Image: Carmen Machi, reina de Tebas

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Primera palabra

Carmen Machi, reina de Tebas

15 septiembre, 2017 00:00

Ahí queda eso. 2.500 años después, las obras de Sófocles siguen friéndose en la sartén y abarrotando hasta el “no hay billetes” los teatros, en este caso la sala grande del alternativo Pavón Kamikaze, la aventura emprendida con riesgo y audacia por Miguel del Arco, Israel Elejalde, Aitor Tejada y Jordi Buxó.

Edipo mató a su padre y se casó con su propia madre, Yocasta. Del incesto nacieron cuatro hijos, Eteocles, Polinice, Antígona e Ismene. Sófocles depuró la figura de Antígona para enfrentarla con las decisiones del Rey de Tebas, su tío Creonte, que pretendía imponer la ley política sobre las leyes divinas. Miguel del Arco ha hecho una inteligente adaptación de la obra de Sófocles y ha con-vertido al monarca en la reina Creonte para que Carmen Machi interpretara, como mujer, el agrio personaje clásico. Y en ella, aunque no solo en ella, radica el éxito de esta Antígona para la que no ha quedado una entrada en dos meses de éxito abrumador. Carmen Machi, que ganó el Valle-Inclán, premio de referencia del teatro español, es una actriz inconmensurable, dueña de todos los registros, desde la liviana comicidad a la tragedia profunda. Se encuentra entre las más grandes del último medio siglo. Sabe adueñarse de las tablas. Serena a veces su voz, la contiene cuando hace falta, la desgarra en ocasiones hasta el alarido. Domina como nadie la expresión corporal. Yo no podría, aunque quisiera, señalarle un fallo. Y bien que lo siento porque el elogio sin alguna crítica pierde una parte de su eficacia. Pero salí del Kamikaze desgarrado por una profunda emoción. No se puede interpretar mejor. El público se puso en pie en una ovación que se hizo interminable para una Carmen Machi que, en lugar de pavonearse como muchas divas, demostró una sencillez auténtica y admirable.

Y no está sola en este Sófocles sobrecogedor. Me gustó especialmente Ángela Cremonte, que interpreta a Ismene desde el fondo del alma. También Yon González, José Luis Martínez y Cristóbal Suárez, con un espléndido Raúl Prieto en el personaje de Hemón. Y Silvia Álvarez en el coro de erinias, personificaciones femeninas de la venganza. Capítulo aparte, claro es, para Manuela Paso, que en esta Antígona convulsa alza la mejor interpretación de su vida.

Miguel del Arco es la sabiduría teatral, una lección permanente para los que somos aficionados al teatro, para los que disfrutamos con el teatro. Media docena de pinceladas le han bastado para actualizar el texto de Sófocles. Lo ha modulado sin una sola deformación. La reina Creonte y Antígona son para él como dos ciegos a garrotazos. La dictadora ha obligado a cumplir la ley política; la hermana de Polinice se atiene a la ley divina, que exige enterrar al hermano despedazado. Y eso la enfrenta con la reina.

A diferencia de Miguel del Arco, Jean Anouilh alteró el fondo de los personajes clásicos convirtiendo a Creonte en el rey de un sistema parlamentario o tal vez en un Pétain incapaz de evadirse de la humillación nazi. Y a Antígona en la oposición parlamentaria, que se enfrenta a él para decirle que no, con razón o sin ella.

Hace 60 años publiqué en el ABC verdadero una tercera titulada Antígona, Sófocles y Anouilh para glosar la representación de la obra, interpretada de forma inolvidable por María Fernanda D'Ocón, en el desaparecido teatro Recoletos, creo recordar. “En Sófocles -escribía- el Rey podía hacerlo todo; en Anouilh, no puede hacer nada”. Y cuando Creonte se encuentra solo en medio de la tragedia, ante Eteocles y Polinice despedazados e irreconocibles, pero que uno debe ser el héroe y otro el villano; ante las muertes de Antígona, de su hijo Hemón, de la apacible Eurídice, su mujer, ni siquiera dispone de tiempo para lamentarse. Debe acudir a presidir el Consejo de Ministros.

Miguel del Arco no ha caído en la tentación de adaptar el texto de Sófocles a un pasaje político de nuestra época. Porque la Antígona de Sófocles es plenamente actual y la ambición de poder, el dinero arrasador, la corrupción galopante, la miseria de la vida política permanecen intactas 2.500 años después en esta España de nuestras zozobras y nuestros dolores.