Las guerras, sean cuales sean, altas bajas, internas, externas, familiares o de países se saben cómo empiezan, pero no cómo terminan. En cuanto a los destrozos que dejan, se emplean años en recuperarse. Y lo que se recupera nunca vuelve lo que antes existía. Es otra cosa. Las guerras dejan crisis morales, éticas, culturales; crisis de idiosincrasia nacional, de sentimientos de pertenencia. Véase España, a quién aún la cuesta superar su antigua guerra civil y los desastres heredados de la dictadura militar. Han pasado años y España aún no es un país asentado en los hábitos democráticos, lo que da una pista de las profundidades de las heridas que aquellos acontecimientos dejaron en la sociedad. Pero la guerra a la que me quiero referir ahora no es a esa, sino a la guerra que, ante un público absorto, están protagonizando los socios de la coalición de gobierno. Si esta es la primera experiencia en España de un gobierno de coalición y de izquierdas, ahora surge la experiencia de una guerra encarnizada entre socios de gobierno. Lo cual trae ecos de los antiguos enfrentamientos de comunistas y socialistas o anarquistas en los aciagos años de guerra civil. La muerte, el exilio y la clandestinidad fue lo que consiguió la izquierda con aquellos combates mortales. Pero ya era tarde.

El motivo actual del enfrentamiento es un texto de la ley, para entendernos, del "solo sí es sí". Pero hay otros motivos que nadie explica. ¿Por qué se convierte en una batalla a vida o muerte la corrección de un texto que se ha revelado perjudicial? ¿Se equivocan los demás, menos nosotros? ¿Nadie nos entiende? Las respuestas que tales cuestiones plantean no pueden ser simples. Cuando surgen este tipo de peleas, el personal se polariza. Los extremos no se mueven. Ninguna explicación será bastante para ninguno de los bandos. Desde fuera, sin embargo, no existe razón suficiente para la sangría. Por eso resulta extraño que los de dentro se obcequen en no ver lo que se ve desde fuera. Desde fuera se ve el esfuerzo suicida de un socio de la coalición para que su perfil se note, no se difumine en la vastedad de la acción del gobierno. Se comportan como la más dura oposición al gobierno que como parte integrante de ese gobierno. A su vez sabemos que en Podemos, que es el socio del gobierno que busca no ser opacado, cobija una lucha interna incesante desde que apareciera el proyecto de Yolanda Díaz de liderar una opción distinta a la actual. Resultan más que elocuentes sus silencios. Así que se superponen en la batalla de estos días, con el pretexto de la modificación de uno o varios artículos de una ley muy amplia, peleas internas y externas de diferente intensidad y tamaño. A ellas se suman los encontronazos de "egos", tan frecuentes en la política como en cualquier otra actividad humana, que necesitarían de tratamientos sicológicos. Nadie percibe, al parecer, desde dentro de la batalla que sus "egos" empecinados espantan a una parte importante de ciudadanos que les votaron

La sociedad y los medios de comunicación no han asimilado el modelo de gobierno de coalición. Un gobierno de coalición no puede ser ni juzgado ni criticado como lo que no es, un gobierno de partido único. Las coaliciones añaden dificultades a la gobernanza y formas diferentes de gobernar, pues cada socio de la coalición muestra objetivos e intereses distintos. Y eso trasciende en el día a día y como tal hay que entenderlo. Los socios de la coalición debieran saberlo también y orientar sus comportamientos y diferencias internas a no alejar a los ciudadanos. ¿O estamos en los ajustes de cuentas a los que es aficionado el Sr. Iglesias?