Vladímir Putin y Alexander Lukashenko durante una reunión en Moscú.

Vladímir Putin y Alexander Lukashenko durante una reunión en Moscú. Reuters

Europa

Relativizar la amenaza nuclear: por qué no creer el aviso de Putin de llevar la guerra a Bielorrusia

Rusia no quiere un holocausto nuclear, pero a través de la amenaza espera que los distintos gobiernos se vayan plegando a sus peticiones.

2 abril, 2023 03:31

El pasado martes 21 de marzo, como punto final a la visita del líder chino Xi Jinping a Rusia, los gobiernos de ambos países publicaban un comunicado conjunto en el que se reforzaban los lazos de unión y se valoraba la situación internacional generada por la invasión rusa de Ucrania. Sin profundizar demasiado en la materia para proteger la supuesta neutralidad de China, el comunicado concluía que "en una guerra nuclear no puede haber ganadores", además de apelar al Tratado de No Proliferación como herramienta necesaria e imprescindible.

Cuatro días después, en una entrevista concedida a la televisión estatal rusa, Putin anunciaba el envío de diez aviones con capacidad para cargar misiles nucleares a Bielorrusia, en lo que solo podía considerarse una amenaza a sus enemigos de la OTAN. Es de entender que Putin ya había informado de esta maniobra a Xi en su reunión y que Xi lo tomó como lo que es: una bravuconada.

Putin puso como excusa el envío a Ucrania de uranio empobrecido para uso en armas convencionales por parte del gobierno británico. La palabra "uranio" puede servir como excusa para cualquier cosa, pero lo cierto es que la propia Rusia lo utiliza para su armamento no nuclear y, de hecho, se rumoreó en su momento que lo estaba utilizando en la mismísima Ucrania.

[Ucrania se jacta de quitar a Rusia un 'matatanques' tras la amenaza nuclear de Putin desde Bielorrusia]

¿Cuál era el sentido entonces de una amenaza tan clara y tan pública? El de siempre: intimidar. Rusia no quiere iniciar una III Guerra Mundial, Rusia no quiere un holocausto nuclear y, desde luego, Rusia no quiere ver como sus grandes ciudades se ven reducidas a cenizas. Lo que quiere es sencillo: expandirse hacia el este y consolidarse como el peligro que fue para el mundo occidental en la época de la Unión Soviética. Una superpotencia militar cuya sola presencia en la frontera haga temblar a cualquiera.

Mensaje a la opinión pública

Sin embargo, no es eso lo que estamos viendo en Ucrania. Cuando a la URSS se le rebelaban en Hungría, mandaba sus tanques y sofocaba las protestas. Cuando surgía un gobierno incómodo en Checoslovaquia, enviaba a su ejército a Praga y cuestión acabada. Ahora, no es capaz ni de tomar Bakhmut juntando los esfuerzos de sus unidades convencionales con los de los mercenarios del Grupo Wagner. Avanzar unos kilómetros en el Donbás y llegar por el sur al río Dniéper les ha costado decenas de miles de vidas.

El Iskander es un sistema de misiles tácticos que puede lanzar armas nucleares, con un alcance de hasta 500 kilómetros.

El Iskander es un sistema de misiles tácticos que puede lanzar armas nucleares, con un alcance de hasta 500 kilómetros. Reuters

Parte de ese fracaso hay que atribuirlo al indudable coraje y a la pericia estratégica del ejército ucraniano. Otra parte, esto es indiscutible, tiene que ver con el apoyo logístico que Occidente y, en especial, la OTAN, está brindando a Kiev. En el Kremlin están convencidos de que, sin ese apoyo, podrían retomar la idea original de su "operación militar especial", derrocar a Zelenski y, como mínimo, anexionarse el pasillo anunciado hace un año desde Járkov hasta Odesa, permitiendo un gobierno títere en el resto del país con el que firmar la paz.

Mientras Occidente siga mandando tanques, cazas y munición, mientras continúe con sus sanciones económicas y su formación militar de élite, es imposible que Rusia consiga sus objetivos militares. El problema para el Kremlin es que no tiene manera de conseguir que esa ayuda cese más que mediante la amenaza… y esa amenaza solo puede ser la del apocalipsis.

Putin, como exagente del KGB y hombre versado en el dominio de la mente ajena, sabe cuáles son nuestros miedos. Es consciente de que sólo el uso de la palabra “nuclear” genera una ola de pavor en las opiniones públicas occidentales. Y por eso juega con ello continuamente.

Este mismo lunes, Nikolai Patrushev, secretario del Consejo de Seguridad de la Federación Rusa, insistía en la idea: “Rusia tiene armas suficientes para destruir cualquier país… y eso incluye a Estados Unidos”. La gran esperanza de Putin a corto-medio plazo es que la guerra se convierta en cuestión electoral. Que sus estrechos colaboradores en el Partido Republicano, empezando por su gran amigo y admirador, Donald Trump, convenzan al ciudadano medio de que mandar armas a Ucrania es peligroso no ya para la seguridad del mundo… sino para la de su propia familia.

