Image: La mujer golpeada, el marido indemnizado

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Primera palabra

La mujer golpeada, el marido indemnizado

26 junio, 2015 00:00

El Corán, al-Qur´ân, la lectura, es un admirable monumento universal a la espiritualidad. En líneas generales su doctrina predica la paz y la concordia. No reconocer el magisterio coránico y los inmensos beneficios que ha producido en todo el mundo sería perder la objetividad y el sentido de la justicia.

Dicho esto, en la azora IV de El Corán, versículo 38, se lee (consulto siempre la traducción de Juan Vernet): “Los hombres están por encima de las mujeres porque Dios ha favorecido a unos respecto de otros, y porque ellos gastan parte de sus riquezas en favor de las mujeres. Las mujeres piadosas son sumisas a las disposiciones de Dios; son reservadas en ausencia de sus maridos en lo que Dios mandó ser reservado. A aquellas mujeres de quien temáis la desobediencia, amonestadlas, confinadlas en sus habitaciones, golpeadlas”. En la azora II, versículo 228, se dice: “…los hombres tienen sobre ellas preeminencia”. De estas afirmaciones, según Samir Khalil Samir, “deriva una tradición secular que otorga al marido una autoridad casi absoluta sobre la mujer, confirmada asimismo por varios hadices”.

Y, claro, el abogado M.A.I., conforme a la información publicada en el diario turco Milliyet, al llegar a su casa en Estambul creyó que su mujer le había desobedecido al no sacar a la calle el cubo de basura como le había ordenado, y le cruzó la cara. Después le palmeó con saña el rabel. Resulta que su dilecta esposa lo tiene especialmente duro porque hace gimnasia todos los días y el marido tuvo la mala fortuna de dañarse los dedos que quedaron tumefactos y doloridos.

M.A.I. montó en cólera. Era intolerable el atropello de las durezas anatómicas de su cónyuge que le habían lesionado las manos cuando él no había hecho otra cosa que cumplir religiosamente con la azora IV de El Corán, golpeándola con furor y como Dios manda. Así es que, irritadísimo, se fue al juzgado, denunció la tropelía de su mujer, mostró sus dedos dañados y quedó a la espera de la sentencia. El juez, como es natural, dio la razón al marido y ordenó a la esposa que indemnizara a M.A.I. con la cantidad de 1.000 euros. No tiene pase que un marido, cumpliendo sabiamente con el mandato coránico, azote a su mujer y termine lesionado por la osadía de ésta al mantener sus carnes prietas y duras.

La señora de M.A.I., llorando sangre, se refugió en el domicilio de un vecino pero las autoridades la trasladaron a una casa de acogida un tanto asilvestrada. El marido la visita allí de vez en cuando para ver a su hijo y, naturalmente, la golpea de forma sistemática pero, eso sí, con precaución para no hacerse daño.

La historia ha dado la vuelta al mundo. Los periódicos impresos, hablados, audiovisuales y digitales de los cinco continentes se han hecho eco de un caso que se suma a otros muchos ocurridos en Irán, Arabia Saudita, el Yemen, Qatar... El balance entre los aciertos y los errores del Islam es abrumadoramente positivo. Estamos ante una de las grandes religiones monoteístas de la Historia, de la que dimana un mensaje de paz y de espiritualidad. Está claro, sin embargo, que para las naciones islámicas que quieran integrarse en el mundo occidental, como Turquía, será necesario hacer nuevas reformas. Se han producido ya muchas a lo largo del siglo XX, y en la dirección certera, pero, sobre todo, por lo que respecta a la igualdad de género todavía queda un largo camino a recorrer.

Zigzag

Isabel Guerra no pinta cestos, maderas, vasijas, bodegones, hombres o mujeres. Pinta la luz. Esa es la clave de su expresión artística y de su éxito. Su exposición en el Retiro se ha convertido en un acontecimiento. Isabel Guerra persigue al Amado-luz como San Juan de la Cruz. Adónde te escondiste, amado, y me dejaste con gemido… El silencio en su pintura se hace música callada, soledad sonora. A la pintora la han lapidado sin piedad o la han silenciado con cicatería. Pero los aficionados a la pintura, los que entienden el arte como expresión de la belleza, mantienen un singular idilio con Isabel Guerra y se asombran, exposición tras exposición, ante la irrupción desbordante de la luz que encienden sus pinceles.