Ojalá pueda arrancar alguna sonrisa con esta última Carta del año más triste de nuestras vidas. Me ayudaré de una escena, siempre olvidada, del capítulo LX de la Segunda Parte del Quijote. Es el momento en que Sancho se niega a pagar el precio comprometido para acceder al gobierno de la ínsula. Se trata de una tanda de autoflagelación, a cuenta de los 3.300 azotes necesarios para “desencantar” a Dulcinea.

Ilustración: Tomás Serrano

Ilustración: Tomás Serrano

Don Quijote le exige que vaya cumpliendo su parte del trato y entonces sucede lo inaudito. Lo inconcebible en los albores del siglo XVII. Así lo relata Cervantes, con ayuda del famoso dicho sobre el desenlace de la guerra entre Pedro el Cruel y su hermano Enrique de Trastámara y de los dos últimos versos del romance de los Infantes de Lara:

“Sancho Panza se puso en pie y, arremetiendo a su amo, se abrazó con él a brazo partido y, echándole una zancadilla, dio con él en el suelo boca arriba, púsole la rodilla derecha sobre el pecho y con las manos le tenía las manos, de modo que ni le dejaba rodear ni alentar. Don Quijote le decía:

-¿Cómo, traidor? ¿Contra tu amo y señor natural te desmandas? ¿Con quien te da su pan te atreves?

-Ni quito rey ni pongo rey -respondió Sancho-, sino ayúdome a mí que soy mi señor. Vuesa merced me prometa que se estará quedo y no tratará de azotarme por agora, que yo le dejaré libre y desembarazado; donde no, ‘aquí morirás, traidor, enemigo de doña Sancha’.

Prometióselo don Quijote y juró por vida de sus pensamientos no tocarle en el pelo de la ropa y que dejaría en toda su voluntad y albedrío el azotarse cuando quisiese”.

Así parecía quedar zanjado el episodio, con el mundo vuelto del revés por la rebelión triunfante del siervo contra el señor, cuando en ese trepidante alarde de thriller y esperpento, con el que anticipándose cuatro siglos a la modernidad nos conduce siempre Cervantes, acontece que el engallado Sancho se desplaza unos pasos y nota que algo le golpea la cabeza, al acercarse a un árbol.

Gira la vista y comprueba, con espanto, que se trata de “dos pies de persona con zapatos y calzas”. Enseguida se da cuenta de que hay más pies, más piernas y zapatos, bajo las copas de alrededor. ¿A quiénes corresponderían?

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Siempre recordaremos estas compungidas Navidades como las de la pandemia. O sea las de las mascarillas ante el árbol de Navidad, los salvoconductos para visitar a padres, hijos o hermanos y el recuerdo de los que tan tristemente nos dejaron.

En las cenas restringidas y en las sobremesas, con la mirada pendiente del reloj para no desbordar el toque de queda, se ha hablado mucho más del familiar en el hospital, el vecino que ha dado positivo y el compañero de trabajo que se niega a ponerse la vacuna, que de las miserias de la política.

Siempre recordaremos estas compungidas Navidades como las de la pandemia. O sea las de las mascarillas ante el árbol de Navidad

Sobre todo una vez que se desinfló el morbo de que el Rey echara definitivamente de casa a su padre por Navidad. Algo que la gran mayoría consideró “adecuado” que quedara pospuesto para mejor ocasión.

Pocos tenían el ánimo para reparar en que, con la aprobación del Presupuesto en el Senado, estábamos viviendo las primeras Navidades con aparente estabilidad política desde 2014.

Porque, en las del 15, a Rajoy no le salían las cuentas para la investidura, tras el desplome de su mayoría absoluta y empezaba a hablarse, por primera vez en cuatro décadas, de repetición de elecciones.

En las del 16, nada se podía esperar de un Gobierno del PP que, tras esa repetición de los comicios, se había formado gracias a la abstención de un PSOE cuarteado y en crisis.

En las del 17, el shock del golpe de Estado fallido en Cataluña y el 155 de quita y pon, se superponían a la debilidad de un Gobierno seminoqueado.

En las del 18, el éxito de la heterogénea moción de censura contra Rajoy dejaba un halo de interinidad, pendiente de si las urnas ratificarían o no a Sánchez.

Y en las del 19, la nueva repetición de elecciones en noviembre, tras el gatillazo de Albert Rivera en abril, nos mantenía en vilo, con la incógnita de si Sánchez lograría añadir suficientes votos a su “pacto del insomnio” con Iglesias.

