María Jesús Montero, Yolanda Díaz y Félix Bolaños, durante la sesión de control al Gobierno.

María Jesús Montero, Yolanda Díaz y Félix Bolaños, durante la sesión de control al Gobierno. J.J Guillén Efe

Política SESIÓN DE (DES)CONTROL

Los discípulos de Pedro... o cómo ser más sanchista que Sánchez

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El sanchismo, al contrario que la mayoría de revoluciones, exhibe una ventaja funcional para sí mismo que es, al mismo tiempo, una maldición para quienes viven al otro lado del muro: los cortesanos del líder llevan el proyecto mucho más lejos que el propio líder.

Yerran quienes creen que, caído Sánchez, si es que cae antes de cuarenta años, el PSOE vaya a renovarse. Quedarán controlando la sucesión quienes se han imbuido de su delirio y lo han elevado al cubo. Esta mañana era uno de esos días para darse cuenta.

El Gobierno estaba en manos de María Jesús Montero, que daba voces a diestro y siniestro, sobre todo a diestro, en el ojo de un huracán de papeles que parecía que iba a llevarnos a todos por delante. El Gobierno en manos de Félix Bolaños, un exquisito abogado del Banco de España que extravió la pasión por la democracia deliberativa para colocar el adjetivo –casi siempre insulto– antes que el argumento.

El Gobierno en manos de Margarita Robles, que pasó de pugnar por la verdad de los GAL a defender la amnistía a cualquier precio. El Gobierno en manos de Ana Redondo, una moderadísima doctora en Derecho Constitucional que hoy es capaz de hilvanar decenas de bulos sobre las pulseras antimaltrato en sólo tres minutos.

Sánchez lo hace por salvarse a sí mismo. Y eso es capaz de comprenderlo cualquiera. Pero hacer esto espoleado por otro, a costa de inmolar el prestigio que puedas tener, es un misterio de veras irresoluble. Un misterio que se nos aparece a medio camino entre la comedia y la tiniebla en cada sesión en la que no está Pedro Sánchez, como la de esta mañana.

En Sánchez queda bien, como un traje a medida, la respuesta con Gaza, Trump, Abascal o Bolsonaro a cualquier pregunta relacionada con su gestión. Pero en los demás, en todos esos ministros que lo sueñan Nobel de la Paz, el silogismo rebrota sonrojante e ininteligible.

Le preguntan a la ministra de Igualdad por las pulseras y ella, en vez de contar qué ha sucedido, acusa a la oposición de no condenar el papel de Mazón en la Dana. Le preguntan a Bolaños por las mismas pulseras y él, en vez de explicar qué ha pasado en los tribunales tras el fallo del sistema, acusa a PP y Vox, "los ultras", de "no creer en el feminismo".

Menos mal que estas sesiones no las ve nadie. Estas sesiones sólo las vemos nosotros y porque nos pagan.

Ausente Sánchez –está en la ONU, en Nueva York–, España se asoma a un precipicio todavía peor. Porque es lo mismo, pero sin el aura del villano hecho a sí mismo. A Sánchez, ya lo verán, lo echaremos de menos.

Esta estrategia, a él, le sale de dentro y, desde que se acabó el verano, viene al Parlamento sin papeles. Montero ha venido con tantos papeles que, dejando pequeño lo de Soraya con el bolso en el escaño de Rajoy, ha inundado el espacio del presidente.

¡Una inundación literal! Papeles escritos por ella, papeles escritos por su gabinete, el móvil, gráficas, fotos de los diputados a los que iba respondiendo. Hasta una botella de agua medio vacía. A punto hemos estado de ir corriendo con el extintor.

Venía el Gobierno de perder una votación fundamental: la cesión de la competencia de inmigración a Cataluña con la que pretendía comprarle a Puigdemont una pizca de los Presupuestos. No pudo ser el enésimo episodio del Diario de Cesiones porque Podemos se opuso.

Sánchez tiene la capacidad de ceder cosas a la extrema derecha con el apoyo de la extrema izquierda. Pero hasta Sánchez parece tener un límite. Si le das la inmigración a Puigdemont, no te lo puede votar Pablo Iglesias.

Esa era la resaca de esta mañana cuando han regresado los diputados al Parlamento en una metáfora cristalina de la España gubernamental: Yolanda Díaz, apoyando sus manos en los hombros de otra diputada, como si temiera despeñarse de todas las encuestas. Gabriel Rufián, con su traje de Falcon Crest, pegado a la pared intentando que Yolanda, con la que casi no habla, le dejara pasar.

Y Miriam Nogueras, la enviada de Puigdemont, con el móvil colgado del cuello mediante una cuerda tan larga que parecía una soga.

Los de Junts se han divertido mucho esta mañana recordándole a María Jesús Montero que el Gobierno no tiene Presupuestos ni los tendrá. Los de Junts se sientan detrás del Gobierno. Entonces, el Gobierno, cuando responde, tiene que mirar al frente, hacia arriba, como si hablaran con Dios.

La mañana es interminable. La mañana es incomprensible. No es que se insulten; es que se insultan por temas distintos en la misma frase. Nogueras, ten piedad. Afloja la soga en el cuello del Gobierno y apriétala en el nuestro.