Europa

Mata-Hari, aproximación a un mito de novela negra con el Madrid bohemio de fondo

Jugaba con el artificio y el público mordía el anzuelo porque nadie quería ver la realidad; a Margaretha Zelle, hija de la burguesía holandesa.

16 octubre, 2021 03:42

La noche en que Mata-Hari actuó por primera vez en el Gran Kursaal de Madrid por primera vez, todos pensaban que era india. Así se anunciaba ella, ferviente budista, danzadora del vientre, sugerente bailarina de strip-tease que paseaba su espectáculo y su cuerpo por toda Europa. Eran los años de la bohemia, los de las noches eternas de París a Londres y vuelta. “El mundo de ayer”, que diría Stefan Zweig, donde los pasaportes aún no existían y las grandes ciudades se deleitaban en el gran invento de finales del XIX: el ocio.

El 7 de enero de 1906, Madrid era la mezcla de fiesta y polvorín que era todo el continente. Tiempos de Raquel Meller y de Mateo Morral, el anarquista que quiso acabar con Alfonso XIII el mismo día de su boda con Victoria Eugenia, lanzando una bomba contra la carroza real y llevándose por delante a veintiocho personas. Mata-Hari venía de gira, el nombre exótico copando la cartelería de lo que durante muchos años sería el Cine Madrid, en la Plaza del Carmen, recinto de variedades para la clase media-alta más descarriada.

No es que Mata-Hari hubiera inventado el strip-tease, desde luego, pero hasta cierto punto lo había internacionalizado, convertido en un espectáculo que iba más allá de lo sórdido. Un espectáculo con fiesta para elegidos en el Hotel Ritz, junto al edificio de la Bolsa. Un negocio, vaya. Mata-Hari jugaba con el artificio y el público mordía el anzuelo encantado porque nadie quería ver la realidad; nadie quería ver a Margaretha Zelle, hija de la burguesía holandesa, rebelde sin causa que huyó tras casarse a las colonias de la actual Indonesia, donde vivió durante años entre excentricidades y violencia, la misma violencia que la llevó al pánico al sexo y al divorcio.

En Indonesia se empapó de exotismo oriental. Los tiempos en los que todo lo que venía de la lejana Asia ocultaba un aire romántico, oculto, mágico. Cuando volvió a su país, hundida en la pobreza y sin recursos para tirar adelante, lo intentó primero en el circo, acrobacias con caballos, y se reinventó después como un personaje fascinante, un personaje que no era ella pero que podía serlo si el que pagaba así lo quería. Una bailarina y a la vez una cortesana, pero no una bailarina-cortesana a lo Nicole Kidman en “Moulin Rouge”, sino una bailarina-cortesana de lujo, de amantes ricos y poderosos con el tiempo justo para aburrirla.

La Gran Guerra que acabó con la fiesta

El magnetismo de Mata-Hari dura, en rigor, poco tiempo. Apenas unos siete años. Entrada ya en la treintena, la Gran Guerra anunciándose antes incluso del atentado clave en Sarajevo, Margaretha Zelle conserva el apodo, pero cuelga los velos. Adiós a la bailarina, quede la cortesana experimentada, la mujer que no puede hacer competencia ya a otros cuerpos más jóvenes, más prietos y más baratos, pero que cuenta con el encanto del “savoir faire”: múltiples lenguas, conversación interminable, una capacidad envidiable para la seducción.

Habitual de distintas cortes, la guerra la pilla, como siempre, viajando y entre demasiados jaleos. Su condición de holandesa, país neutral, ayuda. Tiene facilidad para entrar y salir y se convierte de inmediato en objetivo del alto mando alemán, que la intenta convencer por medio del coronel Werner von Birmach para aceptar sesenta y un mil dólares a cambio de espiar a altos mandos británicos y franceses. Mata Hari acepta y se lleva el dinero… pero ella no sabe espiar, no sabe ni por dónde empezar y se limita a seguir viviendo su vida.

Y la vida le lleva hasta el piloto ruso Vadim Maslov, del que se enamora perdidamente a los cuarenta años, quince más que su nuevo amante. Maslov, habitual del entorno de Nicolás II, le promete un futuro dorado en San Petersburgo, junto al zar y su familia. Comoquiera que el tratado de Brest-Litovsk aún no se ha firmado y que Rusia sigue en guerra con Alemania, Austria, Bulgaria y Turquía, el joven piloto colabora activamente con el ejército francés y es una fuente de información constante, que no está nada claro si Mata-Hari llega a utilizar o no. Así, hasta que, en verano de 1916, Maslov cae herido y queda ciego, recluido en un hospital de guerra en Alemania.

Cuando Mata-Hari intenta cruzar la frontera para ver a su amado, le espera ni más ni menos que el servicio de contraespionaje francés. Aquí se cruzan las leyendas: lo que sabemos seguro es que Margaretha Zelle solo quería ver a Maslov, al que califica como “el amor de su vida”. No tendría mucho sentido que Zelle fuera a sacar información a alguien que ya estaba detenido y en manos de los alemanes, así que insistir en un interés como espía parece absurdo. Tampoco sabemos qué quería exactamente el contraespionaje francés y en concreto Georges Ladoux, uno de esos personajes siniestros que abundan en todas las épocas. En cualquier caso, a partir de ese momento, las cosas se complican mucho para Mata-Hari.

La doble espía que salía demasiado cara

Ladoux le hace una buena oferta: un millón de francos a cambio de información alemana. Mata-Hari acepta como aceptó en su momento la oferta del Eje. Lo demás hay que cogerlo con pinzas: algunos historiadores insisten en que Ladoux quería que sedujera al príncipe heredero, Guillermo de Alemania. Esto tampoco tiene mucho sentido porque el príncipe estaba desconectado de las maniobras militares de su país… y porque, según otras fuentes, Guillermo y Mata-Hari ya habían sido amantes en su momento, cuando la gira pasó por Berlín, para deleite de la corte imperial.