Sánchez no sólo ha conseguido quedarse en la Moncloa gracias a la llamada “mayoría Frankenstein” sino que ha superado el trance de la pandemia

Ahora todo eso ya es Historia. Contra la mayoría de los pronósticos, Sánchez no sólo ha conseguido quedarse en la Moncloa, gracias a la llamada “mayoría Frankenstein” de la moción de censura, sino que -a pesar de los pésimos datos sanitarios y económicos y su elevada exposición televisiva- ha superado el trance de la pandemia, con muy poco desgaste e incluso ganando apoyos en el bloque de la izquierda, al aprobar en tiempo y forma unos Presupuestos sin tan siquiera enmiendas en el Senado. Entre tanto, ha contribuido a que la Unión Europea acuerde y desbloquee unas ayudas sin precedentes de 140.000 millones que irán llegando a España en cuestión de meses.

Como dicen sus más próximos, todo ello constituye ya un “itinerario de señales” que sólo los muy ciegos, obcecados o farsantes pueden dejar de ver.

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Nos gustará más o menos el desenlace, pero todo un lustro en el que la política española se había basado en un equilibrio de debilidades, ha quedado rebasado mediante la consolidación de un liderazgo claro en la izquierda. No me extraña que los partidarios de Sánchez ya proyecten sus expectativas más allá de las siguientes elecciones generales, subrayando el dato de que el líder del PSOE esté siendo mejor valorado que Pablo Iglesias entre los propios votantes de Podemos.

Simultáneamente, sostienen que, a pesar de su brillante discurso contra Vox, Pablo Casado no ha conseguido aun nada equivalente en el centro derecha. Alegan que ya se sabe que en el Gobierno manda Sánchez, pero no está claro si en la oposición manda Casado, manda Ayuso o manda Feijóo. O si un sorpasso en Cataluña convertirá a Abascal en el líder en alza. O si Ciudadanos sumará más escaños que PP y Vox juntos y el pragmatismo de Arrimadas la volverá a colocar sobre el tablero.

Se entiende, por cierto, que Moncloa tratara de contribuir al autocumplimiento de esta profecía, organizando la fallida conversación de 45 minutos, del 15 de diciembre, que sólo sirvió para constatar los desacuerdos entre Sánchez y Casado. Menos explicable es que el equipo de Génova aceptara un envite así, sin haber madurado antes algún acercamiento, pues su insistente queja de que el presidente no llama al líder del PP se autodestruye en el momento en que se demuestra que hablar no sirve de nada.

No está claro si en la oposición manda Casado, manda Ayuso o manda Fejóo. O si un sorpasso en Cataluña convertirá a Abascal en el líder en alza

Sólo cabe la interpretación cínica de que a Sánchez y Casado les conviene escenificar su total falta de sintonía, para movilizar a sus respectivos electorados en Cataluña, sobre la base de los tópicos antagonismos de la izquierda y la derecha. Pero quienes creemos que cada día son más urgentes los grandes pactos de Estado para reconstruir la economía y afianzar la unidad nacional, casi preferiríamos que no hubiera diálogo público, hasta que el guiso haya quedado listo en la cocina.

Es mejor un perplejo “no se hablan”, que siempre entraña la expectativa de que lo hagan, a un fehaciente “no se entienden” que certifica la recurrencia en el fracaso, sin otro aparente horizonte en ciernes.

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Pero tan nefasto como no ver esas “señales” que emite el faro del poder, sería quedar deslumbrado por ellas, sin trascender a sus reflejos. Porque tras la doble apariencia de consenso gubernamental y disenso con la oposición, hay una realidad compleja en la que estalla el factor humano.

Pablo Iglesias, el eterno rencoroso o al menos el eterno insatisfecho, no quiere ser Sancho Panza. O, mejor dicho, sólo quiere serlo para ejercer de gobernador de una ínsula en permanente expansión, a costa de la tierra ministerial que la rodea por todas partes. Y, desde luego, sin tener que pagar el precio de la sumisión a los autoinfligidos azotes del pragmatismo y la corresponsabilidad.

Para el presidente la situación es crecientemente incómoda. Sánchez necesita a Sancho, como el caballero necesita al escudero. Pero en el ADN de Pablo Panza no está servir de acompañante. Él necesita ser protagonista autónomo de una parte creciente del proyecto gubernamental, aun a costa de desnaturalizar el conjunto.

Pablo Iglesias, el eterno rencoroso o al menos el eterno insatisfecho, no quiere ser Sancho Panza

Es la diferencia que existe en traumatología entre una prótesis y una órtesis. La prótesis sustituye una de las extremidades o cualquier otra parte del cuerpo; la órtesis le sirve de simple apoyo o refuerzo.

La prótesis son las piernas de Pistorius, capaces de hacerle correr hacia la gloria. La órtesis es la férula de material plástico que llevaré unas semanas en la muñeca derecha para curarme de una lesión que me hice jugando al pádel. Iglesias quiere ser una prótesis permanente que condicione todos los movimientos del Gobierno; no una órtesis de quita y pon, a la que se recurre según conveniencia.

