Un soldado de Azerbaiyán vigila el paso fronterizo del puente Judaferín con Irán.

Un soldado de Azerbaiyán vigila el paso fronterizo del puente Judaferín con Irán.

Mundo REPORTAJE

Tomando el té sobre un campo de minas con vistas a Irán: viaje a Azerbaiyán, el amigo caucásico de la UE

Azerbaiyán, el cruce de caminos entre Rusia e Irán, socio de la Unión Europea, pide la vez en la geopolítica del nuevo mundo que viene.

27 diciembre, 2022 02:04
Bakú

El centro histórico de Bakú tiene una cuesta larga, acabada en curva, que desemboca en una plaza como la del Casino de Mónaco, con su edificio señorial, estilo neoclásico incluido. "Por aquí pasa la Fórmula 1", explica el guía.

Al otro lado de la acera, un gran arco de roca oscura abre paso a la ciudad vieja, cuyas casas bajas y de piedra amarillenta recuerdan a las de la calle principal de La Valetta, en Malta. Llega la brisa del Caspio, pero cualquiera diría que estamos en el Mediterráneo.

Llueve un poco en esta mañana de otoño pero, una vez que nos adentramos en las calles históricas de la capital de Azerbaiyán, el pavimento enlosado, pulido por el paso de los siglos, no resbala. "Más de un milenio de historia estás pisando". ¿Tanto? "Bueno, es un decir... quién sabe si es el mismo suelo".

El guía es oficial, como todo lo que nos rodea en este viaje a la república caucásica que más mira a la Unión Europea. El Gobierno de Azerbaiyán, en todo caso, es lo que aquí llamaríamos una "autocracia", pero no lo hacemos.

Quizás porque sus reformas van en la buena dirección -la nuestra-, o quizás porque la crisis energética le ha bajado los humos moralistas a la UE -ya lo dijo Josep Borrell hace apenas dos meses: "Ahí fuera, algunos no son grandes poderes pero sí que marcan el juego, y exigen ser escuchados, que dejemos de aleccionarles"-.

Sólo ha habido dos presidentes desde la independencia del país, tras caer la Unión Soviética y la proclamación de la independencia, el 18 de octubre de 1991, Heydar Aliyev, hasta 2003, e Ilham Aliyev, desde entonces. Padre e hijo. Aun así, Azerbaiyán es uno de esos players geopolíticos a los la UE se acerca, escucha, y quiere de su lado.

Y por eso no sólo los europeos no le llamamos "autocracia", los azeríes, en su mayoría, tampoco.

"Claro que hay oposición", responde un ciudadano que no es miembro de la comitiva. "Aquí, a la izquierda, ese edificio es el Parlamento... y están representados", explica. "Pero oposición existe de verdad cuando las cosas no van bien, y aquí las cosas van bien". 

Hace algo más de una década, el actual presidente emprendió una estrategia similar a la de las monarquías petroleras del Golfo: occidentalizarse lo justo, hacer nuevos amigos geopolíticos, recibir así más divisas e invertirlas en la promoción del país a todos los niveles. "Hemos traído mucho deporte internacional, para mejorar el nuestro", explica Farid Gayibovministro de Juventud y Deporte.

¿Y no es también por diplomacia?, preguntamos utilizándola. "Claro, eso también, queremos que el mundo nos conozca".

Cumplamos, pues, con el encargo: aquí Azerbaiyán, aquí los europeos. 

Hace pocos meses, en pleno julio, Ursula von der Leyen se apareció en Bakú, de manera inesperada para el común de los ciudadanos de la Unión. Subió a la parte alta de la ciudad, donde nos encontramos ahora, y contempló la bahía que da al Mar Caspio: una llamativa mezcla de moderno paseo marítimo y viejas covachas de pescadores; con un puerto industrial enorme en un extremo e imponentes edificios de cristal para exposiciones y eventos al otro.

"Ahí es donde se celebró el Festival de Eurovisión", comenta el guía con orgullo. El Palacio de Cristal, de hecho, lo levantó la constructora española FCC.

Aquello fue en 2012, cuando el país aún estaba estancado con una economía que crecía sólo al 0,1%. Ahora lo hace al 5,6%. El plan es seguir haciéndole guiños a la Unión Europea, y el papel que firmó la presidenta de la Comisión duplicará -"o más, el acuerdo, en realidad prevé hasta triplicarlo"- el suministro de gas natural de aquí a 2027.

Y ésa es la razón por la que ni los europeos ni los azeríes reniegan del régimen, pese a que no sea homologable a las democracias occidentales. Pero la riqueza en recursos naturales de Azerbaiyán es, a la vez también, la razón de su supervivencia.

Un azerí, ¿qué se siente? ¿Más europeo, más asiático, una mezcla, lo que conviene en cada momento histórico? "Mmmm... todo eso, pero nada de eso. Somos caucásicos". Es decir, cruce de caminos. Un agente en medio de todo.

Un té mirando a Irán

Mientras nosotros dejamos la ciudad vieja y subimos a un minibús, camino de la frontera, pare un momento, usted lector, y mire el mapa:

Al norte, Rusia; al sur, Irán; al oeste, Armenia, y al este, el Caspio: "Nos pasa, un poco, como a los israelíes. Por arriba, por abajo y por un costado, estamos rodeados de enemigos que nos quieren echar al mar", relata en confidencia otro de los guías, mientras por las ventanillas sólo vemos estepa seca y ruinas.

Vamos camino de la frontera con Irán, marcada por el río Aras. En larguísimos tramos, el caudal no cubre ni el tobillo y deja el país de los Ayatolás, literalmente, a tiro de canto rodado.

Viaje a Azerbaiyán: en la frontera con Irán.

Pararemos en uno de los puntos en los que la lámina de agua es más ancha, frente al puente Judaferín, que data de la Edad Media, cuando las relaciones y el comercio eran ingentes. Pero los quince arcos de piedra con más de 800 años de historia -según los libros-, hoy no sostienen nada: el destartalado pavimento demuestra que la secular Azerbaiyán y la república islámica no sólo se dan la espalda en lo religioso y cultural.

Dos banderas enfrentadas en cada extremo, junto a verjas cerradas... soldados a este lado y varias patrullas de barbudos al otro. Se van turnando para vigilar qué hacemos aquí parados, echando fotos, grabando vídeos, departiendo con los guardias azeríes.

Lo que haremos será tomar un té con pastas típicas, sobre un campo de minas, y en una mesa desconchada y desmontable con vistas a Irán.

Dentro de un cuarto de hora, subidos de nuevo al minibús, quien nos tendrá bajo su vista será un enorme retrato de Alí Jamenei, líder supremo iraní. Son tan brutales las dimensiones del cuadro pintado sobre la ladera del monte, al otro lado del valle, que se le adivinan los ojos que todo lo ven y lo juzgan en la antigua Persia. 

Nagorno Karabaj

¿Todo está minado, pues? De camino al Nagorno Karabaj (Alto Karabaj, en español), sólo vemos una gran extensión de tierra, carteles de advertencia -cuyas letras no entendemos, aunque los dibujos lo dejan todo claro- y cuadrículas surcadas con cuidado en el suelo, y marcadas con estacas y cuerda: aquí se puede pisar, aquí mejor no. Las minas son antitanque y de ti no quedará más que el recuerdo.

Desde los barbudos vigilantes y, un rato después, los pastores iraníes -calentándose al fuego de un bidón al otro lado del río- hasta la frontera armenia sólo se ven restos de algo que una vez fueron pueblos. Casi 30 años de ocupación armenia del territorio, al menos cuatro resoluciones del Consejo de Seguridad de la ONU denunciando la situación y describiendo esta destrucción.

También vemos obras, muchas obras: grandes excavadoras abren pasos para las autopistas y líneas férreas en ejecución. Ya hay un aeropuerto -en mitad de la nada- y otros tres en construcción. Aliyev ya tiene de vuelta la tierra -casi el 20% del territorio internacionalmente reconocido de Azerbaiyán-, ahora quiere cultivarla: repoblarla, hacerla habitable, y asegurarla con empleos y redes de comunicación que permitan despliegues rápidos de las tropas.

"Hay que rehacerlo todo, los desplazados tienen derecho a volver a su casa, después de tanto tiempo", explica el guía de la ruta, "y el Gobierno está invirtiendo mucho en ello".

Después de varias horas por caminos empedrados, llegamos a New Agali, el primer smart village que ya está habitado en la región. Es decir, un pueblo moderno en medio de la nada, que sustituye a los tres que había aquí hace décadas, con 130.000 pobladores, según nos cuentan los guías.

Viaje a Azerbaiyán: la primera 'smart village' para repoblar el Nagorno Karabaj

Todo nuevo, todo en inglés, alguna bandera europea (fondos de la UE han ayudado al proyecto) y, por doquier, unos postes blancos. Sirven para la conexión a internet, tienen pantallas inteligentes para hacer gestiones administrativas (incluso telemedicina) y son, también, cámaras de vigilancia. Todo supuestamente alimentado con energía solar. Y 66 familias ya han sido realojadas (tras décadas malviviendo en una estación de autobús de Bakú) "con un 95% de empleo".

Faltan 11 pueblos más como éste por construir. Y efectivamente, hay enormes tramos -cuando el transporte se hace por caminos de piedras, lo medimos en "muchas horas", no en los más dfe 150 kilómetros de recorrido- en los que nuestro minibús sólo esquiva baches y socavones. Y a cada lado, sólo hay un paisaje lunar.

Conflicto histórico

El dominio del Karabaj ha provocado dos guerras entre Azerbaiyán y Armenia en las últimas dos décadas.

Ambos países fueron brevemente independientes tras la caída de los imperios otomano y zarista en las primeras décadas del siglo pasado. Incluso, llegaron a formar, junto a la actual Georgia, una federación común en 1918, la República Transcaucásica, que a los tres meses decayó. 

Pero los tres territorios tampoco disfrutaron de su independencia por separado mucho más tiempo: fueron inmediatamente engullidos por otro imperialismo, el de la URSS. Primero Lenin y luego Stalin jugaron con las fronteras de sus repúblicas y desplazaron poblaciones. Y cuando llegó el desplome al inicio de los 90, entró en juego una nueva geopolítica en el Cáucaso. A tiros.

La última guerra, en 2020, duró apenas mes y medio. Lo que tardó el ejército azerí en recuperar el Alto Karabaj, "ocupado por Armenia desde 1994", al acabar la primera contienda. Cientos de miles de desplazados malvivieron esas décadas en campos de refugiados y estaciones de autobús. El territorio fue vaciado de población y arrasadas sus construcciones.

Aún quedan conflictos irresueltos, todos alimentados por Rusia y por Irán -hoy más aliados que nunca entre sí y con Armenia- para contener la europeización de Azerbaiyán. 

Por ejemplo, la autoproclamada República de Artsaj en el entorno del Karabaj. O las maniobras conjuntas de Armenia e Irán en el río Arás, ensayando una invasión hace apenas tres meses. O el reciente bloqueo azerí al corredor de Lachin, única conexión terrestre de Armenia con Artsaj... que aun siendo territorio de Azerbaiyán, está controlado de iure por Armenia, y militarmente por Rusia.

Por ese pasado y por este presente, el Karabaj es hoy es un enorme campo de minas de más de 4.000 kilómetros cuadrados.

Las razones de tamaño sinsentido -reclamar un territorio, ganar una guerra en 1994 y hacerlo tuyo para vaciarlo y derruir tono núcleo poblacional hasta 2020- son confusas.

¿Pura creación de una buffer zone? Los azeríes y los armenios se odian, los primeros tienen recursos naturales y los segundos son el país más pobre de la zona. El apoyo iraní y ruso a Armenia -unido las derrotas militares de Georgia ante las incursiones de las tropas de Moscú- se basan en la teoría de seguridad histórica de Rusia: la creación de zonas de contención a su alrededor.

¿Hay minas de oro en esa pequeña cadena montañosa? Eso nos dice alguno de los expertos con los que hablamos a la vuelta del viaje. "Es imposible, ahí no hay nada... pero son tierras fértiles", repone Giulia Prelz Oltramonti, profesora de Relaciones Internacionales en la Universidad Católica de Lille, experta en la región.

"Parece más que Armenia se hizo con una especie de despensa al tomar el Karabaj", continúa. Pero, entonces ¿por qué Aliyev mantuvo a los desplazados con ayudas de asistencia pero sin reubicarlos?

"Para rearmarse con los ingresos que el petróleo y el gas le dieron al país estos años y para mantener viva la tragedia de los ciudadanos expulsados de su patria, como catalizador político", concluye la experta Prelz. "Siempre une un enemigo, y sus víctimas a la vista lo mantienen en presente".

Ciertamente, la superioridad militar es tal sobre Armenia que lo que no se pudo recuperar en un cuarto de siglo se reconquistó en apenas 44 días, entre septiembre y octubre de 2020. "La gran guerra patria", le dicen en las inscripciones que acompañan muchos de los omnipresentes retratos de los Aliyev, en cada local público que visitamos.

El amigo 'europeo'

Entonces, ¿Europa está financiando a un gobierno con una democracia más formal que real y agresivo en el campo de batalla del Cáucaso? "No", contestan fuentes de la UE que, de inmediato, prefieren pasar a hablar del asunto bajo anonimato.

"Aunque se encuentren en puntos similares, no es lo mismo un régimen en retroceso que uno que avanza", explica respecto a la laicidad y democratización de Azerbaiyán, comparándola, por ejemplo, con Turquía.

"Y además, mira el mapa". Volvemos a mirarlo. "Rusos por arriba e iraníes por abajo protagonizan, cada uno por sus motivos, las pesadillas europeas. Azerbaiyán, con Georgia, son llave de paso del Caspio al Mar Negro, y contención a esos dos poderes, rivales sistémicos de la UE".

El ministro de Exteriores azerí, Jeyhun Bayramov, ya ha confirmado un 40% más de gas este mismo año 2022 para Europa. Y el acuerdo no comprende sólo suministros, sino asistencia para ampliar el corredor que los facilite, por tubería, pasando por Turquía y Grecia.

La UE ya ofreció a la república caucásica, en 2010, un acuerdo de asociación política e integración económica. No obstante, la relación va más allá de la energía y la posición oficial de la oficina del Alto Representante es que "quedan aún considerables progresos por realizar en el ámbito de la democracia y de las libertades fundamentales". Eso sí, los progresos continúan, con reuniones de alto nivel.

La última, el 17 de octubre: Aliyev y su primer ministro Nicol Pashinian, frente a los presidentes francés y del Consejo, Emmanuel Macron y Charles Michel. En ese encuentro se decidió el envío de hasta 40 observadores al lado armenio de la "frontera internacional con Azerbaiyán" -de nuevo, el lenguaje oficial y diplomático- con el objetivo de supervisar, analizar e informar sobre la situación en la región. 

Este mismo día de Nochebuena, Borrell hablaba por teléfono con Bayramov, para recordarle que las últimas refriegas y prohibiciones de paso fronterizo por el corredor de Lachin con los armenios "no gustan" en la UE. Y pocos días antes, el Congreso de los Diputados emitía una declaración institucional afeándole la conducta a Bakú... ¡con lo que cuesta ponerse de acuerdo a los partidos en España!

El Gobierno azerí está empeñado en ser percibido como un verdadero "amigo" de la UE, y hasta traga con que sea Francia quien lidere la discusión... "aunque Macron es más amigo de Armenia", repiten todos los interlocutores con los que sale el tema.

"Europa dice ser laica, pero atiende más a los armenios, porque son un 95% cristianos, que a nosotros, por musulmanes"... y eso que en Bakú, nos lo confiesan, casi todos van a la mezquita lo mismo que Macron a la iglesia.