Como la iconografía no es inocente y se construye en los detalles del atrezzo habrá que preguntarse qué ha querido decir Sánchez al sustituir una rojigualda gigante por un palé estándar en los decorados de dos de sus retratos fundamentales: el de su primer acto como candidato a presidente hace dos años en el Circo Price y el de la clausura del 39º congreso federal en Ifema.

Puede que la bandera de junio de 2015 fuera un guiño institucional al electorado de centro, de acuerdo con la doble intención de arrebatar al PP la patrimonialización de cierta idea de España y denunciar la radicalidad fundacional a Podemos. Puede también que la elección de un instrumento fabril aliente la idea de que Sánchez es el jefe de obra de un PSOE en construcción. O puede que los escenógrafos de turno aprovecharan lo que encontraron más a mano, sabedores de que ya le darían al magín propios y ajenos en busca de un simbolismo acorde con sus preferencias. Vamos, mucho mejor cuatro maderas bien ensambladas y una pegatina con las siglas del PSOE que el aire, el vacío, la nada.

Los razonamientos inductivos y la identificación de signos y señales favorables a los propios prejuicios son pulsiones confortables y útiles a la propaganda. A Pedro Sánchez lo brean con saña a cuenta de las cosas que dice, o mejor dicho repite, sobre la nación y la soberanía, y su inusitada filiación catalanista.

Abrió la veda Patxi López cuando le inquirió sobre el significado de la palabra nación y el ahora secretario general, en lugar de despacharlo becquerianamente, le contestó cual párvulo aplicado. Sin embargo, nada en este asunto que tanto enardece a sus críticos es novedoso.

Que este páramo es una “nación de naciones” de soberanía comunal e indivisible ya lo dijeron y escribieron Peces Barba, Felipe González y Carme Chacón -entre otros- cuando buscaban solución o alivio para los males de un país invertebrado. Lo de las “naciones culturales” se lo habíamos leído antes al propio ex lehendakari.

Por otro lado, todas las ideas u ocurrencias de Sánchez sobre lo que es o debería ser este país se ajustan a la declaración de Granada de 2013, que aboga por un federalismo de salón de té como tercera vía entre el separatismo y la supuesta ola neocentralista que nos asolan.

Ni siquiera ese catalanismo mesetario que proclaman Sánchez y los bienqueda es privativo del líder que sobrevivió a la pulsión saturnal de la vieja guardia, ahora cautiva pero en absoluto desarmada. Las mismas ocurrencias, pero con más imprecisiones, le hemos oído a Pablo Iglesias. La diferencia crucial estriba en que mientras el líder de Podemos se lía con los lindes de la soberanía nacional, el PSOE tiene claro ahora -no como con Zapatero- que a ERC ni agua.

Pero da igual todo esto porque la coherencia y la historia nunca han sido un antídoto frente al agit prop, así que ahí andamos conociendo los gravísimos y sorprendentes errores semánticos de Sánchez que nos ofrecen los narradores de su peligrosidad.

Es evidente que Sánchez no va a satisfacer ni refrenar al separatismo. Pero es que ni siquiera parece ese el objetivo del secretario general socialista, más ocupado quizá en desbravar a sus rivales políticos y enemigos de partido a base de folclore y buenas maneras.

A quienes confundimos patria y verano, o identidad e instituto, la reivindicación de las nacionalidades nos parecen versiones modernas y políticamente correctas de los festivales de coros y danzas o de los campeonatos regionales de futbito cuando el bachillerato. Muy insensibles, claro; auténticos españolazos, de acuerdo; y así y todo, el discurso territorial del -en este asunto- no tan nuevo PSOE, ni miedo ni espanto ni alarma.

En cualquier caso, como lo natural es ensimismarse en las propias querencias, seguirá el trompeteo contra Sánchez, ese “insensato sin escrúpulos” que tiende una mano a Podemos y otra Ciudadanos con la legítima intención de neutralizar a ambos.