En cualquier caso, Mata-Hari ya está condenada, porque ha aceptado dinero y el dinero obliga. Tiene que pasar información a los alemanes, pero no les pasa prácticamente nada, minucias de las que se enteraría cualquiera. Tiene que pasar información a los franceses, pero su alma enamorada no la permite dedicarse a su “trabajo”. En resumen, Mata-Hari es una inversión ruinosa para ambas potencias y eso no suele acabar bien en un momento en el que ha empezado la guerra de trincheras y los muertos se cuentan por cientos de miles.

Y, así, Mata-Hari acaba, diez años después, de nuevo en Madrid, de nuevo en el hotel Ritz. Sabe que tiene un problema serio y contacta con el mayor Arnold Kalle, agregado militar, para ver si le puede conseguir un encuentro con el príncipe. Kalle no solo no le consigue ningún encuentro sino que la presiona para que continúe (o, más bien, para que empiece en serio) su tarea de espionaje. No queda más remedio que volver a París y ver de qué puede enterarse. Poca cosa. Rumores y rumores sobre vidas sexuales intensas en medio de la muerte y la desesperación. Kalle se empieza a cansar. Mata-Hari no vale lo que cuesta y su empeño en contactar con el príncipe heredero resulta irritante. Mejor dejarla caer.

“Seré una fulana, pero no una traidora”

Estamos en febrero de 1917. Falta menos de un mes para que la Guerra dé un giro totalmente inesperado con el inicio, el 8 de marzo, de la Revolución Rusa. Mata-Hari ocupa una habitación en el Hotel Elysée Palace, en plenos Campos Elíseos de la capital francesa cuando, el día 13, la policía entra para arrestarla. Como no es la primera vez que sucede -ya había sido detenida por los servicios secretos británicos unos meses antes, pero el nombre de Ladoux le sirvió para acabar comiendo caliente y tranquila en el Hotel Savoy-, Margaretha se lo toma casi a risa. No hay pruebas, no hay secretos, no ha decantado la guerra de un lado ni del otro… pero Francia busca un escarmiento y Alemania se lo ha servido en bandeja. La acusan de la muerte de cincuenta mil franceses, un número extrañamente redondo. El juicio empezará en breve.

¿Cómo se enteró el propio Ladoux de que Mata-Hari estaba jugando con ellos? Como sucediera con la famosa máquina ENIGMA durante la II Guerra Mundial, los aliados tenían su propia forma de desencriptar los mensajes en clave de los alemanes. El problema era que los alemanes lo sabían. En uno de esos mensajes cara a la galería, es decir, destinados a un público extranjero que no sabe que tú sabes que ellos saben, Kalle revela la identidad de una espía a la que nombra mediante un código secreto, H-21. La descripción, sin embargo, solo puede ser la de Mata-Hari, lo que la convierte en inmediata sospechosa.

A continuación, Ladoux contacta con Margaretha para darle el nombre de seis presuntos colaboradores belgas en suelo alemán, de los cuales solo uno realmente trabaja para Francia. Si de verdad está transmitiendo información, será fácil averiguarlo. Ladoux espera paciente y a los pocos días recibe la noticia: su espía ha sido fusilado. Los otros cinco siguen como si nada. El vínculo solo puede ser Mata-Hari, que lo niega mil veces –“Seré una fulana, pero no una traidora”, exclama, digna, en el juicio- pero en vano. Es la única prueba, pero es suficiente. Una prueba por deducción, sin evidencia que a su vez la sostenga. Una prueba que la mandará al patíbulo.

Un nombre convertido en adjetivo

Un 15 de octubre de 1917, hizo ayer por tanto ciento cuatro años, Mata-Hari es puesta frente al pelotón de fusilamiento. Aquí entra de nuevo la leyenda: se mostró desafiante, tiró un beso a sus ejecutores, nunca creyó en serio que fuera a morir… Fuera como fuere, una vez muerta la hija del burgués, muerta la fugitiva a las Indias Orientales, muerta la bailarina y la cortesana, quedó la leyenda. La leyenda de la mujer calculadora y perversa, a lo mito bíblico. La leyenda, después. de la mujer empoderada que hizo con su vida y con su cuerpo lo que quiso y no fue más que el chivo expiatorio que pagó los platos ajenos.

Pasado más de un siglo, es casi imposible atender con rigor a la cronología, estar seguro de qué paso se dio antes de tal otro o quién contrató antes los servicios de quién y a cambio de qué recompensa. La información del juicio a veces contradice la de los que trataron con ella y los historiadores bucean en términos medios, como lo hace este artículo. Una aproximación de la que solo se puede extraer una certeza: el Gran Kursaal de Madrid, la noche posterior a la Epifanía; la que iba para sucesora de Isadora Duncan sorprendiendo a un público encendido antes de salir a una madrugada confusa. Mata-Hari, personaje de película de Woody Allen. Mata-Hari, años después, como nueva Dreyfus con Clemenceau otra vez de por medio.

Los alemanes ya la exculparon en su momento. Los británicos no están nada convencidos. Los franceses son los que más reacios se muestran a revisar su propia condena. Con el tiempo, el nombre se perderá según vayan pasando las generaciones y cambien sus referentes culturales e históricos. Llegará el día en el que nadie utilice “Mata-Hari” como adjetivo, ni peyorativo ni elogioso, porque nadie le entenderá. Personajes que crean los periódicos más que la Historia. Alguien que pasaba por ahí y poco más, en el fondo. Una adicción a la tragedia que acabó como acaban todas las vidas: en la muerte.