
El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, observa mientras asiste a un evento organizado por America250, en Des Moines, Iowa, Estados Unidos, el 3 de julio de 2025. Reuters
Trump contra Silicon Valley: su nueva y "hermosa" ley fiscal podría hacer "grande de nuevo" a China en el ámbito de la IA
La apuesta del Partido Republicano y el movimiento MAGA por las energías “sucias” y la desincentivación de la inversión en energías renovables puede hacer que las tecnológicas estadounidenses pierdan competitividad respecto a las chinas.
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El conflicto viene de lejos. De muy lejos, en realidad, prácticamente de los tiempos en los que primero la Administración Bush y después la Administración Obama regaron con dinero público a las empresas tecnológicas del complejo de Silicon Valley. Fueron los años de expansión de Facebook, de Twitter, de Google, de Amazon, de Instagram… cuyos dueños ahora están entre los hombres más ricos del mundo mientras que buena parte del tejido industrial estadounidense se ha ido viniendo abajo y acumulando desempleo y frustración.
De esa frustración y esa rabia se ha venido nutriendo el ala más extremista del Partido Republicano y todo ha germinado en el movimiento nacionalista-populista MAGA, con Steve Bannon como gran ideólogo y Donald Trump como líder político. Por eso, chocó tanto en su momento el súbito enamoramiento de Elon Musk con el actual presidente de Estados Unidos.
En rigor, más allá del empresario que siempre ha sido Trump y su practicismo congénito, había un entorno que le era hostil. Un entorno que veía con recelo no ya la tecnología, sino sus efectos en las clases medias y bajas… y, sobre todo, la simpatía que estos millonarios habían mostrado siempre hacia las posiciones progresistas del Partido Demócrata.
Musk era un extraño absoluto en la corte del rey Trump y se veía a su vez metido en su propia paradoja: mientras luchaba por recortar los gastos de la Administración central desde el temido DOGE, sabía que sus propios negocios y los de sus amigos se habían beneficiado durante lustros de una regulación impositiva muy favorable a sus intereses.
En otras palabras, y como le ha recordado el propio Trump después de su sonado enfrentamiento, lo normal habría sido que el DOGE hubiera empezado por SpaceX o por Tesla o por X o por cualquiera de las plataformas tecnológicas que han sido las niñas mimadas del estado.
El varapalo de Deepseek
Esta paradoja se ha hecho aún más grande con la aprobación de la Big Beautiful Bill (la ley grande y hermosa) de regulación fiscal y presupuestaria. Esta ley fue la que hizo explotar el enfrentamiento público entre Trump y Musk porque el sudafricano consideraba que no luchaba lo suficiente contra el déficit del estado, algo que él considera el mayor problema de la economía estadounidense.
Curiosamente, los demócratas opinan lo contrario: es demasiado dura en los recortes y, sobre todo, estos se centran en las necesidades de las clases bajas.
Sea como fuere, el caso es que la ley, que rebaja la fiscalidad de las altas rentas, perjudica en gran medida a Silicon Valley y no parece que esto sea casualidad. MAGA ve a la industria tecnológica como una rama más del movimiento woke por mucho que Mark Zuckerberg, Jeff Bezos y compañía se apresuraran a asistir a la toma de posesión de Trump el pasado 20 de enero de 2025. De ahí que la reducción de ventajas fiscales para las energías no renovables, de las que se nutren en buena parte los carísimos proyectos de evolución de IA vaya a afectarles de lleno.
Aquí también, el desencanto viene de lejos. Mientras que Nvidia y otras compañías de procesadores han solicitado miles de millones al Estado, la aparición del modelo de lenguaje chino Deepseek, con resultados casi idénticos a los de ChatGPT a un precio ridículo en comparación, fue un golpe muy duro para las tecnológicas y su intento de justificar ante el Gobierno federal la necesidad de mantener determinadas exenciones fiscales.
