La lira, moneda oficial de Turquía, sigue tocando fondo.

La lira, moneda oficial de Turquía, sigue tocando fondo. Efe

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Cómo Erdogan está llevando a Turquía a la quiebra poniendo al Islam como excusa

Su política económica está a punto de llevarse por delante no ya a un Gobierno sino a una manera de entender Turquía.

26 diciembre, 2021 00:54

El domingo 19 de diciembre, la lira, moneda oficial de Turquía, alcanzó su valor mínimo en los mercados internacionales al colocarse en los 0,053 euros. Un cataclismo motivado, en buena parte, por la altísima inflación provocada por las políticas de Recep Tayyip Erdogan: un 21% interanual que se espera que, tras las revisiones pertinentes, llegue al 25% a final de año. Lo habitual en estos casos, un mantra indiscutido hasta ahora en prácticamente todas las escuelas económicas, es subir los tipos de interés. Lo que Erdogan viene haciendo desde hace unos cuantos meses -para intentar salir de la crisis de 2020- es bajarlos más y más.

El mismo domingo, el presidente turco tuvo que salir a los medios a dar un mensaje de tranquilidad: muchos ciudadanos turcos estaban llevando sus ahorros al extranjero o comprando oro y otras mercancías de valor fijo para no seguir perdiendo valor adquisitivo tanto dentro del país como en comparación con los países vecinos. Prácticamente nadie esperaba que anunciara la correspondiente alza de los tipos de interés… pero tampoco se podía prever que fuera a anunciar un nuevo recorte hasta el 14%.

Con todo, lo que más extrañó de su discurso no fue la medida económica como tal ni el inmediato efecto de su discurso -en solo seis días, la lira pasó de los mencionados 0,053 euros del domingo a los 0,082 de este sábado- sino la justificación del rumbo elegido: Erdogan no baja los tipos de interés porque crea que así puede salvar la economía de su país ni porque le parezca la medida financiera más necesaria en este momento. Al parecer, según sus palabras, lo hace porque "es musulmán".

En medio de su discurso, claramente paternalista, incluyó esta reflexión moral y religiosa: "¿Qué dicen? ¿Qué estoy rebajando los tipos de interés? No deberían esperar otra cosa de mí. Como musulmán, haré lo que predique el Islam. Ahora y siempre. El mandato religioso es anterior a cualquier otra cosa". No queda claro en qué página del Corán se explica lo de los tipos de interés de los Bancos Centrales, pero es de suponer que Erdogan consideraba que subirlos era inmoral. Que perjudicaba a los que menos tenían. Y que su religión le prohibía hacer algo así… aunque otros países tan religiosos o más que Turquía lo hayan hecho mil veces.

El "kemalismo" contra las cuerdas

La religión como refugio y excusa es algo habitual en los estados totalitarios. El gobernante no actúa según su criterio sino según el criterio de Dios… y eso es difícil de refutar por parte de cualquier oposición. Si las medidas funcionan, será mérito de Erdogan. Si no funcionan, en fin, ¿qué querían?, ¿ir contra la palabra de Mahoma? Lo que está claro es que esta crisis y su justificación marcan el tono de cara a las elecciones del 18 de junio de 2023, en las que se elegirá tanto al presidente -con poderes casi ilimitados- como a los seiscientos miembros de la Gran Asamblea Nacional, cuya capacidad legislativa se ha visto claramente mermada desde el "pseudogolpe" del 15 de julio de 2016, probablemente el inicio de esta era de autoritarismo islamista.

Turquía es un país con una larga tradición de golpes de estado y con un ejército que, desde la época de Mustafá Kemal, "Ataturk", tras la I Guerra Mundial, ha protegido durante más de un siglo los valores seculares frente a las derivas religiosas. El "kemalismo" consiste, básicamente, en defender a Turquía como país y no como pueblo de dios. Es un nacionalismo puramente estatal y desconfía de salvadores de la humanidad, moralistas e intérpretes del Corán. Lo que pasó el 15 de julio, sin embargo, fue distinto. De hecho, nadie sabe lo que pasó en realidad el 15 de julio, algo muy habitual en este tipo de golpes que, curiosamente, acaban con la víctima reforzada. Igual que Chávez culpó a Aznar de su intento de derrocamiento, Erdogan culpó a Fethullah Gülen y a los Estados Unidos. No presentó ni una sola prueba. No hacía falta.

El "kemalismo" no estaba detrás de la asonada, que sirvió más para movilizar y asentar a los grupos fundamentalistas que para otra cosa. Erdogan siempre había sido un hombre tremendamente religioso, desde sus tiempos de alcalde en Estambul, donde, de hecho, tuvo varios encontronazos con la justicia... y el ejército. Lo que iba a pasar luego, tal vez aceleró un proceso inevitable. Turquía, miembro de la OTAN, llevaba años pidiendo su entrada en la Unión Europea y viéndose rechazada. El anti-occidentalismo bullía en las calles y acabó convirtiéndose en una especie de anti-secularismo. Gracias a un estado de emergencia que duró casi dos años, Erdogan pudo ir purgando rivales y amigos incómodos hasta hacerse con el control total del país, a la manera de su amigo Putin en Rusia.

