El padre Kórdochkin enciende una vela en el interior de la catedral ortodoxa rusa de Madrid. REPORTAJE GRÁFICO Y VÍDEO DE SARA FERNÁNDEZ

El padre Kórdochkin enciende una vela en el interior de la catedral ortodoxa rusa de Madrid. REPORTAJE GRÁFICO Y VÍDEO DE SARA FERNÁNDEZ

Política GUERRA RUSIA-UCRANIA

El padre Kórdochkin obra el milagro en Madrid: ucranianos y rusos aún conviven en su catedral

Incluso diplomáticos de ambos países coinciden en la catedral. "Putin no escapará al juicio de Dios", dice el deán, ruso de San Petersburgo.

20 marzo, 2022 03:02

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Uno de sus recuerdos más felices nació en Berlín. Tenía trece años y por fin había podido salir de Leningrado. Se recuerda, ¡qué feliz se recuerda!, derribando trocitos del gran muro con el pie. Hoy, tres décadas después, dice: “Creo que mi vida, desde entonces, ha sido eso; acabar con los muros”. 

Se llama Andréy Kórdochkin. Viste una túnica oscura que le cubre el tronco. También los brazos. Cuelga de su pecho una cruz de madera. Es el deán de la catedral ortodoxa rusa de Madrid, uno de los pocos lugares en el mundo donde todavía conviven los rusos con los ucranianos. Incluso los diplomáticos de uno y otro país. 

Cuando el padre Kórdochkin abre la puerta, aparece un templo inundado de andamios. A la altura del techo, pintan las paredes ocho personas. Cinco ucranianos que ya no podrán regresar a su país, un georgiano y dos rusos. Juntos. Dibujan la “transfiguración del mundo”. De momento, puede atisbarse el enorme rostro de Jesucristo.

En la Catedral ortodoxa rusa de Madrid durante la guerra de Ucrania Sara Fernández

–Padre, pero apenas hay bancos.

–¿Bancos? 

–Sí, para que los fieles se sienten durante la eucaristía. 

–Casi nadie se sienta. A veces tengo que pedir a los más mayores que lo hagan.

–¿Y cuánto duran sus eucaristías?

–Pueden durar dos horas.

La iglesia ortodoxa rusa alberga, con 150 millones de fieles, el segundo credo cristiano más numeroso, sólo por detrás del catolicismo, que concita 1.313 millones. La Rusia de Vladimir Putin es un país muy practicante: entre el 60% y el 70% de sus habitantes –la cifra varía en función de las encuestas– se declara, valga la redundancia, ortodoxo ruso.

Y la clave: la mayoría de ortodoxos ucranianos, pese a la existencia de algunos cismas, responde al patriarcado de Moscú. Son la misma iglesia. En Madrid, al haber muchos más ucranianos que rusos –20.000 frente a 4.000 en datos del INE–, la comunidad es preeminentemente ucraniana.

Uno de los miembros de esta iglesia es el padre Kórdochkin. Su historia, como en el poema de José Agustín Goytisolo, es la historia de un hombre que sirve para explicar a todos los hombres.

El padre Andréy Kórdochkin, en el exterior de la catedral ortodoxa rusa de Madrid.

El padre Andréy Kórdochkin, en el exterior de la catedral ortodoxa rusa de Madrid. Sara Fernández

Nació en la URSS en 1977. Tiene 44 años. Casado y con dos hijos. Los sacerdotes ortodoxos rusos pueden estar casados… siempre que lo hagan antes de ordenarse. Él se unió en matrimonio con 23. Su esposa tenía 18. Hijo de ingenieros. Sin ninguna formación religiosa. Bautizado a los 13. Integrado en la “vida litúrgica” a los 16.

“Los ortodoxos de mi generación descubrimos nuestro propio camino”, revela. Porque en la URSS, el comunismo, la ideología única, también operaba como una religión. No había otra religión que esa. Estudió Teología en Reino Unido. Hasta que fue destinado aquí.

