Algún amigo católico, de los que todavía van a misa, ya me lo había comentado: hay curas empeñados en soltar sermones tan largos y abstrusos que no consiguen otra cosa entre la parroquia que hacerles desear salir corriendo a tomar el aperitivo dominical. Incluso, alguno de estos amigos salía un día tan cabreado de la iglesia por la homilía que me habló de un complot de los curas de larga predicación para reventar las cañas en familia. Menos mal que, por lo que uno ha leído hace unos días, la cosa ha llegado a oídos del Papa Francisco I y parece que está tomando cartas en el asunto con el libro de estilo de decir homilías por medio.

Ha contado el Papa Bergoglio, que más de una vez ha ido a misa, y ya fuera porque el celebrante se fue arriba con la presencia de tan ilustre feligrés y le quisiera demostrar sus muchos saberes de oratoria sagrada, o fuera porque eso era lo que hacía habitualmente cuando la ocasión le requería, le soltó una lección de filosofía de cuarenta y cinco minutos y se quedó tan ancho.

Ahora el Papa ha hablado literalmente del “desastre de las homilías” que se dicen por esas parroquias de Dios, los domingos y fiestas de guardar y ha recomendado paternalmente que la cosa no se vaya de ocho o diez minutos, porque no se trata de dar un conferencia académica ni de demostrar el dominio del arte de la Oratoria, la Teología, la Filosofía, la Ética y la Estética sino de transmitir al menos una idea: cortita y al pie, o si se prefiere a la manera del maestro Gracián: “Bueno y breve”. Nada de rollos macabeos ni de provocar la salivación de la feligresía retrasando las cañas de antes de comer. Luego, algo que se podría recomendar a cualquiera que se pusiera a escribir, no ya una homilía, sino el más gallináceo de los escritos de consumo: “Que la gente se lleve a casa una idea, un afecto, una imagen”. Uno, ya lo quisiera para sí.

Al Papa le ha llegado el eco de lo que se lleva comúnmente entre su grey y el hombre no ha tenido otra que sacar el libro de estilo y recordar algo que a lo peor no se enseña en los seminarios pero que es de sentido común. Menos mal que al Santo Padre le ha llegado lo de la pesadez de los aspirantes a San Gerundio, y no uno de esos vídeos de economía aplicada del famoso cura de Valdepeñas en los que, domingo tras domingo, se empeña en ponerse en evidencia y en nutrir a las redes sociales y a las televisiones de un material que nunca se le agradecerá bastante desde la acera de enfrente.