Image: Una alegría

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Mínima molestia

Una alegría

9 diciembre, 2016 01:00

Una alegría, sí, pero también una sorpresa que el Cervantes le haya sido concedido este año a Eduardo Mendoza. Quién lo iba a decir, dadas las reservas que no deja de suscitar el humor y la falta de solemnidad con que Mendoza parece ejercer su oficio de narrador. Reseñando, años atrás, Una comedia ligera (1996), recordé lo que dijo Borges de Un pasaje a la India, de E. M. Forster: “Sé de lectores muy austeros que han dicho que nadie les convencerá de la importancia de un libro tan ameno”. Por mi parte, sé de muchos lectores severos que descreen que una literatura tan entretenida y regocijante como la de Mendoza pueda aspirar a ser tomada en serio. Pero he aquí que el jurado de un premio tan campanudo como el Cervantes lo ha estimado así.

La sorpresa es tanto mayor si se tiene presente la constitución del jurado, un batiburrillo de académicos, hispanistas, funcionarios y representantes de federaciones de periodistas de cuyo cónclave se han ausentado este año los escritores Juan Goytisolo y Fernando del Paso, a quienes, por ser los dos más recientes ganadores del premio, les correspondía participar en las deliberaciones. A lo mejor esa ausencia ha tenido efectos oxigenadores, vaya uno a saber. Si bien el acta leída por el ministro Méndez Vigo -o al menos los fragmentos que ha entresacado con más insistencia la prensa cultural- mueve a sospechar que las razones que determinaron conceder el galardón a Mendoza no son exactamente las más adecuadas.

¿Qué es eso de que La verdad sobre el caso Savolta (1975) inauguró “una nueva etapa en la narrativa española en la que se devolvió al lector el goce por el relato y el interés por la historia que se cuenta”? ¿Todavía tiene predicamento este topicazo acuñado por la más huera historiografía literaria, conforme a la cual los españoles hubimos de esperar a la muerte de Franco para “recuperar” el placer de leer? ¡Por Dios! Y luego está eso de la “extraordinaria proyección internacional” obtenida por Mendoza y blandida como argumento para distinguirlo. Pues vaya. Se pone uno a temblar ante la perspectiva a que nos enfrenta este criterio, dada la “internacionalidad” de según qué autores españoles. Fuera de que no sé yo si en Latinoamérica, en concreto, Mendoza es un autor tan popular y tan accesible.

En lo que sí acierta el acta del jurado del Cervantes es en destacar cómo Mendoza escribe “en la estela de la mejor tradición cervantina”. Sin duda es así. Y aún cabe añadir más: entre los escritores de su generación, y las que la siguen, Mendoza, con toda su declarada anglofilia y su genuino cosmopolitismo, es uno de los que con más talento ha sabido aprovecharse de la problemática tradición novelística española, cuya herencia asume con desenfado y lucidez. Se ha observado ya de muchas maneras cómo La verdad sobre el caso Savolta se construye sobre la plantilla del Lazarillo, y no hace falta recordar la confesada querencia de Mendoza por Pío Baroja, de quien ha escrito una provechosa biografía. Galdós, Clarín, Pardo Bazán, Valle, Armando Palacio Valdés...: Mendoza hace un uso nada sumiso ni encorsetado de la tradición en que se aloja, ventilándola con los saludables aires de otras tradiciones acaso más refinadas. Y en este punto conviene señalar el magisterio que sobre Mendoza ejerció un escritor que sólo los más cerriles y despistados situarían en sus antípodas: Juan Benet. Pese a su muy distinta relación con la tradición heredada, Benet y Mendoza convergen en su común admiración por Baroja, y es a partir de ésta como cabe entender el aplauso con que aquél saludó una novela como La ciudad de los prodigios (1986), de la que dijo que le hubiera gustado escribirla él...

Por su parte, Mendoza, buen comprendedor de las enseñanzas de Benet, había dicho, refiriéndose a Volverás a Región: “Después de esta novela ya no se puede ser tonto en la literatura española”.

Se equivocaba: se puede. Vaya si se puede. Pero su obra -que he calificado en más de una ocasión de “reparadora”, por su modo de celebrar el humor como una función de la inteligencia- nos convence pasajeramente de que no.

Felicidades.