Un nuevo Imperio Otomano

Hay quien acusa a Erdogan de querer convertirse en “el gran líder de los musulmanes”, reviviendo una especie de Imperio Otomano que una a todos los países islámicos frente a las amenazas de Occidente. El problema de Erdogan es que Turquía no es un país radical, ni mucho menos, pese a sus continuos éxitos electorales… y que su visión del pan-islamismo está muy vinculada a las enseñanzas de los Hermanos Musulmanes, caídos en desgracia incluso en Egipto tras el golpe de Estado del ejército en 2013. Eso no solo le enfrenta al gobierno actual de Egipto sino a grandes potencias económicas de la zona como Arabia Saudí o los Emiratos Árabes Unidos.

Los grandes aliados de Erdogan en la comunidad internacional son ahora mismo Libia, Qatar y, sobre todo, Irán. El problema con Irán es que tiene muchos enemigos. Demasiados. Se podría llegar a decir que ser amigo de Irán y miembro de la OTAN es una contradicción en sí misma, pero, en fin, si Estados Unidos se siente cómodo en esa situación, bienvenido sea. En las recientes disputas entre Qatar y Arabia Saudí, precisamente en torno al apoyo qatarí a los Hermanos Musulmanes, Erdogan fue de los pocos líderes que claramente se puso del lado del emirato del golfo. Sin duda, sabrán recompensárselo.

¿Cuál es el apoyo interior a este intento de islamizar Turquía y dejar de lado un siglo de secularismo? Es difícil saberlo. Como decíamos antes, el anti-occidentalismo se disparó coincidiendo con el rechazo de la Unión Europea y las intervenciones militares en Irak y Afganistán. Ahora bien, “anti-occidentalismo” no es lo mismo que "islamismo". El problema es que los límites son borrosos y es fácil que una cosa acabe llevando a la otra. Turquía ya había tenido dirigentes islamistas en el pasado, como el primer ministro Necmettin Erbakan, pero habían durado poco. De hecho, Erbakan ocupó su puesto poco más de un año antes de que el ejército le quitara de en medio con un golpe de estado en 1997… que, de paso, apartó a Erdogan de la alcaldía de Estambul. Ahora bien, nada como esto.

El tortuoso camino hacia las elecciones

Las encuestas siguen colocando a Erdogan y su Partido de la Justicia y el Desarrollo (AKP en sus siglas en turco) como máximo favorito de cara a las siguientes elecciones… pero se observa una caída de hasta el 10% en su intención de voto desde principios de año. Si Erdogan no consigue acabar con la crisis económica, si la división entre ricos y pobres se sigue ampliando en Turquía y la lira vuelve a pegar el susto tras la milagrosa recuperación de esta semana, Erdogan puede tener serios problemas para revalidar triunfo. Algo tendrá que inventarse. Por las malas, sabemos que se maneja bien. Por las buenas, ya ha dejado claro que Mahoma es su profeta y que piensa llevarlo a su esquina como si solo a él perteneciera.

En su futuro tendrá mucho que ver la postura de Occidente. ¿Querrán Biden y la Unión Europea apretar más la soga económica con nuevas sanciones o con un apoyo renovado a los kurdos que cree inestabilidad interior en el país? En principio, solo lo harían si no ven la amenaza de un mal mayor. Erdogan es el horror, pero es el horror conocido. Al fin y al cabo, dirige Turquía desde 2003. Seguro que Grecia, por ejemplo, estaría encantada de ver cómo se lo quitan de encima… siempre que, en su lugar, no aparezca alguien más radical, más nacionalista y más islamista. Si la alternativa es el Partido Republicano del Pueblo y la Alianza de la Nación, la coalición que mejor conserva el legado kemalista, lo normal es que lo dejen caer… y que Putin haga todo lo posible por volver a sacarlo a flote.

A sus 67 años, Erdogan ha perdido esa energía cautivadora de su juventud y le cuesta cada vez más reaccionar. Su gestión de la pandemia se basó en la mentira. Su gestión de los desastres naturales de este verano se caracterizó por su lentitud. Veamos qué pasa con su gestión de la crisis económica que está a punto de llevarse por delante no ya a un gobierno sino a una manera de entender Turquía. Si es capaz de convencer a los votantes que la culpa no es suya y que sus medidas son la extensión de un mandato moral y religioso, puede que el gato tenga una vida más. De lo contrario, empezará una nueva y necesaria etapa en un país que Occidente no puede permitirse seguir teniendo como enemigo.