El presidente de Ucrania visita Madrid.

El presidente de Ucrania visita Madrid. Susana Vera Reuters

Europa

Zelenski viaja a Turquía tras conseguir radares españoles y cazas franceses para tantear una cumbre de paz con Rusia

Visto desde Moscú, el viaje a Ankara es un síntoma de debilidad. En Kiev, sin embargo, lo interpretan como un intento de ganar tiempo, diversificar apoyos y preparar el terreno para la negociación.

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Estambul
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Las claves

Volodímir Zelenski realiza una gira europea obteniendo apoyo militar, financiero y energético, incluyendo radares españoles, cazas franceses y acuerdos de gas griego.

Zelenski viaja a Turquía para tantear una posible cumbre de paz con Rusia bajo la mediación de Recep Tayyip Erdoğan, quien mantiene relaciones tanto con Kiev como con Moscú.

El presidente ucraniano enfrenta una crisis interna de corrupción, lo que podría debilitar el respaldo internacional y ser aprovechado por Rusia en la negociación.

El papel de Turquía como mediador se consolida gracias a su control del mar Negro y su capacidad para dialogar con todas las partes implicadas en el conflicto.

Apoyo militar, diplomático, energético y financiero. Esto es lo que busca el presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, en su gira europea para seguir manteniéndose en pie frente a su enemigo, Vladímir Putin.

En Madrid, Pedro Sánchez ha firmado 817 millones en ayuda a Ucrania para apoyar a su Ejército, a su población civil y a su reconstrucción. Entre ellos están más de 215 millones a través de SAFE (el Instrumento Europeo de Acción para la Seguridad de Europa), para costear la producción de radares y vigilancia. En este contexto, Zelenski se reunió en Madrid con la empresa española Indra, que le mostró el radar LTR-25 de vigilancia aérea y el sistema antidrón Aracne.

Turquía se añadió en el último momento a la gira de Zelenski, que llega a Ankara el miércoles, horas después de que aterrizara el enviado especial de Washington, Steve Witkoff, y tras cerrar acuerdos de tecnología española, gas griego y cazas franceses, para recordar a amigos, enemigos y escépticos que, cuatro años después del inicio de la invasión rusa, Ucrania sigue resistiendo y pretende decidir cómo se firma —y con quién— el final de esta guerra.

Ankara no es una parada exótica, sino el escenario elegido para explorar, bajo el paraguas de Recep Tayyip Erdoğan y con un ojo puesto en el entorno de Donald Trump, cómo podría ser una negociación futura sin desarmar a la Ucrania en plena guerra. Erdoğan, que mantiene buenas relaciones con Kiev, Moscú y Washington, es el único mediador que puede conseguir una solución negociada.

El líder turco, en plena deriva autocrática en lo doméstico, espera usar la visita de Zelenski para consolidarse como imprescindible, reforzar su control político y naval sobre el mar Negro, profundizar la cooperación militar y de reconstrucción con Ucrania —sin romper con Rusia— y colocarse dentro del nuevo esquema de seguridad europeo como actor indispensable. Todo ello envuelto en una escenografía que le presenta ante su opinión pública como el estadista que habla con todos.

Como ha definido el investigador de Chatham House Galip Dalay, la línea de Ankara es “pro-Kiev, sin ser abiertamente anti-Moscú”, y ha prestado apoyo militar a Ucrania sin romper con Rusia. Erdoğan vive en una paradoja: mediador respetado fuera, autócrata en casa, con el apoyo más bajo en sus más de dos décadas de mandato, en parte por una crisis económica autoinfligida, mientras erosiona aún más lo que queda de democracia con la detención de los líderes del partido de oposición. El papel internacional de árbitro le da legitimidad interna.

Por su parte, Zelenski está en sus horas más bajas, pero aún es imprescindible. La crisis de corrupción que sacude a su entorno, conocida como la Operación Midas, con el foco sobre Andriy Yermak —jefe de la oficina presidencial y verdadero número dos del poder—, ha abierto una brecha interna.

Yermak es un amigo fiel de Zelenski por el que este está comprometiendo su liderazgo. Se da por hecho que el presidente intervendrá ante la Rada (el Parlamento ucraniano) y “rodarán cabezas”, empezando probablemente por Yermak, a petición de los propios diputados del partido presidencial.

En el ecosistema político ruso esto se interpreta como una oportunidad: si en Washington y en las capitales europeas cristaliza la idea de que el Gobierno ucraniano es corrupto, resulta más fácil cuestionar el envío de armas y, sobre todo, de dinero. Moscú “se frota las manos”, señala un analista desde Rusia, porque una Ucrania señalada por sus aliados es una Ucrania más vulnerable en el campo de batalla y en la mesa de negociación.

En el trasfondo está Trump, de nuevo en la Casa Blanca y con la cuenta pendiente de los episodios relacionados con Hunter Biden y sus negocios en Ucrania en 2019. Trump se la tiene jurada a Zelenski y Washington dispone de munición política —investigaciones, sospechas de coerción o corrupción— con la que presionarle.

Desde esta perspectiva, la gira de Zelenski es también un intento de demostrar que sigue siendo útil, presentable y necesario para Occidente.

