Jacques-Emile Blanche: retrato de James Joyce, 1934

Jacques-Emile Blanche: retrato de James Joyce, 1934

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El triunfo de la narrativa tradicional: ¿han perdido audacia los escritores?

En el año del centenario de 'Ulises' de James Joyce es imposible no preguntarse qué ha sido de las vanguardias para que se haya impuesto la narrativa tradicional y realista

Sabina Urraca Andrés Ibáñez
5 diciembre, 2022 02:18

Sabina Urraca

Novelista y editora. Autora de 'Soñó con la chica que robaba un caballo' (Lengua de Trapo)

Los peligros del paseo fácil

Este verano hice y guardé una captura de la siguiente frase de un usuario de una red social: “Estoy leyendo un libro que parece estar hablándome a mí, poniendo por escrito lo que pienso, subrayándome como persona”. Sentí verdadera inquietud ante esa visión de la literatura como lugar plácido, como espejo en el que verse guapo. A cien años de la publicación del paseo más incómodo de la literatura, el Ulises de Joyce, siento que el riesgo literario se asfixia, se minimiza.

Lydia Davis lo condensa a la perfección en su cuento “Afinidad”. Su reflexión tragicómica, ferozmente consciente del absurdo humano, podría hacerse extensible a la búsqueda de reflejo que parece ser el deseo cumplido del lector medio en los últimos tiempos: “Sentimos afinidad con un pensador porque estamos de acuerdo con él; o porque nos muestra lo que ya pensábamos; o porque nos muestra de una forma más clara lo que ya pensábamos; o porque nos muestra lo que estábamos a punto de pensar; o lo que más tarde o más temprano hubiéramos pensado; o lo que habríamos pensado mucho más tarde si no lo hubiéramos leído ahora; o lo que podríamos haber pensado pero nunca habríamos pensado si no lo hubiéramos leído ahora; o lo que nos hubiera gustado pensar aunque nunca lo habríamos pensado si no lo hubiéramos leído ahora”.

Reconozco que como editora debo vencer el miedo a que los libros que edito no sean comprendidos. Algunas veces tengo que recapacitar, pedir perdón al autor por los cambios requeridos: Un libro no tiene por qué ser entendido por todo el mundo. Lo mismo me digo a mí misma como escritora, temiendo las palabras del lector espantado: “Me ha resultado un libro desagradable, no me he sentido nada identificado”.

Bertolt Brecht dijo que el arte no es un espejo, sino un martillo. ¿Podemos aguantar su golpe? ¿Somos capaces de vencer la barrera de la dificultad lectora para sumergirnos en un experimento?

El poeta y dramaturgo alemán Bertolt Brecht dijo que el arte no es un espejo, sino un martillo. ¿Podemos aguantar su golpe? ¿Somos capaces de vencer la barrera de la dificultad lectora para sumergirnos en un experimento?

Vanguardia hace referencia a la expresión avant-garde: ir hacia delante. Pero pensando en el Ulises de Joyce, ese ir hacia delante sería más bien la ruta laberíntica del personaje que se sume en un caos que confunde al lector, y pienso si no será esa del laberinto la forma más honesta de vanguardia, más similar a un mundo en el que la línea recta no existe. Es decir, ya puesto a identificarse y sentirse subrayado como persona, ¿no podría el lector sentirse más cercano a la confusión, a la incomodidad de una trama incomprensible? ¿No es la vida una trama intrincada, pura vanguardia?

Tristemente, la tendencia general parece apostar por ayudar al lector a quedarse muy en su sitio, o en el que cree que es su sitio, junto al personaje que se parece a él, o a la imagen idealizada que tiene de sí mismo, o a la persona que le gustaría ser pero no es, o a quien cree que es, pero sin serlo, exigiendo el camino más sencillo: pasear al sol por un Dublín libre de tropiezos.

Andrés Ibáñez

Novelista y crítico literario. Autor de 'Leonís. Vida de una mujer' (Lumen)

Elogio y despedida del modernismo

Adoro a los grandes modernistas, Joyce, Proust, Virginia, Faulkner, Conrad, Stevens, Rilke. Están entre mis escritores favoritos. Siento una adoración absoluta por el Ulises, uno de los libros más grandes jamás escritos. Pero creer que porque Joyce hizo esas cosas raras y maravillosas con las palabras todos los que venimos detrás tenemos que hacer lo mismo sería igual (exactamente igual, vaya), que suponer que Joyce debería haber hecho lo mismo que Flaubert y las cosas raras y maravillosas que Flaubert hizo con las palabras.

Si Joyce se atrevió a darle la vuelta a Flaubert y a mezclar su legado con el simbolismo para crear una poética nueva, ¿por qué no voy a atreverme yo a darle la vuelta a Joyce y mezclar sus invenciones con otras cosas para crear una poética nueva? Es lo que hizo Nabokov, por ejemplo, en Ada o el ardor al combinar el legado del modernismo con el arte narrativo de Tolstói, o lo que hizo García Márquez al combinar las innovaciones de Faulkner con las tradiciones orales de su cultura para mezclar realidad y fantasía en un nuevo género que ni Faulkner ni Joyce podrían haber imaginado nunca (aunque Virginia Woolf se anticipó con Orlando).

¡Viejos, maravillosos modernistas, estáis muertos, y lleváis muertos mucho tiempo! Vosotros hicísteis una revolución en el arte, el de verdad, pero después de vosotros ha habido muchas otras revoluciones. Por ejemplo, la de Tolkien, que en El señor de los anillos creó un género nuevo en la literatura europea, porque las revoluciones no lo son solo de la técnica, sino también del tipo de historias que se cuentan.

Sí, queridos modernistas, 'Ulises' y 'Mientras agonizo' son muy grandes, pero '2666' y 'Solenoide' lo son también, y desde luego mucho más respetuosas con el lector que vuestras incómodas creaciones

Después del modernismo hubo en la literatura occidental otra gran revolución (al menos): la posmoderna, cuyo heraldo fue Jorge Luis Borges, un gigante universal que creó el nuevo paradigma y cuya influencia sigue sintiéndose en la literatura de hoy en día. También Rayuela, de Cortázar y Paradiso, de Lezama Lima, supusieron sendas revoluciones del arte narrativo.

Y ¿qué decir de La modificación o La vida, instrucciones de uso de Georges Perec? La idea de escribir una novela sin la letra “e” va más lejos que cualquier hazaña intentada jamás por un escritor modernista. Por no hablar de ese otro gran gigante del siglo XX, Thomas Pynchon. ¿Acaso El arco iris de la gravedad o Contra el día no están a la altura de las grandes obras maestras del modernismo? Y ¿qué decir de la nueva claridad traída por el estilo austero y despojado de Roberto Bolaño, la elegancia infinita de Don DeLillo, las mágicas historias de Murakami?

El último gran genio de la narrativa europea es el poeta y narrador rumano Mircea Cartarescu, poeta de la cuarta dimensión y la explosión de la conciencia, un nuevo sol en el firmamento de la literatura. Sí, queridos modernistas, Ulises y Mientras agonizo son muy grandes, pero 2666 y Solenoide (y Submundo y Kafka en la orilla) lo son también, y desde luego mucho más respetuosas con el lector que vuestras incómodas y ásperas creaciones. Porque los modernos, en el siglo XXI somos nosotros, los que estamos vivos ahora, y lo que hacemos nosotros, sea lo que sea, eso precisamente es lo moderno.

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