Image: Las interrupciones de Matías

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Mínima molestia

Las interrupciones de Matías

2 septiembre, 2016 02:00

Fue así durante años. Al abrir por las mañanas el ordenador, solía encontrar en mi buzón electrónico -dos o tres veces por semana, cuando menos- uno o varios correos de Matías Rivas. Todos llevaban un título específico, indicativo por lo general de su contenido, que consistía siempre, indefectiblemente, en un simple enlace. Éste podía remitir a una rara entrevista con Gilles Deleuze, a un estremecedor reportaje sobre animales, a una certera columna de Damián Tabarovsky en Perfil, a un vídeo de Bill Viola, a una página de porno, a una grabación de Frank O'Hara leyendo sus poemas... Resultaba de lo más excitante y aleccionador compartir los “hallazgos” que Matías había hecho en sus largas veladas insomnes, en las que dedicaba -dedica- sus buenos ratos a navegar por internet. Su curiosidad insaciable, caleidoscópica, su personalidad febril, lo llevaban -lo siguen llevando- a los lugares más insólitos. Alguna vez le dije que si hubiera alguna forma de cartografiar todo ese material, de sumarlo, de articularlo en una forma integradora, el resultado sería fascinante.

Y bueno, entretanto, poco después de haber visto la luz Tragedias oportunas (Tácitas, 2016), su nuevo y espléndido libro de poemas, ahora se publica Interrupciones. Diario de lecturas (Hueders), un volumen que recoge una amplia selección de los artículos publicados por Matías Rivas (Santiago, 1972) en diferentes medios de la prensa chilena. Y he aquí que Fabián Casas lo saluda como “el mapa cerebral de uno de los poetas chilenos con genio”.

Me interesa -quizá por hallarse bastante alejada de la mía propia- la poética que rige estos textos, en su mayor parte artículos o columnas de opinión sobre asuntos literarios (movidos a menudo por una decidida voluntad de intervención), perfiles de escritores, apuntes de lectura (“todo lo que escribo no pasa la calidad de borrador, de anotación”). “Al verlos ahora reunidos”, observa Matías, “noto que mi vida estaba tan presente en ellos como mis lecturas. En realidad, nunca he podido redactar algo sobre un libro que no esté filtrado por mi cuerpo, por mi carácter”. Y añade: “En más de un sentido, la voz íntima que surge al leer estos ensayos es una trascripción censurada de mi mente”.

He leído Interrupciones en paralelo a la segunda entrega de los extraordinarios diarios de Ricardo Piglia, Los años felices (Anagrama). En ellos encuentro repetida una fórmula que ya otras veces había oído en boca de Piglia, y que vendría al pelo como epígrafe para el libro de Matías: “¿Y si yo fuera el tema de mi colección de ensayos sobre literatura? La crítica como autobiografía”.

Puede que, en definitiva, y a despecho de lo que uno se proponga, se trate siempre de eso. Que en eso resida la clave y el verdadero interés de la crítica en cuanto género, no sé.

Como sea, también en el diario de Piglia (la coincidencia, ya se sabe, es una herramienta del sentido) encuentro esta anotación que parece pensada como comentario al título de Matías: “Siempre he pensado que la interrupción define la experiencia para mí, rompe la continuidad del lenguaje (porque dejo de escribir o dejo de leer), en todo caso de un lenguaje escrito que parece ser el único que tiene valor para mí, aunque las conversaciones ocupan un lugar muy importante en mi vida, pero pertenecen al orden de la realidad, mientras que el otro lenguaje (solipsista e intenso) es del orden de la literatura”.

No es extraño que Matías Rivas (a quien Christopher Domínguez Michael señala como “el mejor editor literario de la lengua española”, por su trabajo al frente de Ediciones Universidad Diego Portales) confiese su incertidumbre acerca de qué es la literatura. Lo importante, en su caso, es precisamente lo que tiene la interrupción en cuanto agente de la iluminación. De una iluminación que puede producirse en cualquiera de los cortocircuitos que constantemente se producen entre la literatura y el mundo.

Ya no recibo los enlaces de Matías. Ahora es en su cuenta de Facebook (red social que no uso) donde vuelca la siempre abrumadora cosecha de su curiosidad apremiante, fecundísima.

Lo que me estoy perdiendo.