La lectura este domingo de la Carta del Director de EL ESPAÑOL, con la metáfora del cinturón de castidad, aplicada a la llave que tiene ahora Rajoy para abrir el candado (o no) de la legislatura, me ha recordado uno de los argumentos más descacharrantes de Billy Wilder. Lo contaba Hellmuth Karasek en su libro de conversaciones con el director. En la época de las Cruzadas, un caballero y sus hombres parten para Tierra Santa; en el pueblo solo quedan las mujeres, con sus cinturones de castidad colocados, y el cerrajero, que es Cary Grant.

La película no pudo hacerse porque el actor murió cuando se consideraba el proyecto. La mera mención de Cary Grant evoca situaciones lúbricas con clase, alegría, dinamización. Lo contrario de lo que tenemos en este verano fofo y desinvestido, dominado por el tedio, el sopor y la parálisis. Mariano Rajoy tiene, sí, la llave del cinturón de castidad. Lo que no tiene son ganas. Está claro que desea quedarse, pero es un deseo manso, poco acuciante, nada libidinoso.

Por esta suerte de antiliderazgo que ejerce el presidente en funciones, su falta de libido se ha transmitido a todo el país. Los psicoanalistas hablan precisamente de “investir” de libido un objeto, cuando se desea. La falta de investidura política, aun en su formato de investidura fracasada –con el marear la perdiz de Rajoy–, se corresponde con la falta de investidura generalizada en ese otro sentido. La desgana se ha contagiado. Cada vez son más los que dicen que no votarán en unas terceras elecciones. Ahora que se ha fundado la Asociación de Asexuales, parece que lo único que queremos los españoles es meternos en ella y que nos dejen en paz.

Estamos, pues, en lo contrario de una divertida película de Billy Wilder. Esta mezcla de vacío político, calor de agosto y ambiente vacacional se parece más bien a una obra de teatro del absurdo, repetitiva, existencialista, con personajes sin consistencia. Esos personajes somos nosotros y son también nuestros políticos, Rajoy y los demás, que parecen haberse instalado en una fase de robotización. Un siglo después de la batalla del Somme, nuestra política reproduce la guerra de trincheras: no hay avance, sino estancamiento en el lodo, con ratas.

Falta Cary Grant: alguien que le diera marcha al asunto. En su lugar tenemos a Rajoy, parado, con su estrategia del aguante y la petrificación. Sé que los que lo votaron como mal menor lo votaron a él. Y que su retirada es solo una entre otras (no muchas) soluciones posibles. Pero también sé que, entre ellas, es justo la que tiene más a la mano, porque depende solo de él.