Pocas veces se celebran unas elecciones en las que resulte tan evidente lo más conveniente desde una perspectiva liberal, reformista, constitucionalista, europeísta, moderada, centrista y, en definitiva, pactista como la que defiende EL ESPAÑOL.

Moreno Bonilla, a por los 50 escaños.

Moreno Bonilla, a por los 50 escaños. Javier Muñoz

Juanma Moreno encarna todos esos valores con consistencia personal y elegancia política. Pero además llega avalado por una gestión extraordinaria que ha hecho progresar a Andalucía, mimetizando el modelo de desarrollo tecnológico malagueño y alejándola de los tópicos sobre la vagancia conformista, perpetuados durante las anteriores décadas.

Desde la selección del que probablemente haya sido el mejor gobierno formado nunca en ninguna comunidad autónoma hasta la falta de escándalos, meteduras de pata o conflictos de calibre, todo en la gestión de Juanma Moreno ha superado las expectativas tras su investidura de carambola de diciembre del 18.

La forma en que ha ido ampliando su base social, pese a gobernar en coalición y en minoría, sólo tiene como precedente aquella primera legislatura de Aznar (1996-2000) que cambió para siempre la percepción de la derecha democrática en España. No es casualidad que la receta económica impulsada por Elías Bendodo y Juan Bravo -hoy puntales del equipo de Feijóo- fuera la misma de hace un cuarto de siglo: bajada de impuestos y apoyo al emprendimiento para impulsar la actividad y fortalecer los servicios sociales.

El mérito de Juanma Moreno y su equipo es doble, en la medida en que han sido fieles a esa política en un entorno tan hostil como el de la pandemia, prolongado y agravado ahora por la guerra de Ucrania. Es cierto que ha contado en Juan Marín con el más leal de los socios imaginables. Que los consejeros de Ciudadanos no fueran cesados al ser disueltas las Cortes o que en los dos debates televisivos entre los candidatos, Marín haya eludido toda crítica a Moreno son detalles que dignifican la política de pactos.

"Lo esencial es que PP y Cs movilicen este domingo al máximo a sus votantes potenciales, para que no les suceda lo que a Susana Díaz hace tres años y medio"

Qué diferencia a favor de Andalucía, si lo comparamos con lo ocurrido en Madrid, Castilla y León y Murcia. O no digamos si lo ponemos en contraste con las interminables pendencias urdidas por Podemos contra Sánchez.

De hecho, uno de los dos grandes riesgos que afronta hoy Juanma Moreno es el de la concurrencia por separado de unas listas de Ciudadanos con hartos méritos para obtener representación en el parlamento regional. Si lo consiguen -y los últimos tracking son bastante alentadores tras la buena campaña de Marín- la ya descontada victoria de Juanma Moreno quedará reforzada con los 2 o 3 escaños que puedan aportar. Pero si se quedan a las puertas, la dispersión del voto centrista puede actuar como un bumerán contra el proyecto común.

Comprendo a Inés Arrimadas, que se habría quedado colgada de las siglas, sin más activo que Begoña Villacís, pero la coyuntura hubiera hecho aconsejable la integración en las listas, no del PP sino de este PP, como ofrecía Juanma Moreno. En todo caso eso ya es agua pasada y lo esencial es que ambos partidos movilicen este domingo al máximo a sus votantes potenciales, para que no les suceda lo que a Susana Díaz hace tres años y medio, cuando gran parte de la izquierda se quedó en su casa. Ese es el segundo gran riesgo.

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Nadie debería dar por amortizado el resultado de esta noche, porque a Juanma Moreno no le vale cualquier victoria; porque a los españoles que anhelamos la estabilidad del sistema constitucional no nos vale tampoco cualquier victoria. Una amarga victoria con 45 o menos escaños tendría más de amarga que de victoria, pues encadenaría al PP a un yugo tan detestable como el que representa esa Vox chillona y reaccionaria, encarnada por Macarena Olona. Esa Vox obsesionada con que los niños no aprendan a masturbarse, con expulsar inmigrantes a bulto y dejar de perseguir la violencia de género.

Es obvio que ver uncido al PP a ese yugo, aun a costa de que la encadenada sea toda Andalucía, es lo que desea un PSOE perdedor, desnortado y sin proyecto. Un PSOE tan desesperado como para sacar a Adriana Lastra de su covachuela de Ferraz enarbolando la autodestructiva amenaza de volver a intentar recuperar en la calle lo que pierdan en las urnas. Que el mensaje más notorio de la campaña haya tenido que ser desautorizado por el candidato Espadas lo dice todo.

La última esperanza del PSOE andaluz se llama Vox. Los socialistas y la izquierda en general van a estar más pendientes durante el escrutinio de la correlación de fuerzas entre el PP y Vox que de sus propios escaños. Saben que si Olona y los suyos entran en la Junta habrá un gobierno débil y desnaturalizado que, como el propio Juanma Moreno reconoce, "no durará más de seis meses". El tiempo suficiente como para que Sánchez y todo su poder mediático lo conviertan en arma arrojadiza contra Feijóo hasta desvirtuar su proyecto para España y su candidatura a la Moncloa.