Terreno neutral

Este sacerdote, desde que comenzó la guerra, ha logrado hacer de la catedral en la que nos encontramos una especie de territorio neutral. Sin que eso entrañe una equidistancia por su parte. A lo largo de esta conversación, él mismo se declarará “anti Putin”. Aunque todo es mucho más complejo que esa etiqueta. Vamos allá.

–Me han contado que aquí se cruzan los diplomáticos de los dos países en guerra. 

El padre Kórdochkin mira de reojo la grabadora. No quiere ni puede revelar esos datos, aunque asiente, dando a entender que eso ocurre. Luego responde de una manera un tanto críptica: “Este sitio es absolutamente excepcional. Las puertas están abiertas para todos. No se excluye, por supuesto, a los diplomáticos de ninguna embajada”. 

Luego, en su siguiente respuesta, revela que tiene un trato personal con ellos: “Trabajar en el cuerpo diplomático hoy supone una inmensa presión”.

–¿Se ha planteado mediar entre ellos?

–Sería bueno que existiera un mediador, pero… Los diplomáticos a ese nivel no toman decisiones importantes, aunque deben aceptar las consecuencias de las acciones de sus líderes.

Andréy Kórdochkin revela una anécdota para describir, volviendo a hablar entre líneas, lo que está pasando y lo que puede pasar entre los diplomáticos rusos y ucranianos en Madrid. Menciona la tumba de un embajador ruso en el cementerio inglés de la capital.

“Eran los años previos a la Gran Guerra. Principios del siglo XX. Aquel diplomático mantenía una muy buena relación con el embajador del Imperio Austrohúngaro. Sin embargo, cuando estalló la batalla, se empezó a torcer. Creo que acabaron fatal. De hecho, el ruso tuvo problemas de salud y falleció”, refiere.

Este sacerdote, crecido en la URSS, en la misma ciudad donde Vladimir Putin inició su carrera política –San Petersburgo, antes Leningrado–, se revela como un buen conocedor del pasado ruso. Y aunque los paralelismos con el siglo XX resultan delicados, sabe, como Mark Twain, que “la Historia rima”.

Andréy Kórdochkin, en un momento de la entrevista.

Andréy Kórdochkin, en un momento de la entrevista. Sara Fernández

La catedral ortodoxa de Madrid demuestra una voluntad de integración en España a través de su paisaje. A grandes rasgos, este credo comparte mil años de Historia con el católico: el milenio que va desde el nacimiento de Jesús de Nazaret hasta que se produjo el cisma.

En las paredes hay dos cuadros: uno de Santa Eulalia de Mérida y otro de Santa Leocadia de Toledo. En el techo, una vez concluyan los trabajos, saludarán los episodios de Covadonga y el apóstol Santiago.

Andréy Kórdochkin está muy orgulloso del templo y de su comunidad. Cuando llegó a Madrid hace dieciocho años, el lugar de culto de la ortodoxia rusa era un pequeño local que antes había hecho las veces de locutorio y de frutería.

“Los fieles eran casi todos ucranianos. Igual que hoy. Habían llegado ilegalmente, muchos dejando atrás a sus familias. Compartían pisos, trabajaban en condiciones muy duras. En los últimos años, las cosas habían mejorado”, rememora con nostalgia Kórdochkin mientras abre la puerta de su despacho.

Cuando toma asiento, pide disculpas de antemano. Deberá hacer una pausa en la conversación para entregar unos frigoríficos viejos. El deán de la comunidad es también quien se ocupa del mantenimiento del templo. Es algo así como un pastor que, en sus ratos libres, se descubre como amo de llaves.

En las paredes del edificio, un reportaje de Josefina Carabias sobre los “rusos blancos” y unas fotografías que muestran a sacerdotes ortodoxos rusos combatiendo junto a los requetés en la Guerra Civil. También otros documentos históricos cedidos a la comunidad, como un retrato, ¡tejido en hilo por una feligresa!, del zar Nicolás II.

