
Sánchez, a su llegada al Congreso esta mañana. Efe
El termostato de Sánchez en el Congreso con Junts y Bildu: de los "catalanes ordeñados" al nacimiento de "Euskal Herria"
Existe una manera infalible de medir la mezcla de orgullo, optimismo y seguridad que conforma la salud de un diputado: la manera en que atraviesa el foso del Parlamento.
Los desconocidos de provincias lo cruzan como si hubieran avistado los toros al otro lado de la calle Estafeta. Los ministros estacionan ahí para abrazarse, no pagan la zona azul; se la pagan, y tienen los butacones cerca. El presidente ni lo pisa porque no quiere que se le acerquen a abrazarle esos queridos compañeros con los que habrá hablado tres o cuatro veces en su vida.
¿Y los nacionalistas? Hubo un tiempo, hace no tanto, en que los nacionalistas subían raudos a las cumbres del gallinero donde se sientan para no mezclarse con los diputados opresores de PP y PSOE, que son los que se colocan más cerca del foso.
Sánchez es un revolucionario. Con él, no sólo ha cambiado España. También ha cambiado el Congreso. Ha llegado Rufián con las manos en los bolsillos, caminando a cámara lenta, se ha abrazado con el ministro Urtasun y luego se ha unido al abrazo, en relación abierta, Oskar Matute, de Bildu. En ese “bailar pegados” se encarna la gobernabilidad de hoy: una mezcla entre los que quieren independizarse y los que quieren darles la oportunidad de independizarse.
Esta es la metáfora entre bambalinas, pero también se puede testar con la crudeza de las palabras. Con eso que Churchill –el Sánchez del siglo XX– decía sobre la importancia de la palabra: aunque parezca que el éter las disuelve en cuanto se pronuncian, son mucho más importantes que cualquier edificio. Los edificios se caen, pero las palabras y los silencios quedan para siempre en alguna parte. Seguro que Ione Belarra no olvidará que María Jesús Montero la ha llamado Ione Gamarra.
Ahí va.
Se levanta en su escaño Miriam Nogueras, que ha llegado toda de negro, seguida de hombres de negro. ¡No es Macron, es Nogueras quien tiene que liderarnos frente a Putin!
Se dirige a Sánchez en catalán, apuntándole con la barbilla como si le apuntara con un referéndum. Y Sánchez, que ha sido hace cinco minutos cruel con el padre Feijóo, atiende con benevolencia jesuítica ese relato según el cual los catalanes viven muy mal porque tienen que sostener a los extremeños y los andaluces.
Sánchez no se inmuta. Está sentado en el butacón con las manos entrelazadas. A ratos sonríe, pero es una sonrisa distinta, despojada de la ironía que le regala cada miércoles a Feijóo.
Se levanta él, porque le toca responder, y se levanta también un leve manto de esperanza. Igual hoy le dice algo, igual hoy sí. Pero no dice nada. Sólo musita con voz de terciopelo una batería de datos económicos.
Nogueras, en la réplica, vuelve con la extremada generosidad de Cataluña, que “acaba pagando la fiesta” de todos esos españoles vagos que no quieren trabajar. La Hacienda de la que se queja no es mala por ser Hacienda, sino por ser “Hacienda española” –remarca el adjetivo como si lo estuviera esculpiendo en una piedra–. Los españoles, dice Miriam, estamos ordeñando a Cataluña. En los ratos libres, es cierto, solemos ir a las granjas del Henares a aprender a ordeñar a catalanes, que se mueven mucho y muerden.
Entonces, llega el instante más poderoso. Grita Nogueras: “¡Visca Catalunya lliure!”. Y Sánchez, que siempre tiene la última palabra porque así lo estipula el reglamento, no dice nada. Nunca dice nada, ninguna semana dice nada. No dice que esa Cataluña libre no existe, no dice que esa Cataluña autoproclamada libre produjo una enorme fractura social, no dice que fue un delito y no dice que su deber constitucional le conmina a refutar ese proyecto.
Ese silencio, que es una costumbre desde la investidura, sobrevuela el Parlamento y ya no es atisbado siquiera por la oposición. Pero pensamos, desde aquí arriba, justo al lado de los agujeros que dejaron los disparos de Tejero, que seguro permanece en alguna parte y que, un día, alguien lo notará como una presencia incómoda y dirá: “Joder, ¿os acordáis de cuando…?”.
Creemos que sí, que nos acordaremos, igual que nos acordaremos de que este miércoles 19 de febrero a las 9:15, el diputado de Bildu se refirió continuamente a “Euskal Herria”, que tampoco existe, y el presidente no dijo nada.
Miramos nostálgicos a la americana de Patxi López, que no sabemos de dónde ha salido, pero que tiene que ser de segunda mano seguro. Es una de esas de cuadrito pequeño y color crema. Patxi vestido de antónimo. Patxi vestido de ministro de Obras Públicas de la UCD. Sin que él lo sepa, nos arropamos con su inconsciente homenaje a la Transición.