Donald Trump y Vladimir Putin durante su cumbre en Alaska.

Donald Trump y Vladimir Putin durante su cumbre en Alaska. Reuters

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¿Es EEUU un aliado fiable? La pasividad de Trump ante el hostigamiento ruso a la OTAN tensa su relación con Europa

Tras la entrada de cazas rusos en Estonia, el presidente de Estados Unidos se ha limitado a decir que lamenta el incidente.

Más información: ¿Debió la OTAN derribar los cazas rusos sobre Estonia? Turquía lo hizo cuando Putin violó su espacio aéreo en 2015

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Este viernes el Kremlin ha vuelto a poner a prueba la resolución de la OTAN. ¿Cómo? Ordenando a tres aviones de combate MiG 31 sobrevolar el espacio aéreo de Estonia durante un trayecto entre San Petersburgo y Kaliningrado. La incursión ha durado doce minutos, que es el tiempo que han tardado en despegar los aviones de combate italianos F-35 estacionados en la república báltica para ahuyentar a los pilotos rusos.

Horas después del incidente, la guardia fronteriza polaca anunció que dos aviones de combate rusos habían realizado un vuelo rasante sobre una plataforma petrolífera gestionada por la empresa polaca Petrobaltic en el mar Báltico. Cabe recordar que, la semana pasada, Polonia tuvo que pedir ayuda a la OTAN para detener una incursión nocturna protagonizada por una veintena de drones rusos. Días más tarde, o sea el fin de semana pasado, fue Rumanía quien informó de una violación del espacio aéreo por parte de drones rusos.

"Rusia ya ha violado el espacio aéreo de Estonia cuatro veces este año, lo cual es de por sí inaceptable, pero la incursión de hoy es de una desfachatez sin precedentes", ha declarado el ministro de Asuntos Exteriores de Estonia, Margus Tsahkna.

"Está poniendo a prueba tanto la determinación de la OTAN como la unidad de Europa", explicaba el mismo Tsahkna en una entrevista concedida a última hora del viernes a Politico. "El flanco oriental está asumiendo más responsabilidades, somos la primera línea, pero necesitamos conversar sobre qué más podemos hacer".

"Los rusos conocen muy bien toda esa zona y por lo tanto es difícil pensar que esto no ha sido intencionado", le ha dicho un representante político estadounidense que no ha querido ser identificado a la misma revista tras conocer el incidente de Estonia.

Lo que muchos se preguntan es si, teniendo en cuenta la gravedad de lo sucedido, en Estados Unidos el músculo de la OTAN— alguien con poder de decisión va a ir más allá de lamentar públicamente la poca predisposición de Moscú a comportarse. Porque de momento, Donald Trump lo único que ha dicho es: "No me gusta lo que ha ocurrido, no me gusta, podría desembocar en problemas".

Y es que, en eso, la mayoría de los analistas coinciden: la clave para que algo cambie se encuentra en Washington. Trump es, hoy por hoy, quien puede animar a pasar de las palabras a los hechos y quien, en última instancia, podría poner freno a la actitud de Vladímir Putin en lugares como Estonia, Polonia o Rumanía mediante por ejemplo— la aprobación de nuevas sanciones.

Trump, sin embargo, no parece estar por la labor y lleva desde la incursión de los drones en territorio polaco resistiendo las llamadas a adoptar una línea más dura con el Kremlin.

No es que le parezca bien lo que está haciendo Putin ha dicho estar molesto con el líder ruso, pero continúa buscando la manera de no enfrentarse a él. En última instancia, ha explicado, la Casa Blanca adoptará medidas más severas cuando el resto de miembros de la OTAN abandone por completo la compra de petróleo ruso.

Es por tanto probable que lo ocurrido este viernes sobre los cielos de Estonia y sobre la plataforma petrolífera polaca— vuelva a poner encima de la mesa la pregunta que muchos europeos llevan haciéndose desde el pasado mes de enero: ¿Estados Unidos continúa siendo un aliado fiable?

"Trump se ha mostrado tan indeciso respecto al compromiso de defensa mutua de la OTAN como indulgente con el hombre fuerte del Kremlin", escribía el fin de semana pasado el veterano analista alemán Andreas Kluth en una columna de opinión publicada en Bloomberg. "Consecuentemente, los aliados de Estados Unidos están reaccionando según lo previsto por lo que en las relaciones internacionales se conoce como la teoría del equilibrio de amenazas".

Es decir: "Los aliados de Estados Unidos están formando otras redes comerciales y de seguridad y excluyendo a Washington del proceso para, precisamente, protegerse de la hostilidad de Trump".

La unión de los árabes del golfo

Un ejemplo de lo que dice Kluth ha tenido lugar esta semana en Arabia Saudí. El motor económico del golfo Pérsico, y uno de los aliados más sólidos de Estados Unidos en el mundo árabe, decidió firmar el miércoles un pacto estratégico de defensa con Pakistán, una potencia nuclear.

Dicho pacto se produce días después del ataque llevado a cabo por Israel contra un edificio de Doha, la capital de Catar, donde al parecer estaban reunidos los principales líderes de Hamás. Más allá de la efectividad del ataque, que ha sido puesta en duda, son muchos los países que han condenado el hecho de lanzar bombas sobre un país con el que no se está en guerra.

Israel ha contestado a las críticas diciendo que informó a la Casa Blanca de lo que iba a ocurrir para que los estadounidenses avisaran a los cataríes, con quienes mantienen una alianza estratégica, y así éstos pudiesen prepararse. En Washington, sin embargo, no se aclaran; hay quien dice que sí recibieron el aviso, hay quien dice que no y hay quien dice que en cuanto se enteraron de lo que iba a suceder avisaron a los cataríes. No obstante, en Catar dicen no haber recibido ninguna llamada.

El episodio de Doha, sumado al apoyo que Estados Unidos continúa brindando a un Benjamín Netanyahu cada vez más agresivo, se ha traducido en el citado pacto entre saudíes y pakistaníes ambos han afirmado que considerarán un ataque propio cualquier agresión contra el otro y también en un acuerdo para estrechar la cooperación militar y el intercambio de inteligencia firmado por Bahréin, Kuwait, Emiratos Árabes Unidos y los saudíes.

Exhibición en Kaliningrado

Mientras tanto, el Kremlin ha dedicado estos últimos días a exhibir misiles balísticos Iskander-M en Kaliningrado, el enclave ruso situado a orillas del Báltico, entre Lituania y Polonia. "Es una demostración de fuerza que pretende intimidar al público europeo", contaba John Ridge, analista de seguridad de Tochnyi, un proyecto dedicado a recopilar información y datos sobre la guerra de Ucrania, en un artículo publicado en el Kyiv Independent.

Las fuerzas armadas rusas llevan utilizando los sistemas de misiles Iskander desde principios de la década de 2000. En Kaliningrado, sede de la 152ª Brigada de Misiles, se despliega la variante 9K720 del Iskander-M, también conocida como SS-26 Stone en los arsenales de la OTAN.

Utilizado recurrentemente en Ucrania, el Iskander-M desciende casi verticalmente hacia su objetivo, impactando en un ángulo cercano a los 90 grados, y suele dejar un gran cráter circular al estallar. Viaja a unos 8.000 kilómetros por hora, mide 7,3 metros de longitud, 0,9 metros de diámetro, pesa cerca de 4.000 kilos y lleva una ojiva de 480 kilogramos.

El costo estimado de cada misil es de 3 millones de dólares.