Putin y el "juicio final"

–Mi posición es antiguerra. Ya se lo adelanto –dice Kórdochkin al corriente de la voracidad que suelen mostrar los periodistas.

–¿Eso es decir “anti Putin”?

–Sí, lo puede decir usted así también. Es muy importante remarcar que la iglesia ortodoxa rusa no es “la iglesia de Rusia”. Esta comunidad es mestiza, pero no étnica. 

–Trescientos sacerdotes, entre ellos usted, han enviado una carta a Putin para pedirle que detenga la guerra. Pero, ¿qué le diría usted a su feligrés si le pidiera consejo? 

–Existen tres juicios: el de los hombres, el de la Historia y el juicio final. No hay forma de escapar al juicio de Dios. Le recordaría a Putin que sólo se puede entrar al paraíso si se ha perdonado a los demás y si a uno le han perdonado los demás.

–En la carta, utilizan ustedes la imagen de Caín para describir la actitud de Putin.

–¿No dice Putin que el pueblo ucraniano y el pueblo ruso son el mismo? ¡Pero si los está matando! Entonces, podemos hablar de una guerra fratricida. Y también utilizar la imagen bíblica de Caín. Ustedes en España tienen mucha suerte. 

–¿A qué se refiere?

–Nadie puede ir tan lejos como Putin. Ningún presidente puede escaparse a las principales normas de la ética. Seguro que España es imperfecta, pero el Gobierno encontraría contrapoderes jurídicos y sociales si hiciera lo mismo que Putin.

El padre Kórdochkin enciende una vela en la catedral ortodoxa rusa de Madrid.

El padre Kórdochkin enciende una vela en la catedral ortodoxa rusa de Madrid. Sara Fernández

El padre Kórdochkin recupera una anécdota “hoy olvidada” para definir a Vladimir Putin. En el siglo X, el príncipe Vladimiro bautizó a Rusia. Cuando murió, se desató una guerra por el poder entre sus hijos. Dos de ellos, Boris y Gleb, decidieron no enfrentarse a un tercero, Sviatopolk, para, así, evitar una guerra civil.

“Boris y Gleb afrontaron un dilema moral: ¿luchar e intentar matar a su hermano o dejarse matar para evitar la guerra en Rusia? Eligieron lo segundo. Murieron como cristianos. Fueron los primeros santos canonizados por la iglesia ortodoxa rusa. Hace unos años, Putin visitó una exposición donde había unas pinturas suyas”, relata Kórdochkin.

–Y Putin dijo… 

–“Boris y Gleb se tumbaron hasta que alguien fue a matarlos. Nosotros no vamos a seguir su ejemplo”. Eso dijo Putin.

El patriarcado de Moscú

–Putin ha hecho de la iglesia ortodoxa rusa, sin embargo, uno de los pilares de su proyecto imperial.

–Sí, pero eso no es nuevo. A lo largo de los siglos, los distintos regímenes han intentado ser bendecidos y sacralizados por la iglesia ortodoxa, como el Imperio Bizantino o el propio Imperio Ruso.

Stalin persiguió la religión. El comunismo es una religión, un sustitutivo de la iglesia ortodoxa.

–Sí, pero incluso Stalin se aprovechó de la iglesia y la utilizó para bendecir sus “proyectos pacíficos” después de la guerra. Para dibujar un “país pacificador”.

Para muestra, un botón. Putin mantuvo el himno de la URSS como melodía oficial rusa, pero añadió a la letra una frase que Stalin o Lenin jamás habrían permitido: "¡Eres única en la faz! Eres inimitable. Protegida por Dios, tierra natal".

Cirilo I, el patriarca de Moscú, el patriarca del padre Kórdochkin, ha bendecido la invasión de Ucrania. Lo ha hecho con un argumento inesperado: ha dicho que el ataque supone combatir la vida pecaminosa y el “lobby gay”.

–Según tengo entendido, Cirilo I es para los ortodoxos rusos como el papa Francisco para los católicos.