"Si el PP se quedara a un tiro de piedra de la mayoría y se empeñara en gobernar en minoría, no tendrían más remedio que pasar por el aro con un pacto de investidura de mínimos como en Madrid"

Vox es al menos tan tóxico como Podemos y casi tan oportunista. Dicen que no permitirán la investidura de Juanma Moreno, aunque le falte "un solo escaño", a menos que les meta en su gobierno. Pero saben que, si el PP se quedara a un tiro de piedra de la mayoría, superando con creces a las tres izquierdas juntas, y se empeñara en gobernar en minoría, no tendrían más remedio que pasar por el aro con un pacto de investidura de mínimos como hicieron en Madrid.

Ayuso consiguió 65 escaños y se quedó a cuatro de la mayoría absoluta, reventando las expectativas. La cifra equivalente para Juanma Moreno serían los 50 escaños, a cinco de la mitad más uno. El promedio de encuestas le sitúa tres por debajo. Si a la hora de la verdad diera ese salto, Vox tendría que claudicar so pena de ver amenazado su castizo chiringuito a nivel nacional. Sólo un caballo de Troya de la izquierda boicotearía la investidura de un vencedor tan rotundo.

La zona gris está entre los 45 y los 50 escaños. Ese sería el territorio en el que, si Vox se enroca en un buen resultado y exige su cuota de poder, lo procedente sería echar un órdago al PSOE y colocarle ante el dilema de abstenerse en la investidura o propiciar una repetición de elecciones. La iniciativa no estaría exenta de riesgo tanto para Juanma Moreno como para Feijóo. Pero mucho más se arriesgó Sánchez cuando compitió contra todos los barones tras ser defenestrado en su partido. También las ideas moderadas requieren a veces del concurso extraordinario de la audacia.

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Al final lo que se decide este 19-J en Andalucía es si el PP está condenado a fomentar la división entre los españoles, asumiendo como lastre la ponzoña de Vox, o podrá obligar al PSOE a negociar fórmulas de entendimiento y concordia que derivarán en grandes pactos de Estado en toda España.

Este es el camino de Feijóo, como demostró con su oferta de pacto sobre las medidas para la recuperación económica y como acaba de demostrar con su consistente propuesta de acuerdo en política exterior y de defensa. Algo coherente con las avanzadas negociaciones, promovidas por Bolaños, para que el PP respalde la Ley de Seguridad Nacional después del verano.

Previamente tendremos la última gran ventana de oportunidad para renovar los órganos constitucionales, antes de que la vuelta de las vacaciones dé paso a la larga precampaña de las municipales en un clima de fuerte crispación social.

La tendencia natural de este PP es llegar a un acuerdo que desbloquee el CGPJ y por ende el Tribunal Constitucional a lo largo del mes de julio, pues nadie con sentido de Estado puede asistir impávido al deterioro de la administración de justicia y de la propia credibilidad de las instituciones.

"Se trata de proporcionar la suficiente autonomía estratégica a Juanma Moreno para que consolide un proyecto integrador y razonable que ha sido muy bueno para Andalucía"

Pero Feijóo se quedaría sin margen de maniobra tanto si una inexorable coalición con Vox en Andalucía desatara todas las furias de la izquierda contra él y su partido, como si el PSOE le negara hasta el mínimo beneficio de la duda en un escenario de rotunda hegemonía de Juanma Moreno. Los cafres mediáticos de la extrema derecha se le echarían encima si facilitara la renovación del CGPJ sin conseguir ni un nuevo marco legal con mayor protagonismo de los jueces, como acaba de volver a exigir la Unión Europea, ni la contrapartida de la gobernabilidad de Andalucía.

Juanma Moreno va a ganar holgadamente, pero en la diferencia entre una victoria ajustada al pronóstico y un rotundo triunfo que lo desborde está en gran medida en juego el futuro de España. No se trata de nimbar al presidente andaluz con un aura de santidad laica, ni de prepararle un arco trenzado de laureles como los que acogían a los generales romanos cuando las armas les habían sido propicias.

No está el horno nacional para cultos a la personalidad. Sería además imposible sustituir el 'susanismo' por el 'juanmamismo' sin hacer el mayor ridículo fonético de los anales políticos.

De lo que sí se trata es de proporcionar la suficiente autonomía estratégica a Juanma Moreno para que prolongue, complete y consolide un proyecto integrador y razonable que ha sido muy bueno para Andalucía. Cuatro años más en esa dirección le permitirán consumar su progresión histórica, desde el furgón de cola a los vagones de cabeza, en el convoy del desarrollo español.

Y también se trata de que esa oportunidad bien aprovechada reverbere en el conjunto del PP, decante definitivamente a Feijóo hacia el centro y le permita presentar un proyecto tan eficiente como pacificador que impida al PSOE atizar el miedo a "las derechas". Una línea que le obligue en cambio a sentarse a negociar los grandes asuntos económicos o de la política exterior tanto cuando está en el Gobierno como cuando tenga que volver a la oposición.