Image: Metales pesados

Image: Metales pesados

Primera palabra

Metales pesados

CARLOS MARZAL

26 septiembre, 2001 02:00

Tusquets. Barcelona, 2001. 162 páginas, 1.800 pesetas


Un libro que no da respiro al lector, que aspira a ser trascendental desde el primer poema hasta el último, un libro importante e incómodo. Este Carlos Marzal, despojado y ascético, no aspira a entretener ni a sorprender, sino a emocionar e iluminar

Si mucho ha ganado la poesía de Carlos Marzal, algo también ha perdido. ¿Qué queda del poeta de El último de la fiesta (1987), su primer libro, en Metales pesados? Nada que huela a frivolidad, ingenio, ligereza. El Marzal de los años 80 nos dejaba en "Las buenas intenciones" una poética que no sólo era suya, también tenía bastante de generacional: "Me es grata la figura del artista de Corte,/riguroso y mundano, descreído y profundo,/que trata por igual la muerte y los escotes".

Todavía en su siguiente título, La vida de frontera (1991), se incluía una "Media verónica para don Manuel Machado", subrayando el magisterio de un poeta que no confundió nunca gravedad con pesadez, énfasis con hondura, verdad con solemnidad. Algo de esa confusión parece encontrarse en Metales pesados, un libro que no da respiro al lector, que aspira a ser trascendental desde el primer poema hasta el último, un libro importante e incómodo.

"El entusiasmo de la decepción" se titula la primera parte del extenso volumen. Entre el entusiasmo y la decepción es muy probable que oscilen los lectores. Una línea de poesía meditativa y metafísica (cuyo representante más próximo a Marzal es Brines) está llevada aquí a sus últimas consecuencias: pocas veces poesía y pensamiento han caminado tan de la mano, pocas veces la mirada ha desvelado tantos enigmas. Pero hay también poemas que más que al Brines de Insistencias en Luzbel nos recuerdan al Justo Jorge Padrón de Los círculos del infierno; como ejemplo podríamos citar "El manantial de la furia" o "El pozo de las lágrimas".

Quizá habría sido más eficaz Metales pesados con menos poemas; en un libro como éste, todo lo que no añade quita. Y hay un poema -sólo uno- que tal vez hace sentir una cierta vergöenza ajena. Es "Los alimentos corporales", donde el hablante poemático parece fanfa- rronear sobre lo que él hace cuando hace el amor; no habría palabras para describir la "bestia octópoda" en que se convertirían entonces los amantes. Pero los defectos de un poeta son la otra cara de sus virtudes. El lector paciente no tardará en encontrarse con un puñado de poemas que sólo podría haber escrito Carlos Marzal, este Carlos Marzal, despojado y ascético, que no aspira a entretener ni a sorprender, sino a emocionar e iluminar.

Algunos de esos poemas, los menos, no prescinden de la descripción y de la anécdota. Es el caso, entre otros, de "Una subasta en julio", "Lecciones de evidencia" o "El oráculo". Todos esos poemas ejemplifican la afición del poeta a ver "alegorías/en los recodos de la realidad", alegorías que en los últimos versos se trata siempre de volver explícitas. El Marzal de Metales pesados descree de la sugerencia, de los finales abiertos, gusta de poner de relieve la lección metafísica que extrae de la contemplación de la realidad.

Quizá el mejor poema de los que toman como punto de partida una realidad humilde en la que apenas nos fijamos, de estas "Lecciones de evidencia", como se titula uno de ellos, sea "Cuatro gotas de aceite", significativamente dedicado a Antonio Cabrera, un poeta muy en la línea de Carlos Marzal. De alguna manera la poesía de estos dos autores puede relacionarse con la poesía filosófica del XVIII, incluso con la poesía didáctica, una poesía que no le teme a los conceptos ni a la moraleja.

Cuesta entrar en Metales pesados, pero vale la pena. El autor parece habernos querido ofrecer, junto a los logros cimeros (una de las cumbres de la poesía de este tiempo y acaso de cualquier tiempo), los borradores, los fracasos, casi las caricaturas de su manera de hacer. Para el estudioso, esas caídas presentan un especial interés: en ellas el mecanismo queda al descubierto, se pueden estudiar los engranajes que están detrás del milagro.

Enumero otro puñado de poemas en los que parecen arder los conceptos, en los que miramos la realidad con ojos nuevos: "La caverna", relectura del mito platónico, "Nasciturus" (que puede relacionarse con "Un cuento de terror", de La vida de frontera), "La leñera", templo de un dios desconocido, "Barlovento", sobre la magia evocativa de una sola palabra, "El origen del mundo", "La línea tenebrosa"...

Ha ganado y ha perdido la poesía de Carlos Marzal con el paso del tiempo, como todos ganamos y perdemos. No importa mucho finalmente que a Metales pesados le sobren poemas; aun prescindiendo de aquellos en los que predomina el énfasis retórico, la paradoja que se le acaba enredando entre los dedos, quedan suficientes para que podamos seguir considerando a su autor como uno de los pocos nombres ciertos de la poesía española de este confuso principio de siglo.