Turismo en Japón.
La prostitución, el lado oscuro del 'boom' turístico japonés: "He llegado a ganar casi 575.000 euros como trabajadora sexual"
El aumento exponencial de turistas en Japón durante 2025 ha provocado un crecimiento sin precedentes de la demanda de servicios sexuales, así como arrestos y cercos policiales.
Japón, reconocido en el mundo por su cultura milenaria, su seguridad y sus avances tecnológicos, vive un auge turístico sin precedentes: casi tres millones y medio de visitantes internacionales al mes. Pero detrás de los récords se esconde una sombra incómoda: el incremento del turismo sexual, un fenómeno que amenaza con manchar la imagen de un país que ha invertido décadas y billones de yenes en eventos —como los Juegos Olímpicos o la Expo Osaka-Kansai, que aún está celebrándose— para proyectarse como referente de modernidad, respeto y armonía.
Un informe reciente de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) advierte que Japón se ha convertido en destino emergente del turismo sexual. La combinación de seguridad, infraestructuras y fácil acceso a servicios para adultos ha impulsado la proliferación de negocios fuzoku —locales de entretenimiento para adultos— que operan en una zona gris legal. La prostitución está prohibida, pero los servicios sexuales se ofrecen de manera encubierta. En ciudades como Tokio, Osaka o Fukuoka, estos establecimientos se han multiplicado con una creciente clientela extranjera.
Kabukicho, en pleno barrio tokiota de Shinjuku, es el epicentro de esta industria. En los últimos meses, la policía ha desmantelado redes que captaban a chicas jóvenes endeudadas con clubes nocturnos para forzarlas a prostituirse. También se han producido arrestos en locales de masajes que ofrecían mujeres a turistas extranjeros. En algunos operativos se confiscaron divisas de más de 16 países, una señal clara de la magnitud internacional del negocio.
Uno de los casos que ha causado más polémica estas últimas semanas ha sido la detención en el parque de Okubo de cuatro tachinbo (prostitutas callejeras) de unos 20 años acusadas de estafar a hombres extranjeros. El modus operandi de las mujeres, según la policía japonesa, consistía en acordar en el mismo parque con el cliente un precio por servicios sexuales —generalmente unos 10.000 (57 euros) o 20.000 yenes (115 euros) por servicio— e ir a un love hotel, un hotel por horas, cercano. Una vez en la habitación del hotel, las mujeres reclamaban esa cantidad y, en algún descuido del cliente, aprovechaban para escapar de la habitación con el dinero.
Según la División de Seguridad del Departamento de Policía Metropolitana de Tokio, estas últimas semanas de verano se reportaron 11 casos de extranjeros que viéndose en esta situación fueron a denunciar el robo al koban —pequeña oficina policial— más próximo. Además, según las mismas fuentes, durante el mismo período hubo un reporte de aumento de casos sobre "robos de carteras" de potenciales clientes tanto en las inmediaciones del parque de Okubo como en hoteles por horas próximos. Una de éstas cuatro chicas, precisamente, fue detenida nuevamente hace unos días acusada de este mismo delito.
Vida diaria en Japón
"Cuando me arrestaron, no me estaba prostituyendo", explica una de las tachinbo a EL ESPAÑOL en la sede de una ONG cercana de ayuda a estas chicas que desean salir de este círculo vicioso. "Creo que (los policías) me eligieron como advertencia para que los medios de comunicación grabaran mi detención", explica esta joven que no quiere dar su nombre. "Finalmente, la policía me dijo que no estaba haciendo nada grave y me liberaron después de 48 horas", explica asegurando que lo más difícil fue no poder usar durante ese tiempo su smartphone.
Esta joven de 25 años admite que no le sorprendió la detención en sí: "Sí, ejerzo la prostitución y sé que es un delito así que pensé que era natural que me arrestaran pero nunca cometí ningún fraude ni ningún robo", afirma muy segura de sí misma. "Hay otras chicas que cometen fraudes y robos, pero yo no soy así", asegura diciendo que se gana muy bien la vida para cometer pequeños hurtos.
"En los tres años desde que empecé a prostituirme he llegado a ganar casi 100 millones de yenes (más de 575.000 euros)", asegura, "aunque ahora sólo me quedan unos 200.000 yenes (unos 1.150 euros), ya que todo lo que ganaba, me lo gastaba". Tras su arresto, la vida le ha dado un giro por completo: "Cuando me enteré de que mi nombre y mi rostro se habían hecho públicos, decidí dejar de prostituirme", aunque asegura conocer la dificultad de todo ello. "Ahora que mi cara y mi nombre real son de dominio público, siento que nunca conseguiré una entrevista de trabajo. Realmente quiero un trabajo decente en un café o algo así", admite sin demasiada convicción.
"Ahora ayudo a una ONG que apoya a chicas que se prostituyen en Okubo; hablo con las chicas que están allí y escucho sus historias, pero eso solo me da 3.000 yenes al día. Así que sigo saliendo con los hombres ricos con los que he tenido contacto hasta ahora", reconoce. "Dicen que los rumores duran 75 días, así que creo que solo tengo que esperar un poco más a que todo se calme".
La joven explica que proviene de un entorno familiar complicado en una prefectura no muy lejana a Tokio, siendo la menor de cuatro hermanos, cada uno con distintos progenitores. Desde pequeña se le inculcó que solo debía completar la educación básica y luego buscar trabajo tras la secundaria. "Logré llegar a la secundaria, pero mis padres no apoyaban económicamente en actividades extracurriculares ni materiales escolares", cuenta. "Mientras estudiaba, compaginaba varios trabajos a tiempo parcial por las tardes y noches, y eventualmente comencé a mantener relaciones remuneradas con hombres para cubrir mis gastos", reconoce.
Después de terminar la secundaria, explica que trabajó durante unos meses en una guardería infantil. "Tenía ganas de continuar estudiando, pero mis padres querían que eligiera carreras prácticas como cocina o cuidado infantil, y al no tener derecho a becas, desistí. Mi deseo era alejarme del entorno familiar restrictivo, así que empecé a trabajar en secreto en un local nocturno y haciendo acompañamientos (escorting)". "Cuando pude ahorrar un poco, dejé el trabajo en la guardería y posteriormente, alternaba entre cafés, locales nocturnos y escorting, y cuando conocí a un cliente especial, empecé a invertir en él y una cosa llevó a la otra", revela finalmente.
Los expertos consultados alertan de que el incremento del turismo sexual no solo afecta a las mujeres implicadas sino que amenaza con erosionar la imagen internacional de Japón en plena efervescencia turística. ONG locales denuncian la falta de recursos públicos para apoyar a las jóvenes que intentan salir de la prostitución y critican que las redadas policiales tienen más un efecto ejemplarizante que de protección real del turista. "El turismo ha traído riqueza, pero también ha amplificado las desigualdades y la explotación", resume un activista en el mismo parque de Okubo.
Así, mientras Japón celebra cifras récord de visitantes y se prepara para acoger grandes eventos internacionales, su capital y las grandes ciudades del país lidian con un fenómeno incómodo que crece en paralelo: una industria sexual cada vez más expuesta y una presión social que sigue mirando hacia otro lado. El país que se vende al mundo como seguro, limpio y ordenado afronta un dilema que amenaza con convertirse en el reverso oscuro de su éxito turístico.