–Le diré algo muy importante –asoma una sonrisa en los labios del padre Kórdochkin–. La Iglesia católica reconoce la infalibilidad doctrinal del papa, pero nosotros no reconocemos la infalibilidad de nuestro patriarca.

–¡Está muy bien negociado eso!

–Sí, sí –se ríe.

–Pero vayamos al fondo del asunto: ¿qué le parecen sus declaraciones? 

–No puedo solidarizarme con esa visión. Pero, detrás de esas palabras, podemos encontrar lo que usted llama el fondo del asunto. ¿A qué mundo va a pertenecer Ucrania? ¿Al mundo occidental o al mundo ruso? Porque algunos rusos piensan eso del mundo europeo, que entraña esa visión del ser humano y de su sexualidad… Déjeme añadir algo.

–Por supuesto, adelante.

–El prelado de la iglesia ortodoxa rusa en Ucrania ha pedido a Putin el fin de la guerra. Esa es también la voz de nuestra iglesia. Es un ejercicio de gran valor.

El padre Kórdochkin, con los andamios de fondo en la catedral ortodoxa.

El padre Kórdochkin, con los andamios de fondo en la catedral ortodoxa. Sara Fernández

–En Rusia han detenido a un sacerdote por predicar contra la guerra. 

–Sí. ¿Cómo es posible? No lo entiendo.

–¿Tiene miedo de volver a Rusia?

–No es que tenga miedo, es que no es razonable ni posible. Me toparía con el sistema de justicia ruso. No podré volver, imagino, hasta que no haya cambios. Esta guerra no puede ser bendecida por Dios.

–Los cambios pueden tardar mucho en llegar.

–¿Sabe? Tengo esperanza. Porque pienso que Rusia es como un ascensor cayendo. Y los ascensores no caen eternamente.

–Palabras como las de esta tarde le pueden traer muchos problemas. 

–La verdadera valentía sería mostrar la misma resistencia estando en Rusia. Aunque es verdad que mi discurso me deja fuera de la zona de seguridad. Si un ucraniano en España pierde el control y se deja llevar por el odio, podría atacar este lugar, porque la embajada de Rusia está protegida por la Policía. Y si un ruso escucha mis palabras, podría hacer lo mismo.

Cuando conoció a Lavrov

Andréy Kórdochkin tuvo la oportunidad de estrechar, en dos ocasiones, la mano de uno de los rusos que más poder ha acaparado: Lavrov, el ministro de Exteriores de Putin.

“Me parecía una persona muy adecuada para pertenecer a la élite política. Pero ahora… El otro día le preguntaron si iba a invadir más países aparte de Ucrania. Dijo que no… pero también dijo que no habían invadido Ucrania. Como ruso, me siento engañado”, cuenta.

Este sacerdote diagnostica una “vuelta atrás” en el camino que emprendió Gorbachov con la Perestroika: “Son cambios históricos, pero en la dirección equivocada. Cualquier oposición pacífica está siendo criminalizada. En mi infancia soviética podíamos sacar carteles que llamaban a la ‘paz en el mundo’. Hoy seríamos detenidos con ese cartel. El país se está aislando, se está quedando muy aislado. La mayor desobediencia civil es utilizar una aplicación para ocultar la identidad de móviles y ordenadores”.

Cuando se le pregunta si será posible mantener este reducto de convivencia ruso-ucraniana en que se ha convertido la catedral ortodoxa de Madrid, responde: “Creo que sí, pero no puedo ocultar que se está produciendo tensión. Algunos ucranianos que vienen aquí son presionados por amigos y familiares, que les piden que no vayan a una ‘iglesia rusa’. La tensión es anterior, dentro de la iglesia no hay tensión”. 

Al concluir la entrevista, el padre Kórdochkin se levanta y va camino del templo. Le espera una familia que le ha pedido un rezo por un hombre que va a ser sometido a una grave operación. Se desplaza con grandes zancadas, a lomos de los mismos pies que, hace treinta años, daban pataditas a los restos del muro de Berlín.