Si Silicon Valley ni siquiera servía para ganar a China en la batalla por la IA, entonces no servía para nada, argumentaba Bannon, y todo apunta a que, voluntaria o involuntariamente, Trump se lo ha hecho pagar, como se lo hará pagar con la retirada de los visados para trabajadores cualificados o con la presión sobre las universidades para que no admitan a alumnos extranjeros, lo que quiere decir que todo el talento global que antes buscaba acomodo en Estados Unidos, ahora lo hará en otros países. China, desde luego, estará encantado de recibirlo.
Carbón frente a renovables
En el terreno puramente energético, la Administración Trump ha decidido en su nueva ley apostar por lo tradicional y dejarse de renovables. Eso es cosa de izquierdistas, al parecer. El presidente cree en el fracking –“drill, baby, drill”—, y en la capacidad de las centrales nucleares para generar toda la electricidad que necesita el país.
El problema aquí es que no hay ningún proyecto nuevo de construcción de una central nuclear en el horizonte… y construir una puede tardar hasta diez años. En otras palabras, Trump ha decidido sustituir las renovables sin tener el repuesto aún listo.
Esta era otra de las críticas de Musk, un clamor que se ha extendido por todo Silicon Valley, que ya no tiene quien le defienda en la Casa Blanca. Apostar por las renovables y ayudar fiscalmente a quien invirtiera en ellas no era una cuestión de “peligrosos wokes”, sino la condición de posibilidad del progreso sostenible. Pensar que con gas, carbón o petróleo basta para competir a estas alturas con la energía eólica o la solar es absurdo. Al menos, en las enormes cantidades que necesita el sistema.
Ahí es donde entra la cuestión de la Inteligencia Artificial, que es, sin duda, el gran factor tecnológico y geopolítico de nuestro tiempo.
La carrera hacia lo que se llama la IGA —Inteligencia General Artificial— no está empezando, sino que está muy avanzada y en su momento clave. La IGA es lo que, en principio, supondrá un antes y un después en nuestras vidas. Lo que estamos viendo hasta ahora son simples aceleraciones de tecnologías ya existentes: modelos automáticos de lenguaje, modelos predictivos, motores de búsqueda de información y contenido, generación de imágenes, deepfakes…
Llegar primero a la IGA es una cuestión decisiva, casi tanto como lo fue en su momento la carrera nuclear entre estadounidenses, nazis y soviéticos. La importancia geopolítica de llevar ventaja en este campo, como la ha llevado Estados Unidos durante años, es absoluta. Y Trump ha decidido frenarlo todo por una cuestión ideológica y dar vida así a sus perseguidores, que se frotan las manos con las erráticas decisiones de la Administración republicana.
Make China Great Again
Entre todos estos perseguidores, el que más beneficiado puede salir de este terremoto presupuestario es China.
En palabras del tres veces ganador del Premio Pulitzer, Thomas L. Friedman, la ley que acaba de aprobar el Congreso parece pensada para “hacer a China grande de nuevo” y darle todas las ventajas para que adelante a Estados Unidos en la lucha por llegar primero a la IGA. Porque, donde Estados Unidos apuesta de nuevo por las viejas tecnologías, con la idea de crear nuevos trabajos y volver a un supuesto origen mítico de la economía norteamericana, China sigue confiando en las renovables, subsidiando a sus tecnológicas y acogiendo a los extranjeros que quieran ayudar.
Friedman teme una pérdida de competitividad energética por parte de los EEUU que, por otro lado, tampoco es precisamente nueva: en los últimos veinticinco años, solo ha aumentado en un 13% su capacidad de generar electricidad. China, por su parte, la ha multiplicado por ocho.
Si a eso le sumamos la propia capacidad orográfica china para encontrar minerales que hagan desarrollar sus procesadores, Estados Unidos —y Occidente— tienen un problema.
Problema que podría aumentar si, en un momento dado, Xi Jinping decidiera finalmente lanzarse a por el control de Taiwán, otro país riquísimo en recursos y con una próspera industria tecnológica.
A lo largo de la historia, ha sido imposible separar la primacía económica, tecnológica y militar. Si Estados Unidos decide lanzarse en brazos de la recesión y ralentizar su progreso en IA, con la idea de recuperar más adelante, puede que ese “más adelante” ya no exista. Entender quién es tu enemigo y quién no, habría ayudado desde un principio, pero las guerras culturales es lo que tienen.