Image: Realismo

Image: Realismo

Mínima molestia

Realismo

7 abril, 2017 02:00

Llamado por Andreu Jaume, su organizador, vengo participando en un curso sobre “La generación literaria del 50” que celebra CaixaFòrum en sus sedes de Madrid y Barcelona. Entre los asuntos que me ha correspondido tratar se cuenta el de las diferentes variantes de realismo que prosperaron en las décadas de los cincuenta y sesenta, a mi juicio uno de los episodios peor tratados, comprendidos y calibrados por la historiografía literaria de nuestro país, a pesar de la abundante bibliografía volcada sobre él.

Entre los pocos que han hecho justicia a lo que supuso en España el realismo de medio siglo, se cuenta Manuel Vázquez Montalbán, quien dijo que, en el marco asfixiante de aquella época, tanto los escritores del llamado realismo social como los de la experiencia crítica vinieron a constituir lo más parecido que hubo entonces a una vanguardia, en un orden a la vez estético e ideológico.

Vázquez Montalbán afirmaba esto en unos tiempos en que todavía estaba vigente la fetua (o fatwa) que en los años setenta y ochenta pesaba sobre el realismo en casi toda sus variantes, y que había emitido, entre otros, el más temible e influyente ayatolá literario de la época: Juan Benet.

Pero los efectos de la fetua (o fatwa) terminaron por remitir, ya adentrándonos en los noventa. Y hoy es la hora en la que, superado el ostracismo injustamente padecido, el realismo campa de nuevo por sus fueros, como lo son sin duda la mayor parte de las provincias de la narrativa española.

Significativo a este respecto es el caso de Ignacio Martínez de Pisón, en su día caracterizado representante de la “nueva narrativa” de los ochenta. En la entrevista que en estas mismas páginas le hiciera Nuria Azancot, hace un par de semanas, recordaba ésta unas declaraciones en que Pisón decía que “al joven que fue le desagradaría leerle hoy”, y preguntaba al escritor cuál de sus libros le gustaría más a ese Pisón de hace más de treinta años. A lo que Pisón respondía: “Entonces no me atraía la tradición realista. Ahora, aunque como lector disfruto con novelas de todo tipo, como escritor sólo me reconozco en esa tradición”.

De un tiempo a esta parte, quien más quien menos invoca los Episodios nacionales de Galdós para describir lo que éste o aquél viene haciendo con el sector de la memoria histórica que ha optado por acotar. Ya se trate de la resistencia antifranquista, ya de los años de la Transición, ya de la cultura del pelotazo o de los excesos de la burbuja inmobiliaria, ya del País Vasco bajo la extorsión etarra, quien más quien menos se haya ocupado, al parecer, en pintar su propio “friso” histórico, con la paleta y los pinceles -y los rodillos- de toda la vida, los de “la gran tradición realista”, que durante un periodo de ofuscación colectiva nos dio por ignorar e incluso execrar.

Nada hay de objetable en este regreso al cauce más estricto y convencional -más confortable, también- del realismo. Pero, salvo muy contadas excepciones, conviene observar que casi nada de este realismo hoy imperante tiene las connotaciones ni la vibración que Vázquez Montalbán apreciaba en el del medio siglo. Más bien al contrario, diría yo. Estamos, por lo general, en las antípodas de la vanguardia crítica que encarnaron los escritores de la generación del 50.

El realismo testimonial de los cincuenta era, entre otras cosas, un desmentido de la fraseología triunfalista y enmascaradora de un régimen oprobioso. Las coordenadas políticas, sociales y culturales del presente dibujan un campo de juego -de fuerzas- radicalmente distinto, tanto más en cuanto la Red ha transformado y ampliado el concepto mismo de realidad y la forma que tenemos de relacionarnos con ella. Más que nunca, así, el escritor realista parece obligado a esforzarse, como quería Nathalie Sarraute, por despojar lo que observa “de toda la ganga de ideas preconcebidas y de las imágenes hechas que le envuelven, de esa realidad superficial que todo el mundo percibe sin esfuerzo y de la que cada uno se sirve, a falta de otra cosa, para llegar penosamente a descubrir algo nuevo”. Un objetivo que señala la dimensión casi utópica de todo realismo digno de este nombre.