Lo que busca Ucrania

Antes de Turquía, Zelenski ha pasado por tres capitales con objetivos muy claros.

En Francia, ha amarrado el largo plazo militar. París se ha comprometido a un paquete que incluye la futura adquisición de hasta 100 cazas Rafale y nuevos sistemas de defensa aérea, así como drones e interceptores. Es el esqueleto de una fuerza aérea ucraniana integrada en el ecosistema occidental. A cambio, Francia asegura décadas de contratos para su industria de defensa y se consolida como arquitecta de las garantías de seguridad que Europa promete a Kiev.

En España, el énfasis está en el corto y medio plazo: defensa antiaérea, radares y sistemas antidrones, precisamente lo que Ucrania necesita para sobrevivir a los bombardeos rusos de este invierno y proteger su infraestructura crítica. Madrid ya se había comprometido a un volumen importante de ayuda militar para 2025; ahora la visita permite visualizar ese compromiso y vincularlo a la industria española, con empresas como Indra bien posicionadas en sensores y guerra electrónica.

España, a cambio, gana peso como actor de seguridad en el flanco este y se reserva un lugar en la futura reconstrucción.

En Grecia, el objetivo es energético. Los ataques rusos han destruido buena parte de la producción interna de gas ucraniana. Kiev se está viendo obligada a tirar de reservas y a importar gas que entra como GNL por puertos europeos, entre ellos Alexandrópolis, y se reexporta por gasoducto hacia Ucrania.

El acuerdo anunciado en Atenas busca precisamente eso: usar la red de terminales y tuberías de la UE para garantizar que Ucrania no se quede sin energía en pleno invierno, mientras Grecia se proyecta como hub regional de GNL. Zelenski obtiene gas y seguridad de suministro; Kyriákos Mitsotakis, protagonismo y contratos.

Turquía como mediador y escenario de prueba

Para analistas como Yevgeniya Gaber o Iliya Kusa, la relación Kiev–Ankara es mucho más que un intercambio de drones Bayraktar por motores ucranianos: es una alianza estratégica asimétrica. Turquía es miembro de la OTAN, pero actúa con autonomía, controla el acceso al mar Negro a través de los estrechos y ha sido sede de las pocas negociaciones serias entre Rusia y Ucrania desde 2022.

El mar Negro es uno de los centros de gravedad de esta guerra: codiciado por Rusia por su proyección militar contra Ucrania, el Mediterráneo y la OTAN, y vital para Ucrania como vía de exportación del 90% de su cereal. Dominar esa cuenca condiciona la seguridad de Ucrania, la de los Balcanes, el Cáucaso y parte del Mediterráneo. Turquía, que controla los estrechos, ha sido un actor clave: el cierre del paso a buques de guerra rusos ha limitado refuerzos a la flota del mar Negro, y Ankara se ha convertido en mediador inevitable.

Erdoğan es la tercera vía. El líder turco, experto en malabares diplomáticos, habla con todos, juega a veinte bandas y tiene intereses geopolíticos propios en el mar Negro, el Cáucaso y Oriente Medio. Turquía es el único mediador realista capaz de sentar a las partes.

El encuentro entre Zelenski y Witkoff, filtrado por medios turcos, ha provocado la irritación del portavoz del Kremlin, Dmitri Peskov, al conocer que Moscú no ha sido invitado.

Para el líder ucraniano, Turquía cumple varias funciones simultáneas. Es un escenario de negociación donde Kiev está dispuesto a explorar una salida política bajo el patrocinio turco, sin que parezca una capitulación ante Moscú. Y supone también un canal de comunicación y de tanteo con el trumpismo, evitando otro bochorno tóxico como el que tendría otro encuentro en Washington.

Zelenski intenta que Trump no lo vea únicamente como el hombre que no le ayudó contra Biden, y que Moscú entienda que Kiev sigue teniendo amigos relevantes en la OTAN.

Para el líder ucraniano, Turquía cumple varias funciones. Es un escenario donde Kiev puede explorar una salida política bajo patrocinio turco sin que parezca capitulación ante Moscú. Zelenski busca que Trump no lo vea solo como el hombre que le negó ayuda contra Biden y que el Kremlin compruebe que Kiev conserva aliados relevantes en la OTAN.

Las acusaciones de corrupción son el colofón a meses de exigencias de “paz” por parte de Putin, que implican que Ucrania ceda grandes zonas ocupadas (Donetsk, Lugansk, Zaporiyia y Jersón). Este “intercambio de algunas tierras” tiene el apoyo de Trump desde agosto, y hasta el presidente brasileño Lula da Silva se sumó en su momento a la concesión de Crimea.

Visto desde Moscú, el viaje a Turquía es un síntoma de debilidad: un Zelenski acorralado por la corrupción y vulnerado por la hostilidad de Trump que busca refugio bajo el ala de Erdoğan. Desde Kiev, en cambio, es un intento de ganar tiempo, diversificar apoyos y preparar el terreno para una eventual negociación. Pero Zelenski no se irá mientras dure la guerra. Esta gira es parte de su supervivencia.