Opinión

Nochevieja catódica y terapéutica con Cristina Pedroche y Ana Obregón

Ambas, reinas de la noche por motivos diferentes, hicieron lo posible por despedir el peor año de nuestras vidas. Incluso en algo tan liviano como la Nochevieja, la TV puede ser un gran servicio público.

1 enero, 2021 02:59

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Se ha pasado mucho. Tardes de dominó y de bingo en casa, un chandal que era el mismo y que empezó siendo cálido en marzo y ya por el Jueves Santo tenía otra textura, otra piel. Quizá de ahí venga el modelito esperado de la Pedroche, con mucho de edredón colgante en unos días en que se avisa de que a Madrid le aguarda la peor nevada en décadas. Homenaje vidrioso a la mascarilla.

La Puerta del Sol vacía es el escenario perfecto para que Chicote, una sílfide menos anfetamínica que otros años, te vaya dando paso con los lugares comunes y sin nadie abajo. Vestirse con un edredón –con un ladroné que diría el Risitas– tiene estas cosas: a una España narcotizada, no hay manta que la abrigue ni la despierte.

El vestido de la Pedroche, quitando el edredón, fue lo que fue y así quedará en los compartimentos más complejos de la memoria de un año que se ha cruzado por ventura. Un homenaje malo a las mascarillas de la nueva normalidad y porque la vallecana, con los saltitos, no es Marilyn Monroe –ni siquiera Marta Sánchez– en el Pacífico y de ahí que las más de 16.000 piezas de cristal bordado quedaran en un segundo plano ante el vacío de la Plaza de la Mari Blanca, lugar simbólico del 15-M y vacío por razones obvias.

La idea-fuerza de Pedroche era una mascarilla sugerente, y la vallecana lo lució bien, pero quienes la siguen por las redes de rigor saben que este año anda medio trascendente y quizá el vestido llevara otra simbología que Chicote, rey de la resiliencia del sector terciario entre lamparones ajenos, no vio. O no alcanzó a ver ante la creación de Pedro del Hierro.

Fueron unas campanadas extrañas. Se sabe que la sobreexposición mediática, bien llevada, tiene algo de terapéutico. Ana Obregón, por ejemplo, hizo bien con un azul rompiendo al frío y citando al hijo ido, que no hay tragedia más lorquiana. Que nadie interprete nada extraño en la Obregón: no cantó su pena, sino que habló del hijo ido como para recordar al público, el mismo que ha sufrido un secuestro general, que o se vive el momento o andaremos transitando como ganado algo tan bello como es la propia vida.

Ha sido una Nochevieja extraña. Fría. Hay sabañones en el alma. Quizá por eso José Mota, en un sketch lírico, hiciera un homenaje a Cinema Paradiso con todo lo que era sólido y que desde hace un año y un día, y según las autoridades chinas, ha perdido esta Humanidad que es imposible que toque más el fondo.

Pedroche con sus desnudeces simbólicas, y Chicote con los ojos como la Chiquita Piconera, y Mota e Igartiburu y Ana Obregón, le dieron la despedida al año con una sobriedad quirúrgica que agradecemos. Cualquier crítica es hacerse mala sangre.

La televisión, en esto tan tradicional y tan presuntamente hortera como la Nochevieja, puede ser terapéutica. El año que viene, Araceli nos dará las campanadas: seremos otros y seremos mejores.

Dios les bendiga y los guarde del constipado.