No sabía que Romain Gary, durante sus cuatro años como cónsul general de Francia en Los Ángeles, fue un diplomático realmente bueno cuyos despachos bien podrían figurar en una antología y cuyas apariciones mediáticas y ruedas de prensa, en plena guerra de Argelia, se sucedían casi a diario.

No sabía que el antisemitismo del Quai d’Orsay, bajo el mandato de Maurice Couve de Murville, no tenía nada que envidiarle al de un mundillo literario dominado por tipos como Kléber Haedens, que se burlaba de un escritor que "hablaba siete idiomas", pero que "no sabía francés", ni tampoco que aquel ambiente era tan virulento como para que el hijo de Mina y Arieh-Leib Kacew ocultase que era judío cuando tomó posesión de su cargo y se declarase "católico y bautizado", además de inventarse que había nacido en Niza y no en Vilna.

Desconocía la existencia de Odette de Benedictis, su secretaria y amante (una historia que tuvo lugar ante las narices de Lesley Blanch, su mujer) y uno de los últimos testigos vivos de estos cuatro años cruciales, de literatura y diplomacia mezcladas, de servicio a su obra y a Francia, que han sido un verdadero agujero negro en las biografías del autor de La promesa del alba.

Romain Gary.

Romain Gary.

Nunca había oído el divertido episodio del encuentro con Jruschov en los baños del Café de París, en Beverly Hills. "¿Un camarada?" pregunta el líder de la URSS, mirando de reojo a ese tipo extraño que está de pie junto a él, meando y felicitándole en ruso por el discurso que acaba de pronunciar y que parece haber conquistado a Hollywood. "No, ¡sólo compatriota!" replica Romain Gary, a quien atisbamos atrapado en un arrebato de antisovietismo no muy común entre la intelectualidad europea de la época. ¿Será por sus orígenes? ¿Por el recuerdo familiar del terror? ¿Será la lucidez de un gran escritor?

Tampoco conocía la historia, en vísperas de su regreso a Francia, del asalto, en pleno consulado, en el 1919 de Outpost Drive, por parte de un equipo de matones vinculados al FLN que le tenían en el punto de mira desde hacía meses. ¿Fue por su gaullismo incondicional? ¿Por su hostilidad, desde el principio y durante los mandatos de Guy Mollet, Maurice Bourgès-Maunoury o Félix Gaillard, al nacionalismo? ¿Por su camusianismo? ¿Por la esperanza que depositó, como Camus, en una Argelia plurinacional y pluriconfesional en la que todos tendrían cabida?

Tampoco conocía las cartas en las que llama "hermano" a Camus y a Malraux, su "Dios". Tampoco sabía que, cuando este último tarda en responder al envío de un manuscrito, es presa de la desesperación propia de un muchacho que necesita reconocimiento.

No sabía que había conocido a Anaïs Nin, a Orson Welles y a Frank Sinatra. Que había convencido a Juliette Gréco, de la que Darryl Zanuck estaba enamorado, para que actuara en la adaptación cinematográfica de su adorada Las raíces del cielo. Que odió la película cuando la vio terminada, pero que trabajó en el guion como un loco, día y noche, en una suite del George-V.

El Gary que conocí era mordaz, hostil con los recién llegados a la escena literaria de los años 70, un hombre que parecía casi amargado

Estoy redescubriendo una época, antes de internet, en la que nos comunicábamos por telegramas y correo neumático. En la que sólo había un teléfono, en la oficina de Correos, para todo Roquebrune, su pueblo de adopción, cerca de Niza. Una época en la que llegábamos a Nueva York en barco, a Los Ángeles en tren, en la que tardaba todo un día en llegar la noticia de que le habían dado el premio Goncourt y todavía unas horas en entender que era el Goncourt y no el Nobel.

El Gary que conocí era mordaz, hostil con los recién llegados a la escena literaria de los años 70, un hombre que parecía casi amargado: este es generoso, fraternal, se alegra cuando Camus recibe el Nobel, se entristece cuando no se lo dan a Malraux.

El Gary que yo conocí era bruto, cínico, ya no le daba mucha importancia a los asuntos del amor, un hombre apesadumbrado: este es capaz de torpedear su carrera diplomática por quedarse unos días más con Jean Seberg en París, en el Lutetia, antes que volver a correprisa a San Francisco para recibir al líder de la Francia libre, convertido en presidente del Consejo.

El Gary que vi, al final, hasta la víspera de su suicidio, tenía un lado de veterano sobreactuado, de funcionario, de académico, de escritor condecorado. Descubro ahora la valentía que despliega para, en 1958, cuando su querido General vuelve a la política (con la silueta de un yacente de pie y de quien fue siempre un compañero), no aceptar ningún cargo oficial, ningún empleo o prebenda susceptible de obstaculizar su libertad artística.

Raros son los grandes detalles que conforman el genio de una vida y que vuelven a surgir, como vestigios, cuarenta años después de un naufragio programado

Estaba cansado, en la rue du Bac, aquellas tardes en las que le escuchaba, boquiabierto, hablar de la "nueva novela" o hablarme de Jean Seberg, del rodaje de Les Oiseaux vont mourir au Pérou, de una "pelea de hombres" con Maurice Ronet o Carlos Fuentes.

Estaba sombrío, extrañamente paranoico, convencido de que le seguía la pista el FBI, vigilado por el fisco francés y amenazado por su sobrino, Paul Pavlowitch, que intentó envenenarlo. Aquí está el mismo Gary, pero juvenil y bromista, húsar en el tejado de una república de las letras en vías de confinarse, el stendhaliano Fanfan la Tulipe que, cuando firma L'Homme à la colombe bajo el seudónimo de Fosco Sinibaldi, ya está probando, pero con alegría, la mistificación del futuro caso Ajar.

No todos los días crece lo que sabemos sobre la vida y la obra de un escritor del que creíamos saberlo todo.

Raros son los grandes detalles que conforman el genio de una vida y que vuelven a surgir, como vestigios, cuarenta años después de un naufragio programado.

Y todo gracias a un joven investigador, Kerwin Spire, que ha tenido el arrojo y la paciencia de consultar archivos, bucear en correspondencia inédita y pedir testimonios en los que nadie había caído.

El resultado es Monsieur Romain Gary (editorial Gallimard), del que he sacado estas anécdotas y que es, para mí, una de las verdaderas y agradables sorpresas de estos primeros días de verano.