Pedro Sánchez y María Jesús Montero, en la sesión de control de este miércoles.

Pedro Sánchez y María Jesús Montero, en la sesión de control de este miércoles. J.J Guillén Efe

Política SESIÓN DE (DES)CONTROL

¿Hay corrupción en el Gobierno de España? ¡Genocidio!

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Son las cosas de la política. Una masacre a 3.552 kilómetros puede provocar un efecto balsámico en el Gobierno de un país ajeno. No se trata de una cuestión de principios. En la política de hoy, la política de los finales, lo que importa es la estrategia. Y si la estrategia marcha con el viento a favor, da igual la causa que empuje. El cuerpo se relaja.

En los días donde la corrupción era la principal noticia de portada, Sánchez llegaba al Parlamento con una cartera marrón a punto de reventar, inundada de cuartillas con datos para responder a la oposición. En los días de la masacre, Sánchez llega sin cartera y cruza las piernas nada más sentarse.

La consigna era clara: cualquier pregunta que versara sobre España, había que responderla con Gaza. Ahí entra en juego la habilidad de cada ministro. La política es el arte de hacer creer al otro que se le está respondiendo a lo que había preguntado mientras se le contesta lo que uno quiere. Suárez y González eran verdaderos maestros.

Pero la habilidad de los ministros de hoy dista más de 3.552 kilómetros de la de Emilio Castelar, por citar un referente republicano, que posa en estatua de bronce a menos de cien metros de la tribuna. Por ejemplo: le preguntan a María Jesús Montero por los presuntos casos de corrupción sucedidos en la familia del presidente y ella grita: "¡Es un genocidio!". Hombre, al juez Peinado a veces se le va la cosa de las manos, pero no tanto.

Otro ejemplo: le preguntan a Félix Bolaños por la corrupción. Y él contesta, con diminutivo incluido –no conviene, ministro, emplear diminutivos cuando las imágenes reflejan una barbarie de ese calibre–: "¿No les conmueven ni siquiera un poquito las imágenes de los niños asesinados?".

Sánchez estaba tan relajado que se autoproclamaba el líder más resistente de Europa. Se definía, ante la incredulidad del padre Feijóo, como uno de los gobernantes más longevos del continente y añadía por recochineo sus "tres" muescas en el revólver: Rajoy, Casado y Feijóo. A Feijóo lo da por cadáver pese a haber perdido frente a él las elecciones.

Es verdad que Feijóo, en un error habitual en él, había empezado la sesión de control mencionando muchos temas en muy poco tiempo. La Vuelta a España, la mujer, el hermano, lo de Cerdán... Todo eso que engrosa lo que llama la "inestabilidad populista".

Eso le permitía a Sánchez, el de las piernas cruzadas y la ausencia de papeles, responder con la ONU y las encuestas de el Instituto Elcano –las de las generales no le valen–. Hasta que el padre Feijóo ha hecho lo que Sánchez no esperaba. Decir contundentemente en la sede de la soberanía nacional lo que piensa de Netanyahu y de Gaza.

A Sánchez –es de sobra conocido– no se le derrota enumerando las consecuencias que ya ha dejado su gobierno, sino sorprendiéndole. Lo que no tolera bien Sánchez es la incertidumbre. Generalmente, por malo que sea el panorama, gracias a su ejército de taumaturgos, se levanta sabiendo por dónde va a ir el día.

Había creído Sánchez que Feijóo, incómodo por las barbaridades que dice Ayuso sobre lo de Gaza, callaría y seguiría con la corrupción y lo nacional. Ese silencio, además, sería utilizado después por todas las matrices mediáticas para decir: "¿No lo ven? Callan ante un genocidio. Se les ha ido de las manos. ¡Son la ultraderecha!".

Y Feijóo ha dicho literalmente: "La masacre debe parar. Los civiles son inocentes". Luego ha añadido los matices, esos que el Gobierno no quiere para este asunto: "Quien bombardea es el gobierno de Israel, no el pueblo de Israel".

Si uno deja a un lado el término "genocidio" y coge las palabras de Sánchez y Feijóo sobre las acciones de Netanyahu, ve que no hay apenas diferencias. Un diputado del PP se ha dedicado a contar las veces que los socialistas han utilizado la palabra "masacre", que es la que también usan los populares.

Por tanto, del consenso natural... a la ruptura artificial. Así una y otra vez. Sánchez haciendo por necesidad aritmética lo que propone Zapatero por vocación.

Feijóo ha soltado un último croché: "Por seguir en el poder, todo el mundo sabe que usted pactaría hasta con Netanyahu". Nos ha jodido. Y con los guerrilleros de Cristo Rey.

Algo había ocurrido. Sánchez, en su contrarréplica, ya no ha respondido con Gaza. No estaba en el guion que Feijóo se abriera así la camisa.

Después, hemos vuelto a la normalidad. Sánchez escuchando con cascos a Miriam Nogueras, la enviada de Puigdemont. Sánchez, con cascos alámbricos, como los de la Renfe de hace veinte años, como si estuviera combatiendo el fascismo en una trinchera de la Línea Maginot, para que quedara claro que se trataba de algo carlista.

Sánchez, en una metáfora perfecta de España, contestando a Nogueras sin acercarse al micro; sin que se le oyera.

Cuando habla Junts, se escucha. Cuando responde el Gobierno, silencio.