Ha dicho Emiliano García-Page este miércoles en un periódico nacional que, a pesar de tener mayoría absoluta, su Gobierno pacta "con empresarios, con sindicatos" y que busca "el consenso social permanentemente". Incluso ha citado el nuevo Estatuto de Autonomía, que ha salido adelante con el apoyo del PP, aunque haya sido, ha remarcado, "a trancas y barrancas".

Esta es una de las claves para entender la hegemonía del socialismo en Castilla-La Mancha. Lo de acordar con el tejido civil lo inauguró José Bono y lo continuó José María Barreda, que presumía de gobernar "en coalición con la sociedad". No sé cuántos pactos de esos se han anunciado —e incluso firmado— en las últimas décadas, la mayoría para dejar claro que la silla vacía en la mesa es la que ocupa el PP, al que se equipara con plataformillas, asociaciones de vecinos o cooperativas de dos amiguetes.

El truco es sencillo: desplazar a la oposición legítima y simular una vocación pactista gracias a acuerdos con organizaciones a las que, en la mayoría de los casos, se ha subvencionado previamente. El final es siempre el mismo: es el PP quien aparece en la foto aislado del supuesto consenso regional.

García-Page no es distinto a sus predecesores. Quizá disimule un poco más en algunos aspectos, pero el fondo es idéntico. Se atribuye un talante dialogante que sus hechos desmienten. En la política real —la que se traduce en leyes, reformas y acuerdos parlamentarios— el PSOE lleva décadas actuando como un rodillo que desoye sistemáticamente a la oposición. Y cuando el PP se aviene a pactar algo serio —como en el caso del Estatuto—, va Page y se apresura a quitarle valor (“a trancas y barrancas”), no vaya a ser que el relato se le venga abajo.

Ese populismo de calle y azadón le ha dado réditos, es innegable. Mucha gente ha comprado ese marco del presunto consenso del que presumen los socialistas. Las crónicas berlangianas de la tele regional ayudan, por supuesto —a ver quién se resiste a la crónica diaria de consejeros inaugurando cosas y besando niños—. También contribuye la mirada reduccionista de los medios nacionales, que solo buscan los titulares grandilocuentes que deja el presidente regional, pero que desconocen las prácticas reales de su Gobierno. Así, en vez de preguntarle por política doméstica, se centran en todo aquello que permite presentarlo como el líder valiente que se enfrenta a Sánchez.

En una democracia representativa, los ciudadanos se expresan a través de los grupos políticos a los que han otorgado su confianza. Le guste o no a García-Page, es con el PP y con Vox con quienes tiene que demostrar su presunta disposición al diálogo. A la gente normal nos da exactamente igual que se haga muchas fotos con los sindicatos, los empresarios o con la comunidad de vecinos del último pueblo de la Mancha conquense. Si quiere gobernar desde el consenso, que lo practique donde toca: en las Cortes Regionales, y no en las portadas de los periódicos.