Cuando este periodista le preguntó cómo veía el auge cultural y tecnológico de Málaga, Delaossa fue escéptico. "Hay mucho old money", acertó. Desde su perspectiva, hay una "superficie guay" que es "Málaga, la nueva Barcelona"; pero, si profundizas, es "Málaga, lo mismo de siempre". Dinero viejo.

Han pasado algunos meses desde esa entrevista, pero sigo pensando en aquella respuesta. Entiendo lo que quiere decir: Málaga es la provincia de moda y, al mismo tiempo, 20% de paro, camarero o a la obra, calles sucias. A veces parece que hay dos ciudades paralelas que no se encuentran; a un lado, un escaparate en el Centro para turistas y multinacionales; al otro, unos barrios que no huelen museos ni oportunidades. Es un relato que conozco y comprendo.

Pero no creo que en él se explique todo. Cuando decimos que Málaga está de moda, quiero pensar que no nos referimos a que la gente que ya tiene dinero puede multiplicarlo invirtiéndolo en un chiringuito, un apartamento turístico o una nueva promoción inmobiliaria. La Málaga emergente no es solo la de ellos, sino que es también —¡principalmente!— la del informático de Vélez que, sin más escaparate que su trabajo bien hecho, convenció a Google de que tenía que abrir una sede aquí a cambio de ficharle a él y a su equipo; la de la estrella de Hollywood que volvió a casa para crear cultura teatral; la de tres muchachos de Granada, Córdoba y el Caribe que se pegan en la música pero usan su tiempo en ayudar a estudiantes de artes escénicas; la del referente literario local que lo deja todo por apoyar a los chavales a hacer poesía.

Hay una Málaga apasionante en la vanguardia que crea escuela, la generosidad del que usa sus privilegios —heredados o conquistados— para dar las mismas oportunidades a los demás, la lucha de todos y cada uno de ellos por convertir nuestra tierra en un paraíso para las buenas ideas.

Un dato preocupante: somos una de las cuatro provincias españolas con el ascensor social más averiado. No se trata de esperar que los resultados de empleo o PIB sean ya los de una Escandinavia en el sur de Europa; pero sí podríamos tener al menos la esperanza de que el sistema está preparado para propulsar el talento, surja de El Limonar o La Trinidad. Esa sería una verdadera transformación.

Hace menos de un mes, tuve la suerte de ser invitado junto con la periodista de Sur Nuria Triguero al retorno de las Barcamp, un encuentro casi secreto de la generación dorada de la Málaga tecnológica en la que hablan entre amigos sobre programación, inteligencia artificial, escalabilidad de producto, qué sé yo. Quizás envalentonado por la cercanía y juventud de la mesa, compartí mis opiniones sobre cómo se crea el relato de la transformación de una ciudad, y me escucharon, y me debatieron, como si yo no fuera un niñato que había aparecido por allí un sábado por la mañana con pocas horas de sueño.

Pensé que había podido actuar como si no estuviera en una mesa llena de millonarios. Dinero nuevo: vaqueros, camiseta, y a compartir sin artificios trucos y debates para hacer las cosas mejor. Me gustó.