Esto no es 1962

Los mensajes de Putin -no entramos en sus acciones, puesto que dichas infraestructuras aún no han sido enviadas a Bielorrusia y quizá no sean enviadas nunca- tienen una parte de consumo interno, pues necesita dar una imagen de contundencia ante una sociedad civil rusa que no es la sumisa soviética y que estará viendo con pavor cómo los jóvenes viajan al frente y no vuelven, y tienen una parte de propaganda dirigida no tanto a los políticos occidentales, sino a sus votantes.

Si Rusia es capaz de atemorizar lo suficiente a las distintas opiniones públicas, es de esperar que sus respectivos gobiernos se vayan plegando a sus peticiones.

Los miembros del servicio ucraniano disparan un obús M119 en una línea del frente cerca de Bakhmut.

Los miembros del servicio ucraniano disparan un obús M119 en una línea del frente cerca de Bakhmut. Reuters

Si volvemos a la cuestión bielorrusa, habrá que preguntarse cuál es el cambio en la práctica. No hablo de la teoría porque la teoría nos la sabemos: es exactamente la expresada en el comunicado conjunto que emitieron China y Rusia hace justo una semana. La que China lleva defendiendo desde el inicio de la guerra con total convencimiento, pues no en vano, China tiene sus propias armas nucleares y sus propios conflictos con potencias occidentales y nunca, en ningún momento, ha recurrido a la amenaza atómica.

Bielorrusia no es Cuba 1962. En la época de los misiles intercontinentales hiperprecisos, colocar un arma nuclear unos cientos de kilómetros más cerca o más lejos de un objetivo potencial no significa nada.

No es una mayor amenaza para Ucrania porque, obviamente, Ucrania ya comparte frontera con Rusia. Bastaría con mandar esas armas a Belgorod o, directamente, a Mariúpol. Tampoco es una mayor amenaza para la OTAN porque Rusia ya comparte frontera con los estados bálticos -Letonia, Estonia y Lituania- que forman parte de la Unión Europea y la Alianza Atlántica.

No es tan siquiera una novedad estratégica, un paso adelante que hasta ahora no se hubiera dado. Rusia ya anunció hace un par de meses a bombo y platillo que iba a incorporar submarinos nucleares a su flota del Mar Báltico. En 1962, Kruschev urdió un plan secreto para colocar lanzamisiles a pocos kilómetros de las costas de Florida. No lo anunció en una entrevista televisada y no se limitó a mover sus armas unos kilómetros: atravesó todo un océano. La situación, obviamente, no es la misma.

La complicidad de Bielorrusia

El estatus de Bielorrusia tampoco cambia en exceso. Todos sabemos que es un apéndice del Kremlin. Lo sorprendente, de hecho, está siendo la resistencia de Lukashenko a declararle la guerra a Ucrania pese a las insistentes peticiones de Moscú. Desde Bielorrusia entraron los blindados que quisieron tomar Kiev en cinco días allá por febrero de 2022. En la frontera de Bielorrusia con Ucrania se repiten las maniobras militares con tropas rusas que solo buscan intimidar al régimen de Zelenski.

En definitiva, no hay nada nuevo. La inteligencia estadounidense salió de inmediato al quite para tranquilizar al mundo porque al mundo le viene muy bien tranquilizarse ahora mismo. Rusia necesita una victoria, pero no necesita la autodestrucción.

Muchos repiten que dicha victoria es inevitable porque “una potencia nuclear no puede ser derrotada”. Ignoran lo que pasó en Vietnam en los años sesenta y setenta. Ignoran lo que pasó en Afganistán en los años ochenta y en el siglo XXI. Las grandes superpotencias han perdido guerras pseudocoloniales en el pasado sin destruir por ello el planeta. Han orillado la cuestión y a otra cosa.

Lo mismo hará Putin si Rusia pierde la guerra de Ucrania. Lo mismo está haciendo en los últimos meses, de hecho. Lo que iba a ser una gran ofensiva para recuperar el Donbás en su totalidad, se convirtió en una heroica liberación de Bakhmut porque solo en Bakhmut parecía tener éxito dicha ofensiva. Ahora que ni eso, se habla constantemente de Avdiivka, que no deja de ser prácticamente un suburbio de Donetsk capital, en manos prorrusas desde 2015.

Rusia perderá o ganará y el mundo seguirá dando vueltas. Ahora bien, para ganar necesita algo más que mandar hombres al matadero y gastar millones en armamento. Necesita torcer la voluntad política de Occidente. Necesita, en definitiva, que se rinda y ceje en su empeño de ayudar a un país soberano víctima de una intolerable agresión. En Rusia siempre han estado muy convencidos de que mientras ellos matan osos con sus propias manos, los occidentales somos decadentes y miedicas. Tal vez tengan razón, pero de momento todo hace indicar que no es para tanto. Ni lo uno ni lo otro.