Dice el diccionario académico que el "alto el fuego" no es sino la suspensión momentánea o definitiva de las acciones militares en una contienda. Una expresión que hemos escuchado en miles de ocasiones en el cine, y que nos traslada directamente a esa escena en que un bando u otro pide al de enfrente que paren las máquinas... que ya está bien de guerra. 

Pero si un "alto el fuego" nos ha alegrado últimamente, ese tiene que ver directamente con lo nuestro, con nuestras raíces. Con las raíces de lo que da sentido a una buena parte de nuestra provincia de Málaga, que es sol y playa, pero que también es vegetación y riqueza medioambiental. Un patrimonio que no es, por tanto, sólo el que nos hace mirar al sur y plantar vista en el Mediterráneo, sino que sabemos a ciencia cierta, es todo un tesoro del que no podemos prescindir.

Y es por ello que se nos ha metido algo en el ojo estos días, cuando el avance de las llamas en el incendio de Sierra Bermeja parecía una constante. Se nos ha colado algo duro en el lagrimal cuando, sin opción alguna de hacer nada por solventarlo, los héroes del Plan Infoca, del Consorcio Provincial de Bomberos y de los diferentes cuerpos de seguridad allí congregados nos advertían que la cosa pintaba mal. Una semana de lamentos, de frustración… una semana de impotencia que, para colmo, cerraba el círculo diabólico con el fallecimiento de un bombero al que la entrega y pasión por su trabajo terminó por derrumbar, haciéndole pasto de las llamas. El particular ‘alto el fuego’ llegó, pero lo hizo demasiado tarde.

El incendio se lleva por delante, además, centenares (tal vez miles) de vidas de animales que tienen en ese enclave su salón particular. Se ha llevado por delante 10.000 hectáreas de vegetación, que nos duelen como quien ve arrancada de cuajo una tira de su piel. El combustible natural de uno de los parajes más asombrosos de este país fue suficiente para dinamitar por completo cualquier opción de solventar el capítulo del que tuvimos constancia hace ahora justo una semana. Una conjunción nada casual de hechos (viento, temperatura y orografía) que provocó un daño mayor incluso del que tal vez pretendía el autor o autores de lo que parece ser un suceso intencionado. 

Dice la Fiscalía que hay motivos suficientes para pensar que lo de Sierra Bermeja no ha sido cosa de mala suerte. Aseguran los técnicos del Seprona y los agentes forestales que hay evidencias que demuestran la existencia de varios focos iniciales, originados simultáneamente hace ahora una semana. Que hubo mano humana… y que más hubiera valido que se la cortasen. No sabe uno qué puede pasar por la cabeza (‘de chorlito’) de alguien, para irrumpir en pleno paraje natural con el simple objetivo de hacer daño. Malnacidos que deben ser localizados, para pagar por tanto daño. No hay más. No merecen menos.

Entre tanto, la unión de los municipios afectados y, sobre todo, la solidaridad del malagueño han vuelto a salir a la luz como el mejor de los antídotos. Una entrega que ha quedado demostrada desde el primer momento, ofreciendo desde diferentes escalas y organizaciones la ayuda que fuese necesaria para los miles de vecinos afectados y, más a medio plazo, para reponer en la medida de lo posible el daño ecológico en la zona. Una entrega demostrada que sólo se ha visto rota por el empeño de algunos (afortunadamente, los menos) por enfangar una causa de todos, colocándole tal o cual mensaje de calado político. No, señores: aquí no hay color que valga ni caben alegatos intencionados por una determinada marca.

En el campo, izquierda y derecha son sólo coordenadas y no vale poner por delante de los intereses generales, los puramente electoralistas. Se actuó y se hizo, como en otras tantas ocasiones, bien. Sobradamente bien. Y se hizo bien porque, por suerte, no era un cargo sino un servidor público el que debía dar la talla ante el fuego. No era un traje de corbata lo que hacía falta en Sierra Bermeja, sino un equipo especial ignífugo. No era política, sino valentía y humanidad y de eso, a buen seguro, tienen los efectivos que estos días han luchado contra el fuego. Si hubo éxito en el control del fuego fue precisamente por esos bomberos de arrojo indudable, y no por los discursos acalorados de algún político despistado que entendió que podía sacar partido de todo esto. Controlado el incendio, y a expensas de su extinción definitiva, una petición de alto el fuego a esos políticos de mechero verbal. A ellos, agua para calmar fuegos innecesarios.