El problema es que se reivindica “cabezón” en la exigencia de que todo pase por él y se llama andana cada vez que la salida al azaroso campo abierto de las aventuras quijotescas de la política gubernamental requiere de un elemental sentido de la obediencia. A Pablo Panza le sobran las dos primeras sílabas de su vicepresidencia. Las exhibe como mero adorno, en las alforjas del rucio, siempre y cuando el sentido de la marcha le dirija a la plenitud de una Barataria con capital en Galapagar.

Aun estamos lejos del clímax de ese capítulo LX de la Segunda Parte del Quijote. Iglesias se atreve con sus vicepresidentas homólogas y con casi todos los ministros y ministras, pero aun no ha osado tocarle un pelo o hacerle un rasguño al presidente. El gobierno de coalición fenecerá el día que Sancho ataque a Sánchez y él tendrá todas las de perder. Lo que ahora es un desgaste paulatino se convertiría en acelerado hundimiento como ególatra desestabilizador del poder de la izquierda.

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Ni con Sánchez ni sin Sánchez tienen los males de Sancho remedio. Él cree que el mundo ha de cambiar de base y una pulsión irresistible le empuja a ponerlo patas arriba, con su panza y su coleta ocupando siempre la cima.

Con el agravante de que a medida que pasan los meses y nadie avista Barataria, la pulsión deviene en obsesión y la obsesión se cronifica en obcecación. Iglesias ya no elige sus batallas. Quiere darlas todas a la vez -ingreso vital, desahucios, salario mínimo, semana de cuatro días, transgénero, sólo sí es sí, el Sáhara o lo que se tercie- y, como me dijo Hugo Chávez el día que me echó de su despacho por pedirle que respetara la libertad de prensa, “te pareces a Jalisco que cuando no ganas, empatas”.

El gobierno de coalición fenecerá el día que Sancho ataque a Sánchez y él tendrá todas las de perder

Lo tremendo es que en ese “lo que se tercie” Iglesias ha destinado el tablero principal a la confrontación sobre la Monarquía y ha cruzado el Rubicón de la huida hacia delante. Podemos promete demostrar que la Corona es “una herramienta idónea para delinquir” y que la genealogía de Felipe VI le enlaza con Franco y Hitler. Justo en el momento en que Sánchez ha decidido erigirse a la vez en Lord Protector de la institucionalidad dinástica y cómplice de Felipe el Renovador en su “perestroika” modernizadora.

Una de dos, o Iglesias se convierte en un personaje de chiste que cada 14 de abril -o de mayo, o de juliembre- lance los gritos de rigor, como los viejos republicanos, herederos de la Gloriosa, lo hacían en sus apolillados banquetes, encastados entre dos siglos sin otra esperanza que la propia reiteración de lo estéril, o el choque de proyectos políticos, de visiones de España y de hojas de ruta, será ruidoso e inexorable.

¿En quién tendrá que apoyarse Sánchez, cuando eso suceda sino en Arrimadas y Casado, aun a costa de incurrir en la paradoja de hacer políticas de centro con un Presupuesto votado por la izquierda, de igual manera que hasta ahora ha contentado a la izquierda con el Presupuesto de Montoro como marco?

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Todo esto puede parecer historia alternativa, pero resulta que, cuando el Sancho que ha osado rebelarse contra aquel a quien sirve y acompaña, topa contra esos pies que penden de los árboles, es don Quijote quien le abre los ojos a la realidad:

-"Estos pies y piernas que tientas y no ves sin duda son de algunos forajidos y bandoleros que en estos árboles están ahorcados, que por aquí los suele ahorcar la Justicia, cuando los coge, de veinte en veinte y de treinta en treinta; por donde me doy a entender que estoy cerca de Barcelona".

Y, en efecto, hacia allí nos dirigimos porque el 14 de febrero está a la vuelta de la esquina. Cuatro siglos no han pasado en vano y a los delincuentes sólo se les detiene, juzga, condena y encarcela. También “de veinte en veinte y de treinta en treinta”. Mal podían esperar los ahorcados el indulto que ahora se exige para los presos que penden imaginariamente del recorrido de la campaña electoral.

Sánchez ya cuenta con que Iglesias le golpeará todo lo que pueda durante el próximo mes y medio, con esos simbólicos badajos de la campana de la rebelión. Pero, después del escrutinio, cuando una nueva mayoría independentista contraponga la apolínea República catalana a la contrahecha Monarquía borbónica, habrá llegado la hora de la verdad. Porque Sánchez se aferrará a la Constitución, con indultos o sin ellos, y Pablo Panza comenzará a conspirar para proclamar la Confederación de Ínsulas Ibéricas, sin que sirva ya de nada la recomendación quijotesca de “no hincharse como la rana que quiso igualarse con el buey”. Pronto le oiremos mugir.