El presidente estadounidense, Donald Trump, en la rueda de prensa de ayer en Washington D.C.

El presidente estadounidense, Donald Trump, en la rueda de prensa de ayer en Washington D.C. Jonathan Ernst Reuters

EEUU

Trump recurre a las cifras de criminalidad más bajas en 30 años para desplegar militares en la capital de EEUU

Al igual que hiciera en California el pasado mes de junio, Trump anunció el despliegue de la Guardia Nacional en Washington para controlar la criminalidad, comparando la situación en la capital estadounidense con la de Ciudad de México o Lima.

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El presidente estadounidense, Donald Trump, anunció este lunes su voluntad de desplegar de forma inmediata a más de 500 miembros de la Guardia Nacional en la ciudad de Washington. Se trata de un cuerpo militar especial dependiente de la Casa Blanca y que normalmente se utiliza tan solo para emergencias que los gobiernos estatales no pueden solventar por sí mismos.

Esta es la segunda vez en lo que va de mandato que Trump toma una decisión de este tipo, después de haberlo hecho en California durante el mes de junio.

En aquel momento, la excusa de Trump fue la incapacidad del gobernador demócrata Gavin Newsom para controlar las manifestaciones a favor de los derechos de los inmigrantes ilegales y en contra de las redadas constantes y su envío a cárceles de dudosa constitucionalidad.

En esta ocasión, Trump alega que la capital del país está completamente fuera de control en términos de delincuencia, aunque, como es habitual, no aportó ningún dato que así lo confirmara.

De hecho, la criminalidad con violencia en la capital de Estados Unidos lleva bajando varios años hasta llegar en 2024 al punto más bajo en tres décadas, según datos oficiales del Departamento de Justicia. Sí es cierto que los asesinatos habían subido hasta 274 en el año 2023, pero el año pasado volvieron a bajar en un 32%.

Hablamos de una ciudad de más de 700.000 habitantes que en los años noventa registraba más de 400 muertes violentas anuales. Nada parecido en cualquier caso a las ciudades que Trump ha usado de comparación, como Ciudad de México, Panamá o Lima.

El recuerdo del Black Lives Matter

En cualquier caso, las cifras no aportan nada al debate porque la delincuencia importa tanto en esta decisión como la inmigración ilegal en California, donde también lleva años bajando, en comparación con otros estados fronterizos bajo gobierno republicano como Texas y Florida.

El hecho de que Trump amenazara a Nueva York y a Chicago con ser las siguientes es un mensaje claro al Partido Demócrata y a la democracia estadounidense en general: piensa aprovechar al máximo sus recursos constitucionales para intimidar, incluso por la fuerza, a todo aquel que le lleve la contraria.

El despliegue de la Guardia Nacional en Washington tiene también algo de reivindicativo, pues es la decisión que no se atrevió a tomar en mayo y junio de 2020, cuando en plena pandemia de Covid-19, cientos de miles de estadounidenses salieron a las calles para protestar por el asesinato de George Floyd a manos de un policía en Minnesota.

Tal vez la magnitud y la violencia de algunas de aquellas protestas hubiera justificado una decisión así, pero entonces Trump se encontró con la oposición de su secretario de Defensa, Christopher Miller, y del jefe del Estado Mayor, el general Mark Milley.

Ahora, Trump no tiene contrapesos ni asesores molestos. Eso es algo preocupante cuando hablamos de una persona que publica en sus redes sociales vídeos hechos por Inteligencia Artificial en los que sus máximos rivales políticos son detenidos y enviados a la cárcel. Alguien que, según el propio general Milley, es un “fascista hasta la médula” y que insiste en vivir en realidades paralelas que nadie sabe exactamente hasta qué punto se cree.

La reunión con Putin

Probablemente, esa forma autoritaria de entender el mundo sea la que hace que personajes como Kim Jong-un, Xi Jinping o Vladímir Putin, enemigos declarados de su país, le provoquen tal simpatía personal, cercana a la admiración. Con el presidente ruso se reunirá este viernes en Alaska sin la presencia de su homólogo ucraniano, Volodímir Zelenski, ni de ningún otro aliado europeo.

