Permítame el amable lector un alarde: que me sitúe en el viernes próximo, y dé por amortizado el debate y las votaciones de investidura que, imprudencia sobre imprudencia, vaticinaré saldados con el rechazo del Congreso de los Diputados, representación parlamentaria del pueblo español (o de la nación española, ponga cada cual lo que más le guste), a la candidatura de don Mariano Rajoy Brey como presidente del Gobierno.

A partir de ahí, conviene empezar a plantearse opciones, y conviene, por el bien de todos y también para no hacer mucho más el ridículo, que esas opciones sean verosímiles. La primera y más sencilla, aunque indeseable, es la repetición por tercera vez de las elecciones. En cuyo caso, no estaría de más que terminara de formarse esa mayoría parlamentaria que haga posible no aguarle a la gente con las urnas la celebración navideña, y nos anticipe el trago al domingo 18 de diciembre. Una fecha que se antoja a todas luces bastante más sensata que la que resulta de la incomprensible treta de la presidenta del Congreso.

La segunda opción, y también segunda más obvia, es propiciar la formación de una mayoría de gobierno en torno a la fuerza más votada, el Partido Popular, con el respaldo de sus socios hoy preferentes (Ciudadanos) y el apoyo, directo o indirecto, de un PSOE al que habría que dar argumentos para sustentarla, más allá del trágala aducido hasta aquí. Argumentos que habrían de ser programáticos, amén del reemplazo del candidato por dos veces inviable: en la legislatura pasada, por desistimiento; en ésta, por repudio parlamentario. La solución podría ser otro nombre del partido más votado que concitara a su alrededor el consenso que el presente no logra reunir. Y en su defecto, por qué no, un candidato independiente. Nada lo prohíbe, y podría ser lo indicado para un gobierno cuasi de unidad nacional.

Si esta opción no puede prosperar, por el motivo que sea, y uno de los más plausibles, a la luz de lo visto hasta aquí, es el empecinamiento popular en su candidato actual, quedaría abierta la opción de formar otra mayoría. Con un programa de mínimos y centrado en la regeneración a la que el PP (basta examinar las laboriosas redefiniciones de esta semana del concepto de corrupción) parece más remiso que otros partidos. Descartado el concurso de fuerzas que maquinan abiertamente para la demolición del Estado, e invalidadas por ello para reformarlo, sólo saldrían los números con una suma de PSOE, Podemos y Ciudadanos. Lo que exigiría serias renuncias a los dos últimos, y a todos dejar de especular con los votos futuros. Siendo Pedro Sánchez un candidato con exiguo apoyo y también rechazado en su día por el Congreso, no parece irrazonable que la presidencia la ocupara otra personalidad, independiente o cuando menos de consenso, si perteneciera a la lista más votada de las tres.

¿Que al final no pueden ser ni lo uno ni lo otro? Terceras elecciones. Es mejor que investir a alguien a regañadientes.