Esos animalistas de salón que denigran la fiesta nacional deberían denunciar ante las autoridades europeas la crueldad de la pesca festiva que se practica en todos los países del Continente. Son muchos los millones de europeos que se divierten los fines de semana yéndose a pescar para entretenerse un rato en un ejercicio sin arte ni valor, ajeno a la cultura y a la profunda significación histórica que tiene la tauromaquia.

Ortega y Gasset, primera inteligencia del siglo XX español, profundizó en el estudio de los toros, consideró el espectáculo sobre el albero de la plaza como una manifestación de la cultura y afirmó que sería difícil entender al homo hispanus sin reflexionar sobre la significación de la corrida de toros.

En un libro prologado por Alfredo Amestoy y coordinado por Julián Agulla, Manolo Lozano condensa su larga vida vertebrada en torno al mundo taurino. El autor es un hombre culto, un torero inteligente, un sabio de los toros. He mantenido con él largas conversaciones y todavía recuerdo el interés con el que acudía yo los fines de semana a la finca El Egido para contemplar y participar en la tienta de vacas.

No olvidaré nunca la hospitalidad de los hermanos Lozano ni la maestría de Gregorio Sánchez, que, por cierto, nos descubrió a un adolescente de 15 años apodado El Juli.
Manolo Lozano ha escrito un libro cuajado de anécdotas reveladoras, certero en el análisis de varios toreros y acompañado de un despliegue de fotografías que asombra. El libro está resuelto con una escritura sencilla y eficaz y es una delicia no sólo para los aficionados a los toros. 

Manolo Lozano ha contribuido con un libro excelente a enriquecer la dimensión cultural de la fiesta de los toros, que se desarrolla en la misma esencia del ser de España

Voy a reproducir hoy varios fragmentos de lo que en esta misma página he escrito en alguna ocasión sobre la dimensión cultural de los toros, ante la histeria política que contra la fiesta nacional han impuesto en varias provincias españolas algunos políticos sectarios y profundamente incultos.

Las dos grandes tradiciones taurinas del mundo actual –la vaca sagrada en la India y el toro de lidia en España, Francia, Portugal e Iberoamérica– tienen un origen común en las expresiones religiosas del Oriente Medio anterior a Cristo. Entre los sumerios, los acadios, los asirios, los babilonios, los hetitas o los egipcios, el toro era el animal que representaba la potencia genésica y la fecundación. En aquella época, no tener hijos era una maldición de los dioses. Para combatir esa maldición, el novio cazaba un toro, lo sacrificaba como tributo a la divinidad, machacaba sus testículos sobre el altar y los engullía para garantizarse la procreación.

Los ritos taurinos derivaron hacia Oriente en su dimensión hembra, sobre todo en la India con la vaca sagrada, a través de una serie de vicisitudes históricas que se han estudiado de forma muy minuciosa. En su dimensión macho, y tras su paso por la taurocatapsia cretense del templo de Cnosos, estrella de la cultura minoica, se extendió por toda Europa y cristalizó en España, en forma de corrida popular relacionada con las fiestas de boda.

Como en el antiguo Egipto, el toro, animal sacralizado, participaba de alguna forma en los matrimonios para garantizar que los recién casados tendrían hijos. Esa fue la gran aportación intelectual de Ángel Álvarez de Miranda, que destruyó todas las teorías anteriores sobre el origen de la fiesta de los toros, desbaratando la tesis de los Moratines. No es verdad que, concluidos los torneos y las luchas a caballo entre los caballeros, éstos las sustituyeran por el alanceo de los toros dando origen a lo que hoy conocemos por la corrida.

En el mejor libro que, en mi opinión, se ha escrito sobre la fiesta y que prologó lúcidamente Julio Caro Baroja, Ritos y juegos del toro, Ángel Álvarez de Miranda demuestra que el origen de la corrida es popular y a pie. En una cantiga de Alfonso X, códice que se conserva en El Escorial, el Rey sabio describe minuciosamente en el siglo XIII una “corrida nupcial”, es decir la participación del toro, con motivo de los festejos de una boda, para que los novios consiguieran la fecundación.

Álvarez de Miranda explica que la creencia alcanzaba hasta la realeza y reproduce una crónica de Pedro Mártir de Anglería, en su Opus epistolarum, según la cual Fernando el Católico ordenó que le prepararan un mejunje con los testículos de un toro para asegurarse de que fecundaría a su segunda mujer, la suculenta Germana de Foix.

Manolo Lozano, en fin, ha contribuido con un libro excelente a enriquecer la dimensión cultural de la fiesta de los toros, que se desarrolla en la misma esencia del ser de España.