Este lunes, en la misma rueda de prensa, Trump mostraba su desencanto con Zelenski por vincular la cesión de territorio a Rusia a la aprobación parlamentaria de la Rada ucraniana. Lo debió de considerar una debilidad.

Y es que Estados Unidos da por hecho que va a haber un intercambio de territorios, sin querer entender que todo el territorio es en realidad ucraniano. Aunque el vicepresidente JD Vance manifestó el domingo en una entrevista televisada que la solución “no contentará a ninguno de los dos bandos” y lo dijo como algo bueno, lo cierto es que parece que el reparto de tierras se pactó entre Steve Witkoff y Putin, sin acuerdo alguno con Kiev.

Por lo que se sabe de dicho acuerdo, Rusia obtendría el resto de las provincias de Donetsk y Lugansk, incluidas las ciudades clave de Kramatorsk y Sloviansk. A cambio, cedería parte del terreno apropiado en Jersón al sur del Dniéper y se retiraría casi por completo de Sumy y de Járkov.

Por supuesto, este plan tiene dos graves problemas: el primero es que Ucrania no lo va a aceptar. Si el Ejército ruso no ha sido capaz de plantarse en Kramatorsk en tres años y medio de guerra, sería absurdo que Kiev se lo regalara.

El segundo es que nadie en su sano juicio puede creer a estas alturas que Putin va a aceptar una solución que no le guste y la va a respetar durante años. En cuanto Occidente mire a otro lado, en Kiev saben que Putin volverá a atacar para terminar lo empezado y quedarse con toda la zona rusófona de Ucrania, incluidos Sumy y Járkov… pero también Odesa y Dnipro.

Quince meses hasta las midterms

Otra cosa es que se pueda dudar del sano juicio de Trump. Hablamos de un hombre de 78 años que un día dice una cosa y al otro, la contraria. Sus defensores piensan que detrás de estos vaivenes inexplicables hay una mente maestra que lo tiene todo controlado. El lunes, sin ir más lejos, afirmó que se reuniría con Putin en Rusia cuando lo va a hacer en Alaska. Si Joe Biden hubiera dicho algo parecido, nos habríamos preocupado y con razón.

La sensación que da en las últimas semanas es que quiere quitarse de encima cuanto antes los problemas internacionales que su Administración no ha sabido solventar. Y parece que lo más fácil y lo más rápido —y puede que, de paso, le sirvan para ganar un Premio Nobel, su verdadera obsesión— es apoyar al más fuerte, sea a Rusia en Ucrania o sea a Israel en Gaza.

Si las mediaciones no sirven, optemos por la acción directa, aunque no sea exactamente lo que uno espera de alguien que se presentó al mundo en su investidura como “un pacificador”.

El asunto es que medidas como la de Washington nos invitan a pensar que Trump en realidad tiene otros planes. Que está preparando algo, aunque sería temerario aventurarse a adivinar el qué.

Cuanto antes se quite de en medio las distracciones externas —las guerras, los aranceles, los aliados díscolos—, antes podrá centrarse en el proyecto interno. Cuál sea ese proyecto interno es difícil de adelantar, pero cuando uno cree en la lógica de la fuerza para solucionar los problemas de los demás, lo normal es que piense lo mismo para solucionar los propios.

Trump tiene ahora mismo el control de la Casa Blanca, la Cámara de Representantes, el Senado y la Corte Suprema. Lo tendrá al menos hasta las elecciones legislativas de noviembre de 2026. A nadie le cabe duda de que, si dichas elecciones se celebran y el Partido Republicano las pierde, Trump no reconocerá los resultados y querrá aferrarse al poder en ambas instituciones. Lo hizo en 2020 y no parece que ahora estemos viendo una versión más conciliadora y democrática.

Si el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021 fue un aviso, lo que está pasando en San Francisco o en Washington es algo más. Bien haría lo que queda del antiguo GOP en darse cuenta cuanto antes.