca por encima de la razón toca ponerse en la piel de esos padres que no saben nada de su hija de 14 años desde hace ¡29 meses! y de la que nadie parece querer acordarse. Padres y familiares que a buen seguro se siguen preguntando, a todas las horas de todos los días desde ese maldito 14 de marzo de 2015, qué habrá sido de ella, dónde estará, quién se la llevó, si sigue viva, si no lo está, si sufrió, sin descansa en paz… No me imagino una angustia mayor, un desgarro semejante, un quejío equivalente. Esperar el milagro que jamás llega. Vivir sin estar vivo. Levantarse para seguir sufriendo. Y como Caroline, muchas más; y como la familia de Caroline, muchas más…

Sale el sol y sale la luna, pero los días no pasan, repite como un doloroso mantra Isabel que solo sueña con volver a tener a Caroline entre los brazos y recuperar la sonrisa robada de su pequeña.