Ignacio Echavarría

Ignacio Echavarría

Mínima molestia

¿Sin salida?

23 septiembre, 2019 04:19

Conversaba meses atrás con un joven editor que está al frente de un pequeño pero ya veterano sello de los que llaman “independientes”. Con más resignación que enfado, me contaba de la fortuna de un libro publicado a comienzos de año por su editorial, en el que había puesto bastantes expectativas. Dado que la editorial no puede permitirse, para promocionar sus libros, hacer un envío masivo e indiscriminado de ejemplares a los medios, optó, como otras veces, por mandar unos pocos a unos cuantos reseñistas y comentaristas escogidos que, dada su trayectoria, podían mostrarse interesados por aquel título, y acompañó el envío con una carta personal en la que explicaba por qué el libro le parecía digno de atención.

Pasaron las semanas, los meses, y nadie acusó recibo ni del envío ni de la carta. Nadie comentó el libro. Hasta que, cerca ya el verano, un conspicuo periodista cultural de un diario nacional le dedicó un artículo relativamente extenso y apreciativo. Inmediatamente llovieron sobre el editor solicitudes de envío del libro, algunas de ellas por parte de esos mismos reseñistas y comentaristas que al parecer lo habían ignorado cuando lo recibieron.

La anécdota no es rara, ni debería dar lugar a desgarramientos de vestiduras. Las cosas, por desgracia, funcionan así, y por muy lamentable que ello sea, no tiene demasiado sentido perder el tiempo con jeremiadas. Un buen número de reseñistas y comentaristas, cada vez más precarizados, apenas dan de sí para otra cosa que para abrirse paso muy apuradamente entre el aluvión de los más visibles lanzamientos editoriales, sin margen ni tampoco resuello para curiosear por su cuenta.

Nadie aspira al fracaso o a la invisibilidad, pero someter la propia suerte al arbitrio de una autoridad cuestionable no parece el mejor camino

El mismo editor de quien hablo, durante la misma conversación, y al hilo de la anécdota narrada, me puso en conocimiento del curioso caso del editor francés Olivier Gadet, que desde 1987 dirige Éditions Cent Pages, un sello editorial caracterizado por el esmerado diseño de sus libros, el cuidado puesto en su fabricación, y una política de publicaciones vocacionalmente alternativa. En 2002, Gadet reeditó un agresivo panfleto suyo de 1998 contra dos destacados críticos literarios del diario Le Monde, Pierre Lepape y Josyagne Savigneau. Jénmerde Le Monde (‘Me cago en Le Monde’), se titulaba. Para publicitarlo, escribió la siguiente nota: “De las cuarenta y siete obras de literatura y de fotografía publicadas por Éditions Cent Pages entre 1987 y 2001, sólo tres han sido objeto de una mención en Le Monde de Livres [el suplemento literario de Le Monde]. Es más que suficiente. Estoy resuelto a que no vuelva a ocurrir”. Y como vía para conseguirlo –para conseguir que sus libros no volvieran, en efecto, a ser mencionados por el diario–, ahí estaba el panfleto, reeditado en la misma colección –Cosaques (‘Cosacos’)– en que poco antes había sido reeditado, a su vez, Apostrophe à Pivot, de Raymond Cousse, otro virulento panfleto, éste dirigido contra el reputado comentarista literario, conductor de un celebérrimo programa televisivo.

Los panfletos –ya se sabe– son casi siempre decepcionantes, debido al maniqueísmo y el trazo grueso que el género impone. Quedémonos aquí con lo que Gadet sugiere insidiosamente en su nota publicitaria: dadas la obviedad de sus criterios selectivos y la previsibilidad de sus dictados, dada asimismo la circularidad de sus circuitos consagratorios, la atención prestada por según qué medios hegemónicos, por según qué instructores y portavoces de la sensibilidad imperante, debería ser tomada como un indicio preocupante por quienes sondean y promueven voces y discursos radicalmente nuevos o genuinamente alternativos, ya no digamos si aspiran a ser subversivos del orden y del gusto constituidos.

Por supuesto que nadie aspira programáticamente al fracaso o a la invisibilidad, pero someter la propia suerte al arbitrio de una autoridad cuestionable cuya venia sancionadora suelen determinarla el malentendido o la tendenciosa apropiación de cuanto apunta a socavarla, no parece el mejor camino.

En la red apenas han emergido aún nuevos circuitos de consagración que ofrezcan un contrapeso real a los ya establecidos. Pero sólo si se acierta a diseñarlos, fuera o dentro de ella, da igual con cuánto esfuerzo, quienes apuestan por una nueva sensibilidad, por un cambio de perspectiva, dejarán de depender de la intervención providencial, cada vez más improbable, del francotirador de turno.