Pablo Iglesias aprovechó el debate televisivo para plantear su versión del "olvidemos nuestro enfado y volvamos al amor", proponiendo "dejar atrás los reproches y formar un gobierno progresista que combine la valentía de Unidas Podemos y la experiencia del PSOE". Tanto en el momento de acudir a votar como en el breve acto del martes, al presentar junto a Pedro Sánchez el preacuerdo de gobierno, insistió en la fórmula: "Con vuestra experiencia y nuestra valentía".

Esa pretendida complementariedad no deja de recordarme la anécdota atribuida apócrifamente a Marilyn Monroe y Albert Einstein: "Usted y yo deberíamos tener hijos porque nacerían con su inteligencia y mi belleza", habría dicho la actriz. "No es una buena idea, imagínese que ocurriera al revés y nacieran con mi belleza y su inteligencia", habría respondido el científico.

Ilustración: Javier Muñoz

En realidad, los protagonistas del lance fueron la mítica bailarina Isadora Duncan y el dramaturgo Bernard Shaw, quien, al relatarlo, dio rienda suelta a su proverbial machismo. La verdad es que tanto Marilyn como Isadora, prisioneras del tópico de que las rubias tenían que ser idiotas, unían a su belleza un alto coeficiente intelectual.

Pero lo que nos atañe es el reparto de estereotipos que "la parte contratante de la primera parte" hace, al distinguirse de "la parte contratante de la segunda parte". Para Iglesias su partido encarna "la valentía" y el PSOE "la experiencia".

En esa "valentía" Iglesias engloba sin duda las múltiples transgresiones de lo política y éticamente correcto que Podemos ha venido protagonizando bajo su liderazgo: desde el impulso de los escraches contra sus rivales políticos, hasta el elogio de la inteligencia de ETA "por darse cuenta desde el principio" de que "para ejercer determinados derechos", había que desbordar la "legalidad española"; desde la reivindicación de la guillotina y el derecho a portar armas, hasta la exaltación de las dictaduras chavista y castrista; desde los ataques a la monarquía constitucional, hasta la denominación de "presos políticos" a los condenados por sedición por el Tribunal Supremo.

En cuanto a la "experiencia" del PSOE, es evidente, a juzgar por el contexto estratégico en que la glosó, que Iglesias no se refería ni a la "cal viva" que un día sacó a colación en el Congreso, ni a los ERE de Andalucía, ni a las demás tramas de corrupción. Aludía más bien al pragmatismo de un partido que desde el inicio de la Transición va ya por su octavo trienio de gobierno, gracias a su capacidad de decir una cosa y hacer la contraria, como ocurrió con la entrada en la OTAN, el plan de empleo juvenil, la Ley Corcuera, el pacto antiterrorista, el "Estatuto que venga de Cataluña" o la reforma laboral.

"Para Iglesias su partido encarna 'la valentía' y el PSOE 'la experiencia'"

Todos estos antecedentes tenían que ver, sin embargo, con cuestiones políticas complejas en las que la metamorfosis del partido siempre cubrió las apariencias de la gradualidad. Ahora la "experiencia" del PSOE emerge, como atolondrado bandazo, en el inaudito cinismo de quien un 17 de septiembre explica que "no dormiría" si hubiera un Gobierno con ministros de Podemos y el 12 de noviembre se precipita a anunciar que exactamente eso es lo que pretende configurar.

Si a ello se le une la carta de Pablo Iglesias, advirtiendo a su militancia que "el cielo se toma con perseverancia" y que "tendremos que ceder en muchas cosas", cualquiera diría que es Podemos quien quiere asumir el pragmatismo socialista, mientras que Sánchez hace suya la temeraria praxis podemita de auparse a lomos de la transgresión exprés. O sea que este gabinete, de paternidad impotente y maternidad subrogada, en el que ERC será la partera, bien podría nacer con la experiencia de Podemos y la valentía del PSOE. O sea con la pérfida inteligencia de Iglesias y la insustancial belleza de Sánchez.

***

Tal vez esta combinación explique que ese Gobierno, destinado, según Iglesias, a "inclinar la balanza en favor de la mayoría", sólo sea preferido por el 17% de los españoles, frente al 71% que desearía que se formara uno de "gran coalición" entre el PSOE, el PP y lo que queda de Ciudadanos. Es cierto que Casado descartaba de entrada incluso la abstención del PP, pero Sánchez ni siquiera contestó a su llamada de la noche electoral, cuando muy bien podría haberse abierto una perspectiva de diálogo en pro de la gobernabilidad.

¿Por qué en las horas siguientes se precipitaron los acontecimientos en un sentido tan nefasto? A mi entender porque Sánchez, el gabinete de Moncloa y los ministros más implicados en la repetición de elecciones y la orientación centrista de la campaña electoral quisieron crear una dinámica de hechos consumados para que nadie les pidiera cuentas dentro del PSOE por la merma en votos y escaños. Y porque, como el propio García Egea dio a entender, al final, el precio de la "gran coalición" bien podía ser la cabeza de Sánchez.

Estamos pues ante una típica huida hacia delante del presidente y su núcleo duro de colaboradores. Aunque sería una inquietante rareza en el mundo occidental, nada habría que objetar a que se formara un gobierno de izquierdas, un gobierno social-comunista -que nunca será "progresista" porque no nos hará progresar ni en libertad ni en prosperidad-, si hubiera obtenido un mandato claro de las urnas. Pero los magros 155 escaños que aportan los contrayentes necesitan de una amalgama adicional de ocho o nueve partidos, en la que la llave final la tiene Esquerra Republicana.

Tampoco habría nada que objetar a que la estabilidad del nuevo ejecutivo dependiera de Esquerra, si su independentismo doctrinal no hubiera devenido en movimiento sedicioso. Que la investidura, los presupuestos y las principales leyes vayan a depender de diputados teledirigidos desde la cárcel por un líder como Junqueras, reo de gravísimos delitos, colocará automáticamente al nuevo gobierno bajo continua sospecha.

"Los magros 155 escaños que aportan los contrayentes necesitan de una amalgama de 8 o 9 partidos, y la llave la tiene ERC"

La voz acusadora de Cicerón podrá brotar de nuevo de los labios de Arrimadas, Casado o incluso Abascal, señalando a los aliados de Sánchez: "¿En qué país estamos? ¿Qué Estado tenemos? ¿En qué ciudad vivimos? Aquí, aquí están sentados entre nosotros hombres que han conspirado para destruirnos". Y dirigiéndose, a continuación, a la propia cabecera del banco azul, añadirá: "Nunca más la suprema salvación del Estado se puede poner en peligro por un sólo hombre".

***

Claro que se cubrirán las apariencias. Al final, Esquerra pondrá un precio lo suficientemente bajo, de cara a la investidura, como para que a Sánchez no le violente demasiado pagarlo. En realidad, qué mayor recompensa pueden querer obtener los partidos separatistas sino el debilitamiento de las instituciones que aspiran a destruir y el desprestigio de sus dirigentes.

La debilidad de España será la contrapartida de fondo por el apoyo o abstención de Esquerra, del PNV y eventualmente de Bildu. Esa debilidad irá teniendo luego sus concreciones y síntomas, empezando por el abandono de la promesa electoral de Sánchez de volver a penalizar los referendos ilegales, siguiendo por la mesa de diálogo sobre la autodeterminación de Cataluña -con "relator" o sin él- e incluyendo, por supuesto, la excarcelación de quienes el vicepresidente de ese Gobierno seguirá describiendo como "presos políticos".

Si a ello le unimos la desconfianza extrema que inspirará en los inversores nacionales y extranjeros el previsible pulso perpetuo de una Nadia Calviño, cuya promoción correspondía a otro juego de alianzas, con los ministros podemitas, ávidos de recursos para su gasto social, la pesadilla estará servida. Sánchez será abucheado en cada lugar que visite, pero sólo podrá perseverar en su escapada porque cualquier alternativa de gobierno pasará ya de forma inexorable por encima de su cadáver.

Esa dinámica desembocará en una polarización extrema de la vida política, de forma que a un gobierno con Podemos que pondrá en riesgo el derecho de propiedad y otras libertades básicas sucederá -por qué no- un Gobierno con Vox que pondrá en riesgo derechos civiles y conquistas sociales también básicas. Ninguna espiral podría convenirle más al separatismo, aprovechándose primero de la blandura de la izquierda y a continuación de la dureza de la derecha.

***

¿Qué hacer para que no salte por los aires, en un par de vaivenes más, el bien urdido cañamazo de la Constitución del 78 y el espíritu cainita de los odios abisinios vuelva a ahogar nuestra convivencia con los peores reflujos del pasado?

"Ninguna espiral podría convenirle más al separatismo, aprovechándose primero de la blandura de la izquierda y luego de la dureza de la derecha"

En cualquier país europeo la recomendación de la Historia sería girar la vista al centro y formar una gran coalición respaldada por los 219 escaños que suman PSOE, PP, Cs. Desde esa transversalidad se podría afrontar el problema catalán con inteligente firmeza, amortiguar la nueva crisis económica, impulsar reformas clave en Pensiones, Educación o Sanidad y, sobre todo, templar el ánimo colectivo.

Poco podemos esperar de las cúpulas de los partidos. En el PSOE creen haber encontrado un camino para conservar el poder y punto. En el PP hay voces tan dispares como las de Alvárez de Toledo, Feijoó o Ana Pastor que abogan por el interés general, pero Casado no puede ignorar ni la falta de complicidad de Sánchez, ni los riesgos de la crecida de Vox. Y Ciudadanos no tendrá un nuevo liderazgo hasta marzo.

Algo habría que hacer desde la base de la sociedad, dentro de la modalidad "ayer tuve un sueño". Plataformas cívicas diversas deberían convocar a los constitucionalistas moderados de izquierdas, de derechas y de centro a una marcha circular de ida y vuelta que, partiendo desde Ferraz, subiera por Quintana, Serrano Jover, Alberto Aguilera, Carranza y Génova, uniendo así la sede del PSOE con la del PP. Una delegación plantearía allí a Casado sus demandas de concordia, estabilidad y transversalidad; esperaría su respuesta; y emprendería el camino de vuelta para trasladársela a Sánchez.

Serían dos kilómetros y medio al ir, y otros dos kilómetros y medio al volver. Un par de horas de caminata a paso lento y con esperas incluidas. Yo desde luego participaría en esa manifestación. Sería la primera desde el 23-F. Tal vez parezca un planteamiento ingenuo y estéril. Seguro que lo es. Pero más estéril, y peligroso, resulta quedarse de brazos cruzados, mientras Pedro accede al requiebro de Pablo para concebir un gobierno "con tu inteligencia y mi belleza".