El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, el día después del inicio de la invasión rusa.

El presidente ucraniano, Volodimir Zelenski, el día después del inicio de la invasión rusa. Gtres

Mundo

Un fantasma que se cierne sobre Ucrania: cuánto podrá resistir sin la ayuda de Occidente

La atención mundial se centra en otros temas tres meses después del inicio de la invasión rusa, pero las necesidades de los ucranianos son las mismas. 

27 mayo, 2022 04:22

Noticias relacionadas

El pasado sábado, durante su viaje a Seúl para apoyar al Gobierno de Corea del Sur ante las tensiones con su vecino del norte y rebajar la presión de China sobre la isla de Taiwán, el presidente estadounidense, Joe Biden, firmó la orden ejecutiva para ampliar la ayuda a Ucrania por valor de otros 40.000 millones de dólares. La idea es que esa cantidad sea suficiente para que el país presidido por Volodimir Zelenski aguante el verano sin problemas de liquidez y pueda a su vez comprar el armamento necesario para continuar su defensa ante un ejército ruso cada vez más eficaz en sus acciones.

La noticia llega apenas una semana después de que Josep Borrell, Alto Representante para Asuntos Exteriores, anunciara una nueva partida de 500 millones de euros en ayuda militar, elevando el montante total a un poco más de 2.100 millones desde el inicio del conflicto. Como se ve, los aliados occidentales de Ucrania siguen cumpliendo con su parte, pese a las habituales quejas de Zelenski y su gobierno. El lunes hubo una reunión online entre los ministros de defensa de 47 países y veinte de ellos se comprometieron a enviar cuanto antes armamento más moderno y de la tecnología más avanzada. Sinceramente, Ucrania lo necesita cuanto antes.

Pasada la adrenalina de los primeros meses, el horror llega a desensibilizar. Nuestras sociedades se han acostumbrado a los impactos, a la fragmentación de la atención, a la fatiga ante cualquier problema que se alargue en el tiempo. Occidente no es ese lugar decadente, burgués y cobarde que imaginaba Putin al inicio de la guerra, pero a veces puede pecar de impaciencia y falta de constancia. Lo que es cuestión de vida y muerte en abril puede convertirse en un asunto intrascendente en mayo. Y viceversa.

El problema es que, mientras nosotros bajamos la guardia y nuestra atención se centra en otros aspectos de la vida -tiroteos en escuelas, reyes eméritos, inflación rampante en Europa y Estados Unidos, la propia llegada del verano invitando a una necesaria desconexión mental-, las necesidades ucranianas siguen siendo las mismas.

Salvado el primer momento de pánico en el que realmente pareció que Rusia podría invadir los puntos neurálgicos del país y hacerlo desaparecer o al menos manejarlo a su antojo, aún queda la cuestión del Donbás y las consecuencias de un posible colapso defensivo en el frente este que coloque a los rusos a un paso del río Dniéper.

Un tanque ucraniano en la región de Donetsk, este miércoles.

Un tanque ucraniano en la región de Donetsk, este miércoles. Reuters

Siguen las matanzas, no las portadas

Que la atención de la opinión pública está flojeando se hace evidente al repasar las cabeceras de los principales periódicos occidentales. Prácticamente ninguno abre ya con la guerra de Ucrania. De vez en cuando, pasa algo como la solicitud de Suecia y Finlandia de ingresar en la OTAN y la cuestión se reaviva, pero, por lo general, ha pasado a un segundo plano. La guerra se ha hecho algo demasiado técnico: embolsamientos de fuerzas de élite en Lugansk, puentes de pontones masacrados, pequeñas rebeliones en Zaporiyia…

Ni siquiera la infamia nos levanta ya del sofá. Los bombardeos sobre la población civil que nos indignaban en marzo o las fosas comunes que no podíamos soportar en abril se han convertido en mayo en el pan nuestro de cada día. Este martes, el teniente de alcalde de Mariúpol afirmaba que se habían descubierto doscientos cadáveres en estado de avanzada descomposición en el sótano de un rascacielos, abandonados a su suerte por las tropas rusas, incapaces siquiera de darles algún tipo de entierro.

Sabiendo como sabemos que la ventaja numérica y armamentística está del lado ruso, siempre se ha mencionado la capacidad estratégica y la motivación como los principales factores en favor de Ucrania. Un estado de continua excitación tanto en el interior como en los mensajes que se reciben desde fuera de sus fronteras. Ucrania ha combatido en esta guerra convencida de que no era su integridad territorial lo que estaba en juego sino la seguridad del resto de Europa ante las ansias imperialistas de Putin.

Ese mensaje, a su vez, se ha trasladado desde los gobiernos occidentales a sus opiniones públicas, que lo han acogido mayoritariamente con entusiasmo. El ciudadano de a pie se ha volcado con Ucrania y con un cierto sentido de la justicia, y los medios de comunicación han enfatizado la necesidad de ayudar cuando no estaba tan claro si dicha ayuda merecía la pena o no. Esa presión ha ayudado, sin duda. Esa presión se ha materializado en armas, en dólares y en euros. Esa presión, en definitiva, ha contrarrestado buena parte de la superioridad militar rusa para convertir el conflicto en un callejón sin salida ni ganador posible.

Tanques rusos en pleno combate en la región de Luhansk, este martes.

Tanques rusos en pleno combate en la región de Luhansk, este martes. Reuters

¿Quién implosionará antes?

Ahora bien, ¿podría ese empate técnico mantenerse sin la ayuda occidental? Obviamente, no. Se enfatiza mucho el número de bajas rusas -entre 15.000 y 30.000, según la fuente-, pero las tropas ucranianas han debido de perder un número similar de soldados, cifra a la que hay que sumar el elevadísimo número de civiles que han perdido sus vidas o que se han visto obligados a abandonar sus hogares. Si la guerra continúa -y nada hace pensar lo contrario- durante el verano, podríamos llegar a los diez millones de refugiados.

El miedo que hay ahora mismo en Kiev, y parece justificado, es que los gobiernos occidentales se conformen con la situación actual y empiecen a abogar por una salida negociada al conflicto en vez de patrocinar contraofensiva alguna. Al fin y al cabo, el principal objetivo de Occidente ya parece cumplido: parar las ansias conquistadoras de Putin, mandar un mensaje de cohesión y debilitar la estructura militar rusa, muy dañada tras tres meses de cruentísima guerra en Ucrania. Los estados europeos pueden empezar a pensar en sus intereses económicos y sociales en cualquier momento y olvidarse de grandes gestas: cómo solventar la falta de gas y petróleo, cómo conseguir mayores cantidades de trigo y otros alimentos, cómo detener el flujo migratorio desde el este…

Cuando eso pase, ¿va a estar la opinión pública al quite para recordar lo que nos parecía justo y lo que no en marzo? Es poco probable. Más que nada porque esos problemas de suministro van a provocar estrecheces importantes en productos necesarios para la vida diaria de los ciudadanos. Y si los ciudadanos se quejan, si no entienden por qué tienen que pagar la calefacción a tal precio o por qué la gasolina sigue disparada o por qué la lista de la compra se hace cada vez más insostenible, pocos gobiernos serán capaces de apostar por el compromiso moral con el vecino.

Occidente se ha definido desde el final de la II Guerra Mundial como una sociedad pragmática y muy poco idealista. Su falta de atención suele venir acompañada con una chocante falta de memoria. Ante estas circunstancias, es comprensible que el apoyo a Ucrania tenga fecha de caducidad. La duda es si Rusia será capaz a su vez de aguantar sin implosionar como implosionó la Unión Soviética después del dispendio militar en Afganistán. En esa lucha de voluntades se decide el futuro de Ucrania y tal vez de todos nosotros. Si no remamos juntos, Zelenski y los suyos no nos van a hacer el trabajo sucio. Más que nada, porque